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jueves 18 de junio de 2009

Incertidumbre y esperanza

Los argentinos deben tener muy en claro que, si luego de las elecciones se insiste con las nacionalizaciones de empresas, estaremos recorriendo el camino de la sumisión y la decadencia.

Con inquietante pasividad ciudadana, seguimos acercándonos a la fecha de las elecciones legislativas oscilando entre un clima de incertidumbre y otro de esperanza.

Quizás sea por esta última virtud que la economía del país está como suspendida de un hilo, pero lista para salir adelante. Más que falsas estadísticas oficiales o extravagantes correlaciones de datos, es la esperanza el factor ignoto que sostiene los análisis optimistas publicados por economistas que generalmente se muestran decepcionados con nuestra realidad cotidiana.

A pesar de todo, la incertidumbre domina la escena frente a los comicios.

Incertidumbre y mentira

Como consecuencia, quizás no deseada, el tortuoso estilo practicado por la pareja presidencial alimenta la incertidumbre.

Ellos practican una forma sinuosa de gestión que consiste en formular grandilocuentes anuncios que no son ciertos. Cuando un dirigente -de cualquier nivel que sea- construye su imagen basándose en la mentira, el único resultado que alcanza es el desorden y la desorganización. Las palabras habladas o escritas son las que permiten a los hombres comunicar entre sí sus diversas necesidades. Por eso la condición esencial para que la palabra consiga su fin es decir la verdad.

En cualquier entidad, asociación o institución humana, el efecto de la mentira es letal. Por la mentira entró la muerte al mundo, dijo hace dos milenios Pablo de Tarso. Para Emmanuel Kant, la mentira sistemática acarrea la desconfianza, con la cual no se puede vivir en sociedad, puesto que la confianza es la base primordial para establecer vínculos entre las personas. La vida en común no sería posible si no pudiéramos contar con la veracidad de los demás, especialmente de los gobernantes.

Las mentiras proferidas por quienes tienen responsabilidades de conducción política encierran una triple malicia: en primer lugar viola el respeto debido a los ciudadanos abusando de su confianza; luego altera el orden social porque pone en peligro la armonía entre los habitantes; finalmente degrada al gobernante mentiroso porque priva a sus propias palabras del requisito esencial que es decir la verdad.

Hace algunos años, en algunos discursos oficiales se puso de manifiesto esta dualidad moral cuando el actual presidente en las sombras dijo: “No escuchen lo que yo digo, miren lo que yo hago”. Lo cual significa que voluntariamente manifiesta una contradicción entre lo que él dice y lo que ejecuta.

La intención de quien miente desde la más alta magistratura es gravemente perniciosa porque induce al error a toda la sociedad. Esta conducta es perceptible cuando hablan de superávit presupuestario, cuando niegan que haya inflación, cuando se jactan de las reservas del Banco Central sin brindar datos del endeudamiento, cuando ocultan el aumento de la desocupación y cuando afirman que hay una balanza comercial favorable sin explicar que la consiguen prohibiendo las importaciones.

Entonces tales actitudes desde los más altos niveles del gobierno permiten sospechar que el hostigamiento a grandes empresas, la nacionalización del petróleo y de las empresas de servicios públicos, junto con el continuo ataque a los medios privados de comunicación, esconde una apetencia desordenada por apoderarse de los bienes ajenos.

La codicia del actual gobierno por construir un poder económico hegemónico para consolidar el poder político circunstancial, no tiene límites. Lo quieren todo y para siempre. Sancionan una ley de blanqueo fiscal tan laxa que pareciera que desde allí provendría el financiamiento para lograrlo. Por eso no hay confianza. Por eso reina la incertidumbre. Por eso no les creen.

Profundizar el modelo

Después de todo, si luego del 28 de junio insisten con las nacionalizaciones de empresas, presentándolas como la reconquista de la soberanía económica, entonces los ciudadanos deben tener muy en claro que estaremos recorriendo el camino de la sumisión y la decadencia.

A estas alturas de la historia nacional y mundial, no hay ninguna duda de que técnicamente las consecuencias de la nacionalización de empresas privadas son nefastas y perversas, por varias razones.

a. La consolidación del poder absoluto. El aparato político, aliado con el aparato sindical que van a manejar las empresas nacionalizadas se convierten en un instrumento natural del poder absoluto. Este procedimiento que parte de la nacionalización de empresas, es el recurso inevitable al que recurren los dictadores y déspotas del mundo, en todas las épocas, para someter a sus pueblos que ya no tienen otra opción.

b. La erección de un monopolio insensible. Las empresas nacionalizadas no pueden operar en un sistema de competencia porque se demostraría su incapacidad para brindar bienes y servicios atractivos, de excelencia y a precios razonables. Imperiosamente necesitan instaurar un monopolio -sea público o privado- suprimiendo toda presión para que su estructura orgánica se modernice. El monopolio con mercados cautivos no necesita mejorar ni adaptarse a las necesidades de los consumidores, puede seguir congelado por todo el tiempo. Es insensible a cualquier reclamo.

