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jueves 28 de octubre de 2004

“La democracia en América”, de Alexis de Tocqueville

En este libro, Tocqueville analiza el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos. El objetivo final de este gran pensador era defender la libertad de los hombres de toda clase de atropellos.

Alexis de Tocqueville sostiene en “La democracia en América” (Guadarrama, Madrid, 1696) que el sistema democrático es el medio más apropiado para defender la libertad de los hombres. Según él, la manera en que había evolucionado esta forma de gobierno en los Estados Unidos se acercaba mucho, aunque no del todo, al ideal. Tocqueville se preocupaba en señalar que, si los poderes no están apropiadamente equilibrados, la democracia se puede transformar en una tiranía igual a la de las monarquías absolutas.

La democracia es, para Tocqueville, un medio y no un fin, el fin es la libertad de los individuos y ésta no puede existir cuando los gobiernos, aun los democráticos, no tienen límites a sus poderes.

Transcribimos, a continuación, algunos párrafos de la extensa obra:

“Considero impía y detestable esa máxima de que, en materia de gobierno, la mayoría de un pueblo tiene derecho a hacerlo todo y, sin embargo, pongo en las voluntades de la mayoría el origen de todos los poderes. ¿Estoy en contradicción conmigo mismo?

Existe una ley general que ha sido hecha, o al menos adoptada, no sólo por la mayoría de tal o cual pueblo, sino por la mayoría de todos los hombres. Esa ley es la justicia.

La justicia forma, pues, el límite del derecho de cada pueblo.

Una nación es como un jurado encargado de representar a la sociedad universal y de aplicar la justicia, que es su ley. El jurado, que representa a la sociedad, ¿debe tener más poder que la propia sociedad cuyas leyes aplica?

Así, pues, cuando me niego a obedecer una ley injusta, no niego, en absoluto, a la mayoría, el derecho a mandar; apelo, solamente, desde la soberanía del pueblo, a la soberanía del género humano.

Hay gente que no ha temido decir que un pueblo, en los objetos que no le interesaban más que a él mismo, no podía salir enteramente de los límites de la justicia y de la razón, y que así no se debía temer el dar todo el poder a la mayoría que la representa. Pero ése es un lenguaje de esclavo.

¿Qué es, pues, una mayoría, tomada colectivamente, sino un individuo que tiene opiniones y con mucha frecuencia intereses contrarios a los de los otros individuos, que se llama la minoría? Y si se admite que un hombre revestido de la omnipotencia puede abusar de ella contra sus adversarios, ¿por qué no se admite lo mismo en una mayoría? Los hombres, al reunirse, ¿han cambiado de carácter? ¿Se han vuelto más pacientes ante los obstáculos, al hacerse más fuertes? Por mi parte, no lo creería; y el poder de hacerlo todo, que niego a uno solo de mis semejantes, no se le concederá jamás a varios.

No es que, para conservar la libertad, crea que se puedan mezclar varios principios en un mismo gobierno, de manera que se opongan realmente uno a otro.

El gobierno que se llama mixto me ha parecido siempre una quimera. No hay, a decir verdad, gobierno mixto (en el sentido que se le da a esta palabra), porque en cada sociedad se acaba de descubrir un principio de acción que domina a todos los demás.

La Inglaterra del pasado siglo ha sido especialmente citada como ejemplo de estas clases de gobierno, era un Estado esencialmente aristocrático, aunque en su seno se encontrasen grandes elementos de democracia; porque las leyes y las costumbres estaban establecidas de tal forma que la aristocracia debía, a la larga, predominar y elegir, a su voluntad, los asuntos públicos.

El error ha salido de que, al ver sin cesar los intereses de los grandes enfrentados con los del pueblo, no se ha pensado más que en la lucha, en lugar de prestar atención al resultado de esa lucha, que era el punto importante. Cuando una sociedad llega a tener realmente un gobierno mixto, es decir, igualmente repartido entre principios contrarios, entra en revolución o se disuelve.

Pienso, pues, que siempre hay que colocar en alguna parte a un poder social superior a todos los demás, pero creo la libertad en peligro cuando ese poder no encuentra ante sí ningún obstáculo que pueda contener su marcha y darle tiempo a moderarse a sí mismo.

La omnipotencia me parece, en sí, una cosa mala y peligrosa. Su ejercicio me parece por encima de las fuerzas del hombre, quienquiera que sea, y no veo más que a Dios que pueda ver, sin peligro, todopoderoso, porque su sabiduría y su justicia son siempre iguales a su poder. No hay, pues, sobre la tierra, autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sagrado, que yo quisiera dejar actuar sin control y dominar sin obstáculos. Así, pues, cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacer todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ejérzase en una monarquía o en una república, digo: ahí está el germen de la tiranía, y me marcho a vivir bajo otras leyes.

Lo que se reprocha más al gobierno democrático, tal y como se ha organizado en los Estados Unidos, no es, como mucha gente pretende, en Europa, su debilidad, sino, por el contrario, su fuerza irresistible. Y lo que más me repugna en América, no es la extrema libertad que allí reina, sino la poca garantía que allí existe contra la tiranía.

Cuando un hombre o un partido sufren una injusticia en los Estados Unidos, ¿a quién quieren que se dirija? ¿A la opinión pública?, ella es la que forma la mayoría; ¿al cuerpo legislativo?, representa a la mayoría y le obedece ciegamente; ¿al poder ejecutivo?, la fuerza pública no es otra cosa que la mayoría bajo las armas; ¿al jurado?, el jurado es la mayoría revestida del derecho de pronunciar sentencias: los jueces mismos, en ciertos Estados, son elegidos por la mayoría. Por inicua e irrazonable que sea la medida que os afecta, tendréis que someteros a ella.

Supongan, por el contrario, un cuerpo legislativo compuesto de tal manera que represente a la mayoría, sin ser necesariamente el esclavo de sus pasiones; un poder ejecutivo que tenga una fuerza que le sea propia, y un poder judicial independiente de los otros dos poderes; tendrías todavía un gobierno democrático, pero casi no habría oportunidades para la tiranía.

No digo que actualmente se haga en América un uso frecuente de la tiranía, digo que no se descubre allí ninguna garantía contra ella, y que hay que buscar las causas de la suavidad del gobierno en las circunstancias y en las costumbres, más que en las leyes.” (páginas 157-161) © www.economiaparatodos.com.ar




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