No se vislumbra, al menos por el momento, posibilidad alguna de que la crisis de la seguridad pública encuentre siquiera una vía de solución. El motivo de esta situación es que la aplicación de los métodos apropiados para combatir eficazmente la delincuencia no resulta electoralmente rentable. Por ende, los políticos, actuando conforme lo aconsejan las leyes del mercado (ese engendro satánico creado por los poderosos para oprimir a los débiles) no se preocupan por resolver menudencias tales como violaciones, secuestros, mutilaciones, asaltos, homicidios y otras nimiedades. Pero es necesario admitir que la conducta de los políticos tiene su lógica: si la obtención de resultados en la lucha contra la inseguridad no suministra beneficios electorales, es comprensible que no la prioricen. La causa, en este caso, no está tanto en los políticos como en el electorado que privilegia otro tipo de factores a la hora de votar.
Es indudable que, en tanto esta circunstancia no se modifique, la situación en cuanto a la inseguridad pública no cambiará. Seguiremos viviendo bajo el imperio de la delincuencia indefinidamente. Y no parece, dentro de un plazo previsible, que esto vaya a cambiar. No se percibe, más allá de la repercusión mediática, que la resolución de la crisis de la seguridad pública vaya a convertirse en un factor determinante de los resultados electorales en un término breve. Por lo tanto, la actitud de los políticos en relación a estos temas tampoco cambiará próximamente y la delincuencia continuará sin disminuir.
Dado este cuadro de situación, lo que nos queda por analizar es la conducta del electorado. ¿Por qué, si la falta de seguridad es un factor que preocupa, no pesa electoralmente? Que la inseguridad preocupa lo demuestra, por ejemplo, el éxito que en su momento tuvieron las convocatorias lanzadas por Juan Carlos Blumberg. Pero el contraste entre esa respuesta y la falta de resultados electorales correlativos pone aún más de manifiesto la ruptura entre los sentimientos colectivos y los votos… A la población la falta de seguridad le preocupa pero no vota en el sentido de sus preocupaciones, por lo menos en relación a este tema. Y entonces, tenemos acá dos hipótesis: o creemos que la Argentina es un país habitado mayoritariamente por gente que actúa deliberadamente en contra de sus convicciones, o, lo que es más factible, admitimos que, paralelamente a la demanda de mayor seguridad, está operando algún motivador que impulsa al pueblo a votar en sentido opuesto.
Chacho Álvarez –que, independientemente, de su orientación ideológica es un hombre muy inteligente- hacía en su momento un análisis muy interesante para explicar la victoria de Carlos Menem en las elecciones presidenciales de 1995, cuando obtuvo su reelección. La cuestión era que si había un consenso generalizado respecto de que en el gobierno de Menem había mucha corrupción, ¿cómo se explicaba que hubiera obtenido el 50% de los votos? Álvarez explicaba esta situación diciendo que aquellos que habían votado por Menem sabían perfectamente de la corrupción que había en ese gobierno, pero priorizaban la garantía que Menem representaba en relación al mantenimiento de la estabilidad de la moneda, en una época en la que la hiperinflación era un hecho relativamente reciente… Un argumento análogo es el que cabe esgrimir para explicar la conducta electoral de la ciudadanía argentina respecto del tema de la seguridad pública.
Existe en la ciudadanía la demanda de que se apliquen políticas más enérgicas en relación a la seguridad pública. Sin embargo, el problema radica en que la ejecución de esas políticas implica muchas otras situaciones que traen aparejados conflictos: el otorgamiento de mayores facultades a las fuerzas policiales, con el consiguiente riesgo de que se produzcan todo tipo de abusos; la oposición de activistas de Derechos Humanos a la aplicación de políticas más estrictas en el área de seguridad y las subsiguientes dificultades para encauzar la situación política que sobrevendría de estas diferencias; el hecho de que existe acuerdo en que es necesario hacer algo para resolver el problema de la inseguridad pero no existe acuerdo acerca de qué es lo que sería conveniente hacer; entre otras cuestiones. Todo esto forma parte del sentimiento colectivo. Hay, al mismo tiempo, angustia por la falta de seguridad y dificultades que hasta ahora han resultado insalvables para diseñar un curso de acción viable para resolver el problema.
Por el momento, la situación está estancada. No hay salida posible a la vista. Estamos inmersos en contradicciones que no hemos podido resolver todavía. Pero es necesario y conveniente que ante todo nos hagamos cargo de nuestras propias contradicciones. Quizá así consigamos, al menos, empezar a aclararlas ante nosotros mismos y comencemos a transitar el camino que nos permita avanzar hacia una superación. Pongamos estas cuestiones en “blanco sobre negro”, tengamos la valentía intelectual de arriesgarnos a reconocer y debatir esta clase de problemas y tomemos conciencia de que es así como lograremos avanzar hacia su resolución. No es trágico tener contradicciones. Por el contrario, las contradicciones son inherentes a la condición humana. Lo grave es negarlas y no resolverlas. No incurramos en ese error porque será en nuestro propio perjuicio. © www.economiaparatodos.com.ar |