Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

lunes 31 de mayo de 2010

El secreto está en el “on/off”

Tras los festejos del Bicentenario, tal vez ha llegado la hora de apagar la televisión: la realidad reducida a imágenes anula la razón y despierta nada más que pasión.

Previsible. Los Kirchner quieren el rédito político de la fiesta del Bicentenario. Ya circulan encuestas sosteniendo que “la gente está más feliz” tras los recitales en la avenida 9 de Julio y los shows montados para ese fin. No es nueva la fórmula: “pan y circo” son expresiones que vienen acunándose en lo político desde tiempos inmemoriales. Muchas veces dio resultado.

“Panem et circenses”. La frase fue creada en el siglo I por el poeta romano Juvenal, y se encuentra en su Sátira X. Describía la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y entradas para los juegos circenses como forma de mantener al pueblo distraído de la política. Cuentan las crónicas que Julio César mandaba distribuir trigo en forma gratuita a unos 200.000 beneficiarios. Tres siglos más tarde, Aureliano continuaría la costumbre repartiendo a 300.000 personas dos panes gratuitos por día.

Los Kirchner no han inventado nada. Tampoco puede juzgárseles en demasía por desear un triunfo mundialista para repetir y renovar la experiencia de alegría colectiva. Son recetas harto conocidas y, cuando la realidad no coopera a mantener la alegría masiva, echar mano a ellas es, por excelencia, la medida más demagógica y populista.

La política se ha reducido a episodios meramente emocionales, tal como sostenía Giovanni Sartori al hablar de una sociedad teledirigida. En ese contexto, la televisión favorece voluntariamente o no a la “emotivización”. Muestra sucesos conmovedores y así, como en nuestro caso, nos involucra a todos en los festejos, hayamos participado o no de ellos.

Los argentinos se apasionaron con los diferentes flashes del pasado fin de semana largo. Se apeló a términos indiscutidos: un pueblo unido o la fiesta de todos, entre otros. Nadie quiere quedarse afuera. En una época en la cual la necesidad de pertenencia es magnánima, el manejo comunicacional de los acontecimientos conmemorativos fue decisivo. El silencio sepulcral de la oposición mostró a las claras hasta qué punto la manipulación de mensajes fue efectiva.

La palabra produce siempre menos conmoción que la imagen y, al día de hoy, las imágenes de los recitales y shows siguen propagándose por la mayoría de los canales. Nada es fortuito. En medio de fuegos artificiales, espejitos de colores y acróbatas nunca antes vistos, la pasión produce su sinergia y vence a la razón. Como sostiene Sartori, “la política emotiva provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución. Los agrava.”

Pero el Gobierno no atiende teorías, mucho menos foráneas y escritas. Se queda en la algarabía del momento creyendo que la misma se ha de estirar en espacio y tiempo. Para los comicios presidenciales falta, sin embargo, más de un año. ¿Cómo mantener el espíritu emotivo del pasado 25 de mayo? En la búsqueda de esa respuesta se concentran quienes frecuentan Balcarce 50. Es la orden impartida.

Como aspiración puede que sea genuina, pero como realidad es prácticamente una utopía. Sin duda, la metodología para conseguir efectos similares apunta a un aumento indiscriminado del gasto público, una posibilidad que puede durar sin dañar a la ciudadanía en forma directa lo que dura un castillo de naipes en la orilla de un mar embravecido.

Cuando Marshall McLuhan acuñó el concepto de “aldea global” para sostener que la televisión anula las distancias y tiene potencialidades globales olvidó que la mitad del planeta no tiene acceso a ella, lo que implica que existe un porcentaje de personas en una geografía que les es propia y que no son alcanzadas por los destellos de la magia festiva. Lo mismo ocurre en Argentina: “pan y circo” no llegan a todos de igual forma y, en la mayoría de los casos, todo queda en la superficie, en la imagen del LCD comprado en cuotas. Quizás en el “on/off” se esconda el enigma.

En el día a día, la realidad es otra. Las imágenes no las vierte una pantalla, sino la pupila. La televisión reduce la vida a primeros planos: una casa, un grupo de fanáticos bailando al compás de su banda preferida, una calle, una avenida. No va más allá. Por ello, y sin ir más lejos, no se vio el pasado aniversario de la revolución la cantidad inusitada de argentinos durmiendo a la intemperie a lo largo de Paseo Colón, a pocos metros apenas del epicentro del show.

Para pasar el tiempo es posible que los ciudadanos alberguemos esas causas como propias, festejemos un gol bien hecho, gocemos del circo del día, pero en cuanto esas causas lejanas y efímeras afectan el bolsillo, la propia vida y nos atacan en primera persona, regresa la defensa de “lo mío” y se desvanece la noción de “gran patria redentora”. La Patria pasa a ser otra cosa.

A lo sumo se conforma un microclima, un grupo con el cual se comparte la realidad propia, pero se sale de la ficción colectiva y se entra en la cotidianeidad que nos roza. La pregunta del millón es, pues: ¿cómo harán los Kirchner para adentrarse en ese día a día, cuando la gente perciba que todo el pan y todo el circo no es gratuito sino que esta siendo pagado por nuestros bolsillos? ¿De qué manera mantener la ficción global en un país que para las elecciones ya habrá olvidado las luces de colores iluminando la Pirámide de Mayo?

Desde luego que las obstinaciones de Néstor Kirchner se viven como órdenes y eso le da razón de ser a la creación de un multimedios propio, de una TV digital “para todos” y de un reajuste de la señal de un engranaje comunicacional que no ha dejado de ser eficaz, aunque haya dejado ya de ser un potencial peligro para la sociedad. © www.economiaparatodos.com.ar

\"\"
Se autoriza la reproducción y difusión de todos los artículos siempre y cuando se cite la fuente de los mismos: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)