c. El odio a la propiedad privada y el desprecio de los beneficios. Las empresas estatizadas carecen inexorablemente de un sistema contable adecuado. No conocen sus costos y no necesitan presentar balances sino tan sólo una planilla de reclamos presupuestarios. En esas empresas existe una animosidad total contra la propiedad privada porque ella fomenta la independencia económica de los individuos lo cual es intolerable para quien pretende controlar la vida de todos. Además, está prohibido utilizar el criterio de rentabilidad para juzgar a los funcionarios y empleados por sus resultados. El personal está amparado por fueros políticos.

d. La imposibilidad de adaptarse. Las empresas estatizadas tienen un tremendo complejo de inferioridad porque son incapaces de adaptarse a los tiempos, de atender nuevas necesidades, de modernizar su oferta, de incorporar tecnología innovadora y de servir al consumidor. Esa incapacidad genética, las lleva a congelar los más absurdos “derechos adquiridos” considerados como “conquistas sociales irrenunciables”. Cuando los directivos de las empresas del Estado advierten que se están anquilosando o temen que la evolución les quite las prebendas que disfrutan, se esfuerzan por asegurar sus privilegios mediante un estatuto burocráticamente inamovible.

e. Pésima elección del personal. El sistema de empresas nacionalizadas no puede elegir a los mejores candidatos, porque no puede asegurarles un incentivo que los aliente a progresar. Siempre selecciona a los peores individuos, a los recomendados, a los militantes y a los partidarios. Si se cuela algún raro personaje, lleno de buenas intenciones, inteligente y voluntarioso, no les queda otro remedio más que deformarlo con el reglamento, los estatutos y la acusación de “carnero”. Las desigualdades de eficiencia entre holgazanes y diligentes o entre torpes y sagaces no pueden ser sancionadas ni premiadas.

f. El organigrama frondoso. El organigrama es un ingenioso instrumento para llenar de gente donde no es necesario y crear aquello que Jean-Francois Revel llamó el “Estado megalómano y el trabajo inútil”. Es decir la multiplicación de gerencias, el establecimiento de departamentos con nombres inverosímiles, la creación de divisiones y secciones repletas de funciones innecesarias que nadie sabe exactamente en qué consisten. Al final de cuentas, una empresa como la actual YPF que tiene 5.000 trabajadores, va a terminar incorporando los 50.000 que tenían cuando formaba parte del patrimonio nacional en defensa de una soberanía que costaba un enorme despilfarro al pueblo argentino.

g. El predominio de la política. Las empresas estatales sustituyen escrupulosamente los criterios económicos, de reducción de costos, aumento de productividad, mejora en la calidad, maximización de beneficios y expansión mediante capitalización de utilidades, por los deleznables criterios políticos de acomodar partidarios, de hacer favores con dinero ajeno, de gastar irracionalmente los recursos públicos, de permitir fraudes para generar cajas políticas y de esconder toda forma de ineficiencia cargándolo a las espaldas de contribuyentes ingenuos o temerosos que seguirán pagando impuestos para que otros parásitos los despilfarren.

Esperar contra toda desesperanza

La profundización del modelo que implican las ideas subyacentes en los anuncios de Néstor, primer candidato testimonial de la provincia de Buenos Aires, representan retroceder a una época escandalosa que permitía a algunos no hacer nada y cobrar su salario por existir. Es reimplantar un sistema oprobioso que castiga los méritos privados y premia a los obsecuentes, provocando una nivelación escandalosa y una inevitable decadencia.

El cambio agazapado en este sistema arcaico, es un cambio para peor. Inadaptado a las exigencias de la vida actual y una gran amenaza que alimenta la incertidumbre para las próximas elecciones. En lugar de una administración competitiva, abierta a todos y que reclute los mejores individuos, instalará una oligarquía de unos miles de revolucionarios seleccionados por su afinidad política, por su formación ideología contestataria y por una enorme capacidad dialéctica para echar las culpas de sus errores a todos los demás.

Aquí ocupa su lugar la esperanza.

Esperanza de que el 28 de junio puedan ser anulados los plenos poderes. Esperanza de que el 28 de junio cambie la política fiscal para reducir el gasto político y bajar los impuestos. Esperanza de que el 28 de junio se deroguen las retenciones que expolia al campo y la cadena agropecuaria. Esperanza de que el 28 de junio comience a recrearse un clima de negocios y de incentivo a la inversión, basada en el respeto a los derechos y garantías individuales consagradas por la gloriosa constitución de Juan Bautista Alberdi.

Por eso, es necesario e imprescindible, cuidar la salud mental, obrar con inteligencia y esperar contra toda desesperanza. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio I. Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad.

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