La sociedad argentina está acostumbrada a despertarse de su letargo, cada tanto, con un duro golpe en la cabeza. En diciembre de 2001 nos dimos cuenta de que la “fiesta del endeudamiento y el gasto público” se había terminado trágicamente con el corralito, los saqueos, los muertos y un golpe institucional que alejó del poder a un presidente elegido legítimamente. Lamentablemente, en el anteúltimo día de 2004 otra tragedia de distintas características, pero de igual magnitud, nos despertó nuevamente de nuestro letargo. Más de 190 muertos y centenares de heridos nos dejaron pensando en quiénes son (o somos) los responsables de semejante catástrofe.
Han pasado casi dos meses desde esa fatídica noche y la sensación que flota en el ambiente es que nuevamente nada va a cambiar más allá de los manotazos de ahogados que está dando el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires para tratar de tapar mínimamente sus culpas. La estrategia de dejar pasar el tiempo y que nuevos problemas ocupen el centro del debate público le ha dado muy buenos resultados a la clase dirigente argentina, apañada en esto por los ciudadanos que parecemos acostumbrados a dejar pasar las cosas por alto.
No hay más que ver lo que sucedió en estas últimas semanas para darse cuenta del estado de la situación en la que nos encontramos. Veamos sino, el caso de la interpelación del Jefe de Gobierno en la Legislatura: es como si todos los legisladores porteños se hubieran dado cuenta de golpe de todos los males que aquejan a la ciudad. ¿Acaso tenían que morir tantas personas para hacer estos planteos? Tanto oficialistas como opositores “despertaron” en 2005 dándose cuenta que el señor Ibarra no había hecho nada en cinco años de gestión. Ambos son coautores por su desidia y negligencia de lo sucedido el 30 de diciembre. El Jefe de Gobierno por inoperante e incapaz, los legisladores que hoy lo critican por no haber hecho de esto un tema prioritario antes de que sucediera la tragedia.
Claro que pretender este comportamiento de los políticos argentinos es casi un acto de inconciencia. Se supone que el político es un hombre de servicio que quiere ayudar a la comunidad en la que vive. Inclusive se espera de él que sea un líder, y que como tal se ponga a la cabeza de los asuntos importantes, previendo los inconvenientes que podrían llegar a ocurrir. Pero difícilmente estos dirigentes políticos, que nosotros mismos elegimos, puedan cumplir con esa condición. Cómo podrían hacerlo, si no son capaces de quedarse sentados en sus bancas durante la interpelación. El lamentable espectáculo de un recinto con menos de la mitad de sus asientos ocupados por los diputados en una sesión tan trascendente es otro signo más de la desidia de nuestros representantes.
Estos maestros en el arte de desviar el foco de atención, ahora nos conducen nuevamente a un lugar lejano del punto central de discusión, que es el de ver quiénes son los responsables de la tragedia. En lugar de esto, vemos estupefactos cómo se implementa un plebiscito de revocatoria del mandato del Jefe de la Ciudad. Sin adentrarnos en el análisis del costo económico y de tiempo para los contribuyentes de la ciudad, ya que hoy esto sería un tema “menor”, el punto de fondo sigue siendo el mismo: nuevamente nos sacan del tema que nos ocupa para llevarnos a otro debate estéril que no hace a la cosa. La demagogia barata del Jefe de Gobierno, quien afirma que quien lo pone y quien lo saca de su puesto es el pueblo, es otra muestra de la inmadurez republicana que tenemos.
¿No hubiera sido mejor, señor Ibarra, que durante estos casi 5 años de gestión usted hubiera cumplido con sus obligaciones y no nos desayunáramos hoy que ha sido incapaz (por lo menos) de cumplir con sus funciones? Esto está la vista con la andanada de clausuras que estamos viendo en estas últimas semanas. De golpe, usted se dio cuenta que está todo mal habilitado. Si no hubiesen muerto todos estos jóvenes, ¿hubiese usted seguido haciendo la plancha como hasta ahora? La respuesta a esta pregunta es obvia.
Pero como reza el dicho: la culpa no es del chancho sino del que le da de comer. Y somos nosotros los que le damos de comer. ¿Qué responsabilidad nos toca como ciudadanos que votamos a este Jefe de Gobierno y a estos 60 legisladores, que ni van a la sesión? (Quizás lo único positivo que se me ocurre decir sobre estos señores y señoras es que no son hipócritas, ya que no deben ir nunca a las sesiones ni tampoco fueron esta vez aún sabiendo que estarían todas las cámaras de televisión.) ¿Dónde queda en todo este debate la responsabilidad de los padres que llevaron a sus pequeños hijos a ese recital? ¿Dónde queda la responsabilidad de esos padres que dejaron ir a sus hijos menores de edad (diría muy menores) a un recital que terminaría no antes de las dos de la mañana?
Seguramente hoy no es políticamente correcto hablar de este tema con todo el dolor que rodea a la tragedia, pero es un punto central en el debate que se tiene que dar. ¿Por qué esperamos que un extraño se ocupe más por la seguridad de nuestros hijos que lo que lo haríamos nosotros mismos? Seguramente es aquí donde podemos encontrar una de las claves a la explicación de cómo funcionamos como sociedad. Somos un país en el que pocos están dispuestos a hacerse cargo de nuestras acciones. Somos una sociedad adolescente en la cual las culpas son siempre de otros, mientras todos nos hundimos cada vez más.
En este sentido, si tenemos en cuenta la evolución del hombre a lo largo del tiempo, encontramos que el Australopithecus fue el primer homínido bípedo que “apareció” en la tierra hace unos tres millones de años; por su parte, el Hombre de Cromagnon, mucho más desarrollado que el primero, aparece hace unos cincuenta mil años aproximadamente, y es mucho más desarrollado. Por lo que estamos viendo en este momento, y esto no refiere sólo a la tragedia del 30 de diciembre, sino también a otra serie de sucesos políticos y económicos que se vienen dando a nivel nacional, me animo a decir que la Argentina más que una “República de Cromagnon” es “Australopilandia”. © www.economiaparatodos.com.ar
Alejandro Gómez es Profesor de Historia. |