El tero es un ave muy común en nuestro país. Una de sus características es que es muy frecuente, en el campo, que moleste a los caminantes con sus típicos gritos, pero ubicándose lejos de los nidos para despistarlo sobre cuál es la verdadera ubicación de la morada de sus pichones. Es decir, pone los huevos en un lugar y grita en otro para despistar a la gente que ocasionalmente puede pasar caminando.
Al escuchar a Kirchner con su típico discurso altisonante acusando a los supermercados de desestabilizar al Gobierno aumentando los precios y generando inflación, inmediatamente me acordé de este pájaro. Es que Kirchner, al igual que el tero, con su discurso distrae la atención de la gente. Mientras el Banco Central de la República Argentina (BCRA) emite moneda a marcha forzada para sostener artificialmente alto el tipo de cambio, hecho que genera el proceso inflacionario que estamos viviendo y hace caer el salario real de la gente, Kirchner grita hacia otro lado inventando un culpable para que la gente no mire hacia el Banco Central.
La pregunta que debería responder Kirchner es la siguiente: ¿por qué en la década del 90 los supermercados no aumentaban los precios y ahora sí? ¿Por qué los supermercadistas, los dueños de frigoríficos, empresas lácteas, por nombrar sólo algunos, pasaron de ser buenas personas a malas personas? ¿Por qué en los 90 eran buenos y no subían los precios y en la era Kirchner son malos y los suben?
Parece ser que el presidente cree haber descubierto una nueva teoría de la inflación: la teoría de la conspiración. Según esta teoría, un país puede entrar en un proceso ascendente de inflación producto del comportamiento de los empresarios que, vaya uno a saber por qué causa, en determinado momento, deciden todos, al mismo tiempo, incrementar los precios de sus productos. Porque en realidad el presidente salió con los tapones de punta contra los supermercados por el tema de los alimentos, pero nada dijo del rubro que más aumentó sus precios desde la devaluación hasta ahora, que es la indumentaria. Entre diciembre de 2001 y septiembre de 2005, según el Índice de Precios al Consumidor (IPC), que elabora el INDEC, la indumentaria subió el 100,2%, en tanto que los alimentos crecieron el 96,7%. ¿Qué lo lleva al presidente a levantar su dedo acusador contra los supermercados, si la indumentaria y la industria textil subieron más los precios que los alimentos? ¿Ignorancia, mala fe, falta de información? Vaya uno a saber. Pensará que la gente puede andar desnuda por la calle sin ningún problema, pero dejar de comer no se puede.
Un poco más prolijo fue Lavagna, ya que su línea de argumentación para explicar la inflación no fue tan poco profunda desde el punto de vista intelectual y recurrió al argumento de la falta de inversión. Es decir, el ministro explicó que si hay inversiones y aumenta la oferta de bienes y servicios gracias a la mayor capacidad de oferta, los precios tenderán a bajar y la inflación podrá controlarse. Lo que le falta aclarar a Lavagna es que para que haya inversiones tiene que haber condiciones institucionales que las atraigan. Ahora, si uno tiene ausencia de respeto por los derechos de propiedad, confiscación impositiva, legislación laboral impresentable, arbitrariedad en la estructura de precios relativos y un presidente que constantemente hace un gran despliegue de agresividad e intolerancia, difícilmente Lavagna alcance su sueño de aumentar las inversiones, para incrementar la oferta de bienes y servicios y, según su teoría, contener la tasa de inflación. Por otro lado, sería bueno que el ministro, hombre no improvisado en temas económicos, le diera un vistazo a la expansión monetaria que viene llevando a cabo el BCRA para sostener el tipo de cambio en los niveles actuales.
Justamente, sobre este tema, un economista adicto a este Gobierno publicó la semana pasada una nota tratando de ignorantes a quienes criticamos la política monetaria del BCRA.
Según este economista, no hay ningún problema en que el BCRA emita pesos y luego retire los pesos del mercado colocando deuda (bonos) porque si bien el pasivo aumenta (por los pesos que emite el BCRA o por los bonos que coloca en el mercado), también se incrementa el activo por la mayor cantidad de reservas. En otras palabras, el patrimonio neto del BCRA queda intacto, porque emite para comprar dólares (emite el pasivo que son los pesos en circulación) pero también le aumenta el activo (por la mayor cantidad de dólares en sus reservas).
Lástima que este economista adicto al Gobierno desconoce o se olvidó de una cuestión elemental al momento de leer un balance. ¿Qué es lo que desconoce? Que una cosa es el valor de libros que puede tener un activo y otra muy distinta es el valor de mercado. Si el tipo de cambio está sobrevaluado y el BCRA contabiliza sus reservas a ese precio sobrevaluado, estará teniendo un activo mayor al que realmente tiene. A pesar de que los medios informan todo el tiempo sobre cómo suben las reservas del Banco Central (su activo), como si esto fuera una buena noticia, la realidad es que el patrimonio neto del BCRA se está deteriorando. ¿Por qué? Porque si el BCRA hoy saliera a vender sus reservas al mercado, nadie le pagaría $2,82 por dólar como las tiene valuadas en su activo. No sólo le pagarían menos que ese valor, sino que, además, en este contexto, el valor de su activo (los dólares que tiene en las reservas) bajaría de precio por la mayor oferta, situación que le generaría un quebranto patrimonial dado que el pasivo sigue teniendo el mismo valor de mercado (pesos en circulación y bonos emitidos).
La cuenta es muy fácil. Supongamos que el Banco Central tiene en el activo US$100 de reservas valuados a $2,90 por dólar y que en el pasivo tiene $290 de moneda emitida. Según este economista, no hay problema alguno porque el Banco Central tiene suficiente activo para hacer frente a su pasivo. El problema es si efectivamente esos US$100 tienen un precio de mercado de $2,90. Si el BCRA sale a vender esos US$100 y el mercado le paga, por ejemplo, $2,5, el activo del banco medido a valor de mercado es de $250 contra un pasivo de US$290. Esto, que lo entiende el almacenero de la esquina, parece no entrarle en la cabeza a los economistas de la era K. Viven en un mundo que no existe, pero están convencidos de que ese mundo es real y, encima, quieren convencernos que ese mundo de ficción es nuestro paraíso.
Si alguien pudiera explicarle a los funcionarios del actual Gobierno, incluido el presidente, la diferencia entre valor de mercado y valor de libros, podrían darse cuenta de que el BCRA está deteriorando su patrimonio y que el resultado de ese deterioro patrimonial se traduce en la inflación que está padeciendo la población. El Banco Central está emitiendo moneda para comprar a un precio más caro que el de mercado una mercadería llamada dólares y cae en la ficción de creer que ese valor artificial que él paga se lo va a pagar el mercado.
En definitiva, a esta altura del partido, yo no sé si no saben distinguir entre valor de libros y valor de mercado, o se hacen los distraídos y saben muy bien lo que están haciendo, mientras gritan contra los supermercados y, al igual que el tero, tratan de distraer a la gente del zafarrancho que está armando el Banco Central y el Gobierno con su ficción del dólar artificialmente alto. © www.economiaparatodos.com.ar |