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jueves 30 de agosto de 2007

Grietas

Las vivencias cotidianas y el malhumor diario aparecen divorciados de la intención de voto. El resultado es que, en el cuarto oscuro, los argentinos votan a los mismos que critican y validan aquellas opciones que rechazan en el discurso.

Las simples conversaciones de café que se multiplican por cientos de miles a lo ancho de la Argentina entregan datos mucho más ricos que los que arrojan las encuestas amañadas y el maquillaje político. El mero recorrido de un zapping radial por programas que invitan a los oyentes a dejar sus opiniones libremente denota una primera oleada de mal humor; un ímpetu inicial de queja que empieza por lo cotidiano (la falta de seguridad, la irrealidad de los índices de precios) y sigue por círculos progresivamente más alejados de los problemas que el individuo debe enfrentar todos los días pero a los que igualmente accede y respecto de los cuales tiene opinión, sean éstos las barbaridades santacruceñas, las valijas y las bolsas con dinero, las apariciones rutilantes de “los Fernández”, o la inequitativa visión sobre los derechos humanos.

Este panorama se escucha, se ve, se percibe: el humor social no es amable ni navega en el sosiego.

Inmediatamente al lado esta imagen se suceden otras que, por principio, dividen al país entre la Capital, los dos primeros cordones urbanos, la provincia de Buenos Aires, los centros urbanos del interior (Rosario, Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Mar del Plata) y el resto del país, el campo rural y poco poblado.

La opinión popular que ha sido consultada hasta ahora con referentes locales en distintas elecciones que se sucedieron desde finales del año pasado hasta ahora y por diferentes motivos institucionales, ha sido consistente, en muchos de esos casos, con lo que describíamos aquí como “humor social”. Los representantes kirchneristas o afines al gobierno perdieron sucesivamente en Misiones, Río Negro, Tierra del Fuego, Ciudad de Buenos Aires, San Luis y es posible que también lo hagan en Santa Fe el domingo próximo. El posible triunfo de Schiaretti en Córdoba -si bien se ha mostrado en público con CFK recientemente y De la Sota, su padrino político, ha limado asperezas con el Presidente- no puede decirse que sea un triunfo K. Luis Juez, el intendente de Córdoba capital, ha mostrado más afinidades con Kirchner que el dúo De la Sota-Schiaretti. En Mendoza aun no está claro cómo se manifestará la gente frente a una administración –la de Julio Cobos, candidato a Vicepresidente con Cristina- que ha multiplicado por miles los casos de inseguridad y desasosiego en su provincia, especialmente en la Capital.

Los sondeos de opinión cuando la pregunta refiere a los comicios presidenciales en todas estas jurisdicciones, sin embargo, favorecen a la candidata del oficialismo, la senadora Cristina Fernández, excepto, claro está, en la Capital, en donde su intención de voto es muy baja.

De vuelta en el mundo de las percepciones reales (las conversaciones de todos los días, los oyentes de las radios, las quejas espontáneas) la impresión que uno tiene en el cinturón urbano de Buenos Aires y aun en el interior de la provincia es que el oficialismo tiene un amplio frente de descontento. Pero cuando se regresa a las compulsas de voto –e incluso de “imagen”- las respuestas no están en línea con esa atmósfera de oposición y reclamo, sino que entregan holgadas ventajas al gobierno, especialmente al candidato a gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli.

El vicepresidente es, en sí mismo, una curiosa paradoja. Lanzado a la política por Carlos Menem desde el glamoroso mundo deportivo y de la empresa privada que fundó su padre, Scioli mutó al duhaldismo durante la crisis de comienzos de siglo y luego a compañero de fórmula de un candidato teóricamente izquierdista que reivindicaba la lucha armada de los 70 y el intervensionismo estatal en la economía. Con conexiones en los EEUU -que manejaba su operador de aquel momento, Marcos Victorica- Scioli negoció para sí el manejo de la Secretaria de Turismo, que ya había tenido durante el interinato de Duhalde. Al poco tiempo de comenzado el gobierno, Kirchner, sin aviso previo y de un día para el otro, despidió a todo su equipo y lo reemplazó por gente propia. El Vicepresidente no reaccionó y se arrinconó en el Senado, en donde en más de una vez fue vapuleado en público por la esposa del presidente, hoy lanzada a la carrera por la presidencia. Este candidato recoge hoy en la provincia más del 40% de los votos, un caudal que le asegura a Cristina Fernández una base segura para su carrera a la Casa Rosada.

Es como si el país estuviera surcado por enormes grietas que separan las vivencias e interpretaciones cotidianas de la gente y la posterior emisión de su voto. No hay coincidencia racional entre lo que la gente vive y lo que la gente vota. Otros surcos de división separan la expresión de las distintas geografías del país y también cómo esas regiones se expresan según voten asuntos locales o cuestiones nacionales.

La enorme caja monetaria que maneja el Estado federal desde las omnímodas manos del presidente, ejerce una influencia enorme en la formación y profundización de esas grietas: el dinero dispuesto discrecionalmente para aumentar jubilaciones, asignaciones familiares, bajar el impuesto a las ganancias o incrementar el presupuesto por decreto en mas de $ 14000 millones, se maneja por quienes habitan en Balcarce 50, no en Córdoba, Santa Fe o Rosario. La hipocresía del metálico vota de una manera para los asuntos del pago chico, pero de otra cuando se trata de elegir a quien maneja la billetera.

También el efecto manada influye en la creación de las grietas. Personas que opinan de una manera en la solitaria charla de una esquina se expresan de modo muy diferente cuando entran al cuarto oscuro. No hay demasiados estudios que expliquen ese fenómeno, pero su existencia es innegable. El principal instrumento de la democracia ha dejado de ser una herramienta racional. La simulación teórica según la cual la democracia es un sistema de individuos libres que, en perfecto uso de su libertad y sopesando sus intereses, emiten su opinión a través de un papel que se introduce en una urna es una quimera. El ruido, el dinero y la masificación de los espíritus han sepultado esa teorización y hoy en día no puede hacerse un análisis lineal entre la aparente percepción de la realidad que tiene una persona y su voto.

La inexistencia de la oposición (sin adjetivos: ni clara, ni fuerte, ni unida, simplemente de una oposición) aumenta la profundidad de las grietas: en la orfandad de la nada la gente se tapa los ojos y vota la única opción con posibilidad de ganar.

Esta renuncia a los palotes de la democracia le costará cara al país. Cuando la próxima administración no llegue a desactivar las cientos de bombas de tiempo que ha plantado la actual y los problemas dormidos y escondidos empiecen a estallar, nadie admitirá una responsabilidad propia y, por el contrario, todos se atribuirán haber anticipado el desastre. Es que a la hora de repasar nuestras conductas, las grietas se mudarán a nuestra memoria. © www.economiaparatodos.com.ar

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