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jueves 8 de marzo de 2007

Ironías

Mientras uno de los candidatos a la presidencia francesa recibió una condena penal por el incendio de un McDonald’s, el presidente Kirchner fue superado en cantidad de acuerdos firmados con Venezuela por el primer mandatario iraní.

Francia: un duro “despertar” para Bové

Uno de los personajes realmente más desagradables de la izquierda radical, por su horrible mezcla de petulancia, prepotencia y patoterismo, es el francés José Bové.

Me refiero al bigotudo líder de la izquierda rural gala, uno de esos que (a la manera de nuestros Fernández) usa un grueso bigote para tratar de amedrentar a los demás y emular a Pancho Villa o a Aníbal o Alberto Fernández. Un hombre que dice luchar contra la globalización y que, para ello, se dedica a incendiar –cobardemente– locales de McDonald’s y a pronunciar constantes frases soeces contra quienes él considera sus enemigos. Como tantos, en nuestras propias latitudes.

Sintiéndose espléndido –y contando con el apoyo incondicional de la izquierda radical, incluyendo la de América Latina (que curiosamente le perdona el pecado de ser uno de los más ardientes defensores del proteccionismo agrícola francés, en beneficio propio, desde que Bové tiene su propio establecimiento agrícola y cobra los enormes subsidios que le permiten vivir mucho mejor que cualquiera de sus equivalentes en el Tercer Mundo)– Bové tuvo la audacia de presentar su candidatura a la presidencia de Francia, la que presumiblemente le restará algunos votos de la izquierda radical a Ségolene Royal (quien, por sus gaffes reiteradas en materia de política exterior, no parece capaz de acceder al sillón presidencial que hoy ocupa el desteñido y envejecido Jacques Chirac, al que presumiblemente reemplazará Nicolás Sarkozy).

Sin embargo, cuando seguramente Bové creía parecerse a Napoleón (o a De Gaulle) las cosas se le complicaron, fuertemente. La Cámara de Casación francesa confirmó la condena impuesta en primera instancia a cuatro meses de prisión por las tropelías y delitos cometidos por el líder campesino en perjuicio del propietario de un local de McDonald’s que fue exitosamente atacado por José Bové y sus huestes en Menville, Haute-Garonne, en julio de 2004. Se trata de una cuestión penal que Bové había logrado “pedalear”, hasta ahora.

Las apelaciones de otros dos de sus compinches –uno de ellos diputado nacional y otro diputado europeo, seguramente por haber cooperado en la “hazaña” de haberle prendido fuego al local de las hamburguesas– también fueron rechazadas, con justicia.

Un juez penal debe ahora decidir si encarcelará, o no, a Bové. Si lo hace, seguramente su campaña presidencial será un fracaso. Si no lo hace, sus partidarios lo aplaudirán a rabiar. Como la pena no lo priva, insólitamente, de sus derechos civiles, Bové ya ha anunciado que seguirá siendo candidato.

La alternativa es la de la libertad condicional, aunque con un brazalete electrónico, para que las autoridades sepan siempre donde Bové está, lo que le haría más difícil pretender quemar otro local de venta de hamburguesas y repetir su “hazaña”.

Increíble, pero hay gente que admira a Bové. ¿Qué tendrán en la cabeza? A juzgar por las intenciones de voto para la elección presidencial que se avecina, un 3% de los franceses conforma el grupo de seducidos.

Kirchner compite -y pierde- con Ahmadinejad

Muchos (en todos los rincones del mundo) parecen competir por tratar de obtener una sonrisa (acompañada ciertamente de algunos dulces petrodólares) de Hugo Chávez, quien acaba de lograr transformar su anterior trío de países latinoamericanos pertenecientes a la izquierda radical en lo que ahora es ya todo un quinteto al que, además de Bolivia, Cuba y Venezuela, se han incorporado recientemente también Ecuador y Nicaragua. Con todos sus mandatarios actuando sin corbata; simbolizando algo que no se sabe bien qué es, pero algo ciertamente. Quizás, el repudio de Occidente

Todos y cada uno de esos países (y sus sociedades) están cautivos de una retórica marxista absolutamente retrógrada que, disfrazada de siglo XXI, sirve todavía para vender ilusión, al menos por un rato.

Es cierto que, entre todos esos países, no suman mucho. Pero, como son desagradablemente descorteses –e incansablemente vociferantes–, hacen mucho ruido, sin parar, y, con su extraño amor a la patología, desequilibran y confunden a muchos en la región toda. Incluyendo a algunos de sus mandatarios.

La competencia por el “bolsillo profundo” de Chávez atrae no sólo a las naciones de la región, sino también a algunos países de otros continentes, como es el caso de Bielorrusia, Corea del Norte e Irán, todos abiertamente hermanados en la lucha que el presidente de Venezuela plantea y personifica contra el resto del mundo en su conjunto y contra los Estados Unidos, muy en particular.

La Argentina de Néstor Kirchner (embelesada por el apoyo financiero, caro pero oportuno, recibido del “bolivariano”, reemplazante oficial del Fondo Monetario Internacional para un país que, pese al autobombo, aún no puede acceder a los mercados internacionales de crédito) no se ha quedado demasiado atrás, como veremos enseguida.

