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lunes 14 de agosto de 2006

Humoradas y superficialidades

Sostener, como lo hacen algunos funcionarios, que el Gobierno está “enamorando” a los inversores y que es preciso velar para que las empresas tengan ganancias “justas y razonables” no es más que un chiste de mal gusto.

La semana pasada, algunos funcionarios del Gobierno formularon una serie de declaraciones. Algunas se acercaron a verdaderas humoradas y otras reflejaron un discurso típico de gente que nunca se esforzó por adquirir conocimientos profundos sobre el funcionamiento de la economía y de las instituciones.

Comencemos por la humorada, palabra que la Real Academia Española define en su segunda acepción de la siguiente manera: “dicho o hecho festivo, caprichoso o extravagante”.

¿En qué consistió la humorada o extravagancia? En que el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, afirmó que el Gobierno está “enamorando” a los inversores externos mediante el establecimiento de reglas que tornen “más estable y previsible” a la Argentina. Por los números que uno puede ver, habría que recordarle a Fernández que hay amores que matan. Basta con ver los números de Inversión Extranjera Directa (IED) que elabora la CEPAL (institución que, por cierto, no puede ser catalogada de liberal) para darse cuenta de que venimos perdiendo posiciones en materia de enamoramiento de los inversores extranjeros. El último trabajo de la CEPAL muestra que, en 2005, América Latina y el Caribe recibieron U$S 47.886 millones de IED. El país que más IED recibió el año pasado fue Brasil (U$S 12.550 millones); segundo se ubicó México (U$S 11.884); tercero, Colombia (U$S 5.589 millones); cuarto, Chile (U$S 4.764 millones); y, recién en quinto lugar, aparece la Argentina con U$S 3.505 millones. De manera que la IED primero nos engaña con otros cuatro países.

Pero tanto enamoramos a la IED que, en 2004, la Argentina se había ubicado en el cuarto puesto. Es decir, que en 2005 la IED tuvo menos amor por nosotros porque bajamos un puesto en el ranking. Por supuesto que, en los nefastos 90, la IED parece haber tenido más amor por la Argentina que ahora, ya que, por ejemplo, en el año 1998 nuestro país ocupó el tercer puesto, luego de Brasil y México.

Vaya uno a saber qué entiende el Jefe de Gabinete por enamorar, porque si el amor inversor lo mide por la cantidad de IED, vamos perdiendo por goleada. Tal vez Fernández se haya confundido y cree que estamos enamorando a los inversores extranjeros cuando, en realidad, más que amor estamos generándoles compasión por ser un país que está desintegrándose.

Respecto a que el Gobierno está enamorando a los inversores extranjeros estableciendo reglas que tornen “más estable y previsible” a la Argentina, Fernández se habrá olvidado de la arbitraria medida de prohibir la exportación de carne, del hecho de no solucionar los contratos con las privatizadas, de los controles de precios establecidos y extendidos unilateralmente por el Gobierno (incumpliendo su palabra de revisarlos a mitad de año) y de los subsidios que se reparten en forma creciente a diestra y siniestra para cubrir los baches de rentabilidad que generan los precios regulados, entre otos puntos de una lista que continúa.

En fin, si el presidente asiste a la inauguración de una planta para fabricar motocicletas cuya inversión es de un millón de dólares y ese millón de dólares de inversión merece la primera plana de algún diario pro oficialista, realmente estamos bastantes mal rumbeados.

Vayamos ahora a las superficialidades. El ministro Julio De Vido afirmó que el Gobierno velaría para que las empresas tuvieran una rentabilidad “justa y razonable”. Semejante generalidad refleja la ausencia de claridad que tiene este Gobierno en materia de política económica. ¿Qué es una ganancia justa y razonable? ¿Cómo la define el burócrata de turno? ¿Por la tasa de rentabilidad sobre el capital invertido luego de pagar impuestos? ¿Por la rentabilidad comparada con otros países? ¿Eligiendo un número como si estuvieran comprando un billete de la lotería?

Es realmente extravagante y hasta desvergonzado que funcionarios de este Gobierno hablen de ganancia justa cuando aplican un modelo de sustitución de importaciones vía un tipo de cambio artificialmente alto, el cual le permite a las empresas que sustituyen importaciones tener un mercado cautivo, vendiendo productos de baja calidad a precios superiores a los que podrían cobrar en condiciones de libre competencia. Uno podría coincidir con De Vido en que hay empresas que tienen ganancias que no son justas si el ministro reconociera que es el mismo Gobierno el que limita artificialmente la competencia para que las empresas puedan cobrar más caros sus productos. Pero el problema es que De Vido no reconoce esa restricción a la competencia, por lo tanto invalida su pedido de justicia y razonabilidad porque las reglas de juego no son justas ni razonables. Al menos para los consumidores.

Tampoco puede comparar el ministro, si es que alguna vez se tomó el trabajo de hacerlo, las rentabilidades de la Argentina con las de países desarrollados. Y no puede hacer la comparación porque la inseguridad jurídica que rige en nuestro país hace que cualquier inversión que uno haga aquí tenga que compensar el riesgo institucional. Para que se entienda más fácilmente: cualquier proyecto de inversión en la Argentina tiene que tener incluida en la tasa de rentabilidad las arbitrariedades que pueden cometer los gobernantes con el patrimonio y los flujos de las empresas.

Para que De Vido pudiera tener autoridad moral como miembro de este Gobierno para convocar más inversiones, primero tendría que explicar por qué los fondos de Santa Cruz todavía no volvieron a la Argentina. ¿O será que la plata que en su momento giraron al exterior la invirtieron en bonos rusos antes del default y no salieron a tiempo? Es de suponer que Kirchner no debe haber cometido semejante error de inversión, considerando que a los empresarios españoles les recriminó haber estado mal asesorados cuando invirtieron en los 90 en Argentina. Me niego a creer que el gobierno de la provincia de Santa Cruz haya invertido los fondos fugados en bonos de un país que luego defaulteó su deuda y hoy no pueda explicar por qué no vuelve toda la plata.

Pero volviendo a las ganancias justas y razonables, sería bueno que, aunque sea con un razonamiento precario, el ministro diera alguna pauta de cuánto es justo y razonable. Porque, si no lo hace, todos nos vamos a quedar con la intriga de cómo hace De Vido para trazar la raya entre justo e injusto, razonable y no razonable.

Y si la definición de justo y razonable se basa en criterios arbitrarios, al menos sabremos que la tasa de rentabilidad justa y razonable para hacer una inversión en la Argentina tiene que tender a infinito. © www.economiaparatodos.com.ar

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