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jueves 8 de marzo de 2007

Familia y colegio: una sociedad necesaria

El inicio de las clases es un buen momento para reflexionar acerca de nuestro deber como padres y como educadores, dos funciones indisolublemente ligadas que no podemos delegar en los establecimientos educativos.

Otro comienzo de clases.

Para algunos, la primera vez; para otros, una más de tantas. Para todos, oportunidad de preguntarnos por qué mandamos a nuestros hijos al colegio y qué responsabilidad tenemos en esta elección.

Digamos en primer lugar que, si bien es obligatorio por ley que nuestros hijos vayan al colegio, los llevamos porque estamos convencidos de que es lo mejor para ellos. En otros tiempos, toda la educación que un hijo necesitaba para desempeñarse con éxito en la vida -tal vez, en un principio, tan sólo sobrevivir- lo aprendía en su ámbito familiar y social. A medida que el mundo se fue haciendo más global y complejo, los propios padres fueron buscando que sus hijos estuvieran mejor preparados que ellos y recurrieron a los especialistas. Así nacieron los educadores profesionales y, con el tiempo, los colegios.

De este modo, tengamos claro que el colegio interviene en la educación de nuestros hijos solamente porque nosotros lo hacemos partícipe de nuestra obligación, responsabilidad y derecho. Somos los padres los únicos legítimos educadores de nuestros hijos, todos los demás participantes lo hacen en tanto y en cuanto les damos cabida y dejan de hacerlo en cuanto se la neguemos. Esto es importante para no “dejarlos” en el colegio, sino para “acompañarlos” y “hacernos cargo”. Seguir con atención lo que hacen, acercarnos con propuestas y no tan sólo quejas, y ponernos codo a codo con el colegio buscando lo mejor para los chicos, aunque a veces lo mejor les duela a ellos y un poco a nosotros.

De allí la importancia del colegio que elijamos. Debe ser aquel con el que compartamos una misma visión del mundo, con una escala de valores semejantes, con directivos y docentes que vivan esos valores y familias que los acompañen. Después viene lo específicamente pedagógico, su teoría didáctica, idiomas, deportes y otras actividades, pero éstas se apoyan en lo anterior.

Claro que no debemos olvidar que, así como no existe la familia perfecta, tampoco existe el colegio perfecto.

Que debemos exigirles mucho a aquellos a quienes les dejamos nuestros hijos, pero que no podemos exigirles todo. Que son tan humanos como nosotros. Que los valores que predican “tratan” de vivirlos, aunque, igual que nosotros, a veces se equivocan.

Recordemos que, si bien les legamos y dejamos bajo su cuidado aquello que nos es más querido y preciado, no siempre los valoramos, ni social ni económicamente, con la importancia que deberíamos.

Educar es una tarea apasionante, y educar juntos es mejor todavía. Si tenemos esto presente durante todo el año escolar y lo renovamos en cada paso de grado tenemos por delante un camino de crecimiento para todos.

Los cambios de leyes o de sistemas y las peleas político-educativas pasan a un plano secundario cuando recordamos lo esencial: que educamos juntos para ayudar a que nuestros hijos crezcan y lleguen a ser personas íntegras, autónomas, libres. Para eso, necesitan fundamentalmente que nosotros seamos mejores educadores, en definitiva, que seamos mejores padres. © www.economiaparatodos.com.ar

Eduardo Cazenave es profesor de Filosofía y rector general del Colegio San Juan el Precursor. Además, es uno de los profesionales que integra la Fundación Proyecto Padres.

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