Entre el fútbol y la política
Unas pocas líneas, a modo de introducción, sobre el Mundial de fútbol que —si bien no ha obrado el efecto de poner entre paréntesis a la política— concita, eso sí, la atención del país. No significa, este análisis deportivo, que la disputa del balompié adquiera, a instancias de la copa que se disputa en Brasil, una dimensión extra–futbolística. Ésta es simplemente una licencia en consonancia con una pasión de siempre.
El seleccionado de Sabella no le había ganado a ningún equipo de primera categoría. Con la particular coincidencia de que sus triunfos, o habían sido agónicos o le costaron más de la cuenta. Haber salido airosos en encuentros contra Bosnia, Nigeria, Irán y Bélgica, y festejarlo, es algo así como que Boca se impusiese a Sacachispas, Deportivo Italiano, Mandiyú y Villa Dalmine y quisiese sacar por ello patente de campeón.
Nunca antes tuvimos un sorteo tan favorable a nivel de grupo y una grilla tan fácil. El combinado de Sabella no podía —salvo que su paso por Brasil terminase en un papelón sonoro— quedar eliminado antes de la semifinal. Contra Holanda empezaba, pues, el Mundial en serio.
Y, sin jugar un gran partido —en buena medida por cómo lo planteó Holanda desde el primer minuto del encuentro— la Argentina mejoró notablemente respecto de sus compromisos anteriores. Sin Di Maria en la cancha y con un Messi anulado por las marcas naranjas, aparecieron Pérez y Mascherano. Después, en esa lotería deportiva que es la definición por penales, Romero emuló al Goyco de Italia en 1990 y pasamos a la final que disputaremos contra los mejores del mundo.
Fue lastimoso, en cambio, ver a los dueños de casa patear, con desesperación, la pelota afuera frente a Colombia y sufrir —sin Neymar, es cierto— el mayor paseo de su historia frente a una máquina alemana que dio una cátedra de futbol ¡Qué lejos de Pelé, Garrincha, Tostao y Jairzinho!
¿Qué decir de la política? Nada ha cambiado desde el fallo adverso de la Corte norteamericana en el tema de los hold outs y del procesamiento de Amado Boudou. Todo gira y seguramente seguirá girando en torno de una y otra cuestión por un motivo elemental: no hay posibilidad ninguna de resolverlas en el corto plazo. En lo que hace a la disputa judicial con sede en Nueva York, la estrategia kirchnerista pareciera descansar en la posibilidad de que Thomas Griesa aceptase hacer un gambito para saltear la cláusula RUFO. De lo contrario, estaríamos condenados al default. En cuanto respecta al vicepresidente, solo Cristina Fernández sabe —si es que tiene una decisión tomada— cuándo habrá llegado el momento de obligarlo a dar un paso al costado.
Es evidente, a esta altura de los acontecimientos, que el vice es una mochila de plomo que el kirchnerismo, mal que le pese, deberá cargar hasta que la única interesada en sostenerlo ordene soltarle la mano. Lo que sucede, en atención al rol desempeñado por Boudou en estos años, es que Cristina Fernández no se halla en condiciones de abandonar a su suerte a su compañero de fórmula electoral del año 2011. Nadie sabe qué tanto estaría dispuesto a confesar este último en el supuesto caso de que se viese entre la espada y la pared. Pero —al mismo tiempo— cualquiera sabe que, en circunstancias similares, es mejor cerrar filas con el imputado que dejarlo a la intemperie y correr el riesgo de que, sintiéndose traicionado, decida abrir la boca.
La disyuntiva que enfrenta la viuda de Kirchner no es a todo o nada, o sea, no debe elegir entre sostenerlo en su actual puesto o mandarlo a los leones. Existe para ella y para Boudou, afortunadamente, un paso intermedio: el pedido de licencia que lo dejaría a cubierto de las inclemencias que padecería si debiese renunciar y, a la vez, le daría un respiro al gobierno al no obligarlo a defender lo indefendible.
Se entiende políticamente que la presidente haga cuanto se encuentra a su alcance para mantener a Boudou por encima de la línea de flotación. Sólo que es difícil establecer, a medida que transcurre el tiempo, cuál es esa línea. Antes del procesamiento resuelto por el juez Ariel Lijo era obvio que la Fernández lo respaldaría sin desfallecimiento. Inmediatamente después del cambio de la carátula, aferrarse al mismo criterio implica riesgos mayúsculos. Sobre todo si en el curso de las próximas semanas se suman uno o más procesamientos.
Cuanto tenía sentido dos o tres meses atrás, hoy bien podría resultar un despropósito. Por eso comienza a abrirse paso y a ganar consistencia un escenario que hubiese resultado impensable en mayo pero que ahora, en correspondencia con la gravedad de la situación, parece atinado: la licencia. Si finalmente la presidente se animará a dar ese paso, o no, es materia abierta a discusión. En estos momentos, es claro que casi la totalidad del arco kirchnerista y del PJ en pleno se inclinan por esta salida.
Más allá de las pocas simpatías que ha generado Amado Boudou desde el momento en que pasó a ser el favorito de la Señora, respecto de su actual calvario y de su futuro inmediato coinciden La Cámpora y el justicialismo todavía adicto a Cristina Fernández. En una palabra, y por raro que parezca, sobre el particular están de acuerdo Máximo Kirchner y Florencio Randazzo, Carlos Kunkel y Daniel Scioli, Diana Conti y Julián Domínguez. Es verdad que nadie vocea en público su opinión; pero todos desean que el vicepresidente dé un paso al costado por el costo que implica quebrar una lanza en su favor.
Tapar el cielo con un harnero supone una empresa en la cual, por mucho que se esforzase, fracasaría el mismísimo San Pedro. Imagínese al kirchnerismo empeñado en tamaña tarea. Pues bien, en ese brete está metido y no acierta. Ninguno de sus acólitos se anima a plantearle a la Señora las cosas de frente y ninguno cree posible satisfacer, de momento, las exigencias de ella con una mínima posibilidad de éxito. Si cierran filas en torno a Boudou, clausuran la relación con buena parte de la sociedad, harta ya de las andanzas y negociados del vice. Si, inversamente, se negasen a hacerlo, deberían vérselas con Cristina Fernández, ante la cual aún tiemblan.
Sea porque la presidente confía en que la Cámara Federal revoque el procesamiento o por algunas de las razones arriba expuestas, lo cierto es que la decisión de rodearlo a Boudou con el gabinete entero en Tucumán y darle el espaldarazo necesario para que —imputado como está— la reemplace en el acto conmemorativo de la Independencia es una demostración inequívoca de que Cristina Fernández no piensa moverse un milímetro de la posición que mantiene: respaldarlo aunque vengan matando.
El gobierno arrastra, en los últimos tramos de su derrotero, una fatalidad sin cuento. Haga lo que haga, lleva las de perder. Tanto en el frente externo —de cara al juez Griesa y los hold–outs— como en el interno tiene cerrados los espacios de fuga y acotados de tal manera sus cursos de acción que, en punto a los odiados fondos buitres deberá pagar o pagar y, de puertas para adentro, no puede prescindir totalmente de Boudou pero, a la vez, no puede correr en su auxilio sin dejar jirones de su integridad en el camino. Hasta la próxima semana.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.