Es que al presidente argentino le atraen la ordinariez que despliega Chávez y su explosiva retórica. Tan es así que, en tan sólo tres años y medio de gestión por parte de la administración kirchnerista, se firmó nada menos que el 39% de los 119 tratados bilaterales que nuestro país acordó con Venezuela todo a lo largo de la historia. Treinta y siete, concretamente. Uno cada cinco semanas. Casi uno por mes. ¡Pavada de ritmo!

Un verdadero aluvión de temas y de papel, entonces, que debiera generar un intercambio bilateral más intenso que nunca entre ambos países.

Sin embargo, si uno recuerda el aluvión de convenios comerciales suscriptos por la Argentina con los países del mundo socialista en tiempos de otro conocido compañero de ruta, de idénticos perfiles ideológicos (me refiero al audaz José Ber Gelbard), cabe aspirar a que no terminemos ahora como en ese caso, esto es, llenos de créditos a cobrar, alguna vez, eventualmente. Tan sólo eso.

Como es sabido, pese a su enorme deseo de estrechar firmemente las manos de sus dos nuevos correligionarios –Daniel Ortega, en Managua, y las del joven Rafael Correa, en Quito– nuestro presidente no pudo juntarse con ellos. Y debió conformarse con mandar a sus fieles suplentes.

Seguramente porque no se animó (en un año clave, esto es electoral) a cruzarse públicamente con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, después de haberse lanzado (tardíamente) contra todos los oligárquicos clérigos iraníes en la causa de la AMIA. Tenía, quizás, alguna pavura al papelón, o a los incidentes. Porque, en materia de estilos confrontativos y capacidad de generar conflictos, nuestro Néstor Kirchner, comparado con Mahmoud Ahmadinejad, no vale gran cosa. Paga poco. Y en materia de frases duras e insultos constantes, Ahmadinejad también lo supera. Por poco, quizás, pero lo supera.

Para peor, pese al excelente promedio de Kirchner en materia de suscripción de tratados con Venezuela, Ahmadinejad lo dejó, de pronto, seco. De un solo viaje, el persa aprovechó la reciente visita a Caracas para firmar allí nada menos que 120 distintos acuerdos. Cuatro veces más que Kirchner, al que dejó cual pigmeo. Con una capacidad de suscripción de acuerdos que recuerda a la AK-47. Una actitud para el Libro Guiness de los Récords, por supuesto. Un número de acuerdos, por su nivel y por la diversidad de temas que incluye, absolutamente imbatible. Ni por Kirchner.

Por esto está bien claro que, con Irán, respecto del corazón de la izquierda venezolana, personificada en Hugo Chávez, Kirchner perdió feo. Por goleada.

No somos nada, don Néstor. Y lástima haberse perdido dos viajes al exterior, especialmente cuando se trataba de encuentros en los que casi todos hablaban (a su manera) el castellano; lo que hubiera evitado que usted estuviera, como sucede en otros escenarios externos en los que se hablan otros idiomas, en la “luna de Valencia”. Así son las cosas.

Post Scriptum

En mi última colaboración, me referí a la situación de Turkmenistán luego de la sorpresiva muerte de su ex presidente, el dictador Saparmurat Niyazov.

A lo ya expresado cabe ahora agregar que, el entonces presidente interino, Gurbanguly Berdymukhammedov, es ya (como suele suceder en los regímenes no democráticos) el presidente constitucional de Turkmenistán.

En efecto, Berdymukhammedov –un burócrata de profesión dentista, de 49 años de edad– se consagró presidente luego de haber sido votado masivamente (como también suele suceder en las dictaduras, que simulan burdamente tener un andar democrático) por una ola de votos entusiasta, compuesta por el 90% del electorado local.

En línea con las características de los regímenes que sólo aparentan ser democráticos, pero que en realidad no lo son, la elección de Berdymukhammedov resultó posible luego de que se suspendiera rápidamente la prohibición constitucional expresa que no permitía a un presidente interino ser electo, desde esa posición, para un período constitucional.

Pese a todas estas señales, ciertamente negativas, algunos observadores occidentales especulan con que una nueva etapa puede bien haber comenzado. Una que, lentamente, comience a desarmar algunos de las estructuras e instrumentos totalitarios con los que, en su momento, el corrupto gobierno de Niyazov administraba a su país como si fuera una gran empresa propia. “Para los amigos todo, para los enemigos, ni justicia”, habría seguramente dicho alguno ante lo sucedido, recordando así a otro tirano. Porque así era Niyazov, que se hacía llamar el “turkmenbashi”, o sea el “padre” de todos los turkmenos, y dejó a su muerte un país que quedó, cual paria, aislado del resto del mundo, como también suele suceder con los tiranos.

No obstante, para muchos, el nuevo presidente es sólo un representante de la elite local conformada por jerarcas de los servicios de seguridad, que es la que efectivamente gobierna a Turkmenistán. Sugestivamente parecido a lo que sucede en la Rusia de Vladimir Putin, como para no imaginar algunos obvios paralelos. Aunque lo cierto es que, salvando las distancias, Berdymukhammedov todavía tiene mucho que aprender de su exitoso colega ruso. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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