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jueves 2 de noviembre de 2006

¿La Biblia o el calefón?

Mientras el presidente pregona a los cuatro vientos que la Argentina es un país seguro para los inversores y que aquí los esperamos con los brazos abiertos, muchas de las medidas de gobierno apuntan en una dirección totalmente contraria.

No hace mucho tiempo, el presidente visitaba la ciudad de Nueva York y mantenía encuentros con algunos empresarios norteamericanos al tiempo que protagonizaba la ceremonia del Opening Bell en el NYSE. Allí, dijo que la “Argentina regresaba al lugar del que nunca debió haberse ido”, en referencia al recinto que simboliza como nada a los mercados internacionales. Luego, en reuniones privadas, dijo a quien quiso escucharlo que “los empresarios no son tontos y saben en qué lugar se gana dinero, por eso (vendrían a la Argentina)”.

Se trata de definiciones aparentemente categóricas sobre el sesgo que el país pretende mostrarle a los inversores: la idea de que aquí se va a recibir con beneplácito a quienes arriesguen su dinero en nuestro mercado, asegurándoles un orden jurídico justo y razonable que se adecue a las realidades de la lógica económica.

Sin embargo, la inclinación predominante del Gobierno no deja de emitir señales de enemistad, desconfianza y de un trato bravucón para los hombres de negocios y las empresas.

La amenaza de aplicar la incalificable Ley de Abastecimiento y de llevar adelante persecuciones legales que pongan en prisión a quienes aumenten los precios implica enviar una señal que va en la dirección contraria de los dichos presidenciales en Estados Unidos.

¿Dónde se ubica el presidente? ¿Cuál es su verdadera cara? El impresentable secretario de Comercio, Guillermo Moreno, ¿habla por Kirchner o es un kamikaze con lenguaje militar que se lanza sólo para satisfacer quién sabe qué aspiración totalitaria?

Creer que la Argentina podrá terminar de asentar una estrategia de crecimiento sostenido en contra de los intereses de las empresas que invierten es tener una visión tan inocente y distorsionada de lo que es la realidad económica que uno no sabe bien si adjudicar nuestros pesares a la ceguera o directamente a la ignorancia.

¿Participará el presidente de la creencia de que es posible organizar un sistema en donde un conjunto de oscuros burócratas le ponga precio a cada producto de la economía? ¿Creerá Kirchner que es posible establecer divisiones arbitrarias entre productos “importantes” y productos “no importantes”? ¿Qué lo llevaría a incluir a algunos productos en una categoría y a otros en otra? ¿Por qué hoy en día la sociedad gasta dinero en pagarle a funcionarios que llegaron a la conclusión de que el yogur incluible en los listados de precios controlados es el de vainilla, pero no el de frutilla? ¿Hasta dónde se va a estirar esta inoperante casuística?

Esta cohabitación entre dichos que apuntan a endulzar los oídos de cuyas decisiones depende la continuidad del crecimiento y hechos que repudien las más mínimas elementalidades económicas no puede continuar. Personajes que son más compatibles con un cuartel militar que con una subsecretaría del área económica del gobierno no pueden continuar.

La rentabilidad es la razón de ser del capitalismo y de las empresas que actúan en un marco económico libre. La manera de regular la rentabilidad con mecanismos de mercado es la competencia, no la cárcel.

Es posible que Moreno esté formado en ideas cuyo objetivo consista en hacerle perder la libertad a la gente y que, por lo tanto, sea más fuerte que él la tentación de amenazar con la prisión. Pero la Argentina no puede darse el lujo de trasmitir sensaciones que la alejen del flujo de las inversiones. La Argentina no puede darse el lujo de confiar el trato económico con los inversores a un bocón que se contenta con alardear autoridad sin distinguir la verdadera conveniencia del país.

El país no puede girar alrededor de los dichos y los dislates de un oscuro funcionario de segundo orden. Es el presidente el que debe alinear al país detrás de un conjunto ordenado de ideas que deje de lado los dislates. Más temprano que tarde, Kirchner deberá hablar con claridad y actuar en consecuencia. Los discursos y los hechos contradictorios sólo parecen reunir lo mejor de ambos mundos por un lapso corto de tiempo. Al cabo de ese espacio marcado por la incoherencia la realidad reclama que las palabras y las realizaciones tiendan a converger. No falta mucho para eso.

Sólo resta saber si la inclinación final del presidente llevará al país por el camino compatible con las inversiones o si, por el contrario, perfeccionaremos un estado policial que deje conforme las divagaciones ideológicas de algunos pero condene a la miseria a todos. © www.economiaparatodos.com.ar

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