¿Elogio a las villas?
Uno de los debates pendientes sería el de la relación que habría entre las aspiraciones de la sociedad, de la gente en particular y lo que la sociedad pude dar
Nuestra historia sería la de una sociedad que vivió muy por arriba de sus posibilidades creyendo aquello de que “estamos condenados al éxito” formula que Llach y Lagos explican en los primeros capítulos de su último libro “El país de las desmesuras”, pues bien esa sería una de nuestras mas graves desmesuras que nos convierte en un país antiestético.
Es un hecho cierto que la población de las “villas” vienen en constante incremento, la 31 que es la que tenemos más a la vista, paradójicamente casi enclavada en una de las zonas más ricas de la ciudad de Buenos Aires, nos muestra ese conglomerado poblacional que tuvo un impactante “desarrollo” desde aquel día que un ex intendente de Buenos Aires estuvo a punto de desalojarla con topadoras, no recuerdo el número de habitantes de esa época, pero creo que no llegaban a cinco mil personas, allá por 1992 0 1993.
Si viajamos con el ferrocarril San Martin desde Retiro hasta la Av. Gran Paz veremos a lo largo de su trayecto diferentes “asentamientos” escalón inferior al de “villa” de muy reciente existencia y así nos pasaría si comenzamos a recorrer la ciudad de Buenos Aires, y a poco de andar, cualquiera fuera el barrio nos encontraríamos con algún “villerío”.
Los episodios del Indoamericano o de ese otro asentamiento que se llamó “Papa Francisco”, por mencionar hechos recientes y que conocimos en directo, merced a la TV, nos han puesto de frente a una realidad de miseria y pobreza estructural que se pretende dignificar convirtiendo esa realidad en un “fantasioso relato”.
Paradójicamente este debate se comienza a producir gracias a un excelente relator de futbol, que tenía y tiene el atributo de hacernos radialmente atractivas toda trasmisión de partidos de futbol o espectáculos deportivos, más allá de su real nivel de calidad.
Gracias a Dios no he vivido en villas y no las conozco interiormente, solo conozco sus contornos, que en verdad me preocupan, pero he conocido a personas que vivían y viven en ellas, personas trabajadoras, dignas, en búsqueda de superación permanente cuyo objetivo era poder salir de la “villa” como aspiración de progreso social o evitar que sus hijos quedaran condenados a permanecer en esos asentamientos.
Me hablaban de lo difícil que es salir diariamente de la “villa” para buscar trabajo, para señalar un domicilio, dar una referencia, para sus hijos integrase en los colegios particulares alejados de su casa, porque de algún modo la “villa” es un mal estigma.
Conocemos por los “curas villeros” lo que ocurre en el interior de las villas y si bien son loables los esfuerzos de muchos “villeros” por afianzar sus lazos sociales y crear vínculos virtuosos, esa tarea es dificultosa y desigual con quienes desde esas mismas villas cultivan los peores vicios del ser humano, ante un estado atónito que le cuesta hacer ingresar una ambulancia para cubrir una emergencia.
La pregunta que me hago a raíz del debate que quizás sin querer inició Victor Hugo Morales tiene que ver con una cuestión de fondo, que convierto en pregunta ¿La villa es la respuesta que puede dar la sociedad argentina de hoy a las aspiraciones de mejor calidad de vida de la gente?
La misma kristina, hace años ya, vio a la “31” como una muestra de progreso, por los “edificios de pisos” o antenas de TV, visibles desde un helicóptero o desde la autopista Illia.
La villa, en mi opinión, es una respuesta social, ya que en su formación mucho tiene que ver la “política” o mejor dicho un modo populista de la política, ya que se comercializan espacios no registrados por el estado, que paradójicamente financian en parte a la “militancia política” incluso con el manejo de algunos planes sociales.
Los “villeros” son propietarios virtuales de espacios que en general, son del estado y cuya usurpación fue tolerada y también fomentada, es decir son “propietarios de nada” y en otra versión “inquilinos de la usura” ya que nos estamos enterando de los precios de lujo que se cobran por la miseria de una habitación de dos por dos con baño compartido entre varias personas.
La miseria no es barata y el mercado de la miseria es muy rentable.
No quiero creer que don victor Hugo nos haya propuesto este debate sobre las “villas” en el marco de la “dignidad”.
En las villas vive gente digna pero no es digno vivir en una villa.
La “villa” es una “cuestión social” que la política debe explicar cómo se resolverá, salvo que sea la única respuesta que tenemos para los más necesitados, de donde lo peor es mejor que nada.