La enfermedad presidencial no cuenta
Si acaso otra hubiera sido la gravedad de su dolencia y hubiera sido ella, al mismo tiempo, candidata de su partido, seguramente el estado de salud de Cristina Fernández habría incidido en el animo de algunos votantes. Nunca sabremos de cuántos, exactamente, porque lo cierto es que la intervención quirúrgica a la cual fue sometida el lunes 7 no obró un cambio de proporciones en el panorama político electoral. Una cosa es que a la mayoría de los argentinos la noticia le haya impactado y que desee la pronta recuperación de la viuda de Kirchner. Otra, harto diferente, es que piense modificar su voto el próximo 27 de octubre a favor del Frente para la Victoria, por el mal que debe sobrellevar la presidente.
Imaginar que la pena o lástima podrá resucitar a Martín Insaurralde en el distrito bonaerense, mejorar sensiblemente las chances de Jorge Obeid en Santa Fe o potenciar, de una manera superlativa, a los alicaídos Daniel Filmus y Juan Cabandié en la Capital Federal, es no entender que el sentimentalismo característico de nuestro pueblo se manifiesta, en ocasiones como ésta, en beneficio del enfermo o, si se trata de un muerto, alcanza sólo a su familia. Dicho en forma distinta: la desaparición del santacruceño fue crucial en el triunfo de su mujer en el año
2011, de la misma manera que la de Raúl Alfonsín favoreció la imagen e intención de voto de su hijo Ricardo. Difícilmente la muerte de uno y otro habría podido ser un espaldarazo para cualquiera que no llevase el apellido Kirchner o Alfonsín.
Si hubo quienes en el oficialismo pensaron que la enfermedad presidencial tendría alguna consecuencia significativa sobre el electorado, las encuestas que se han conocido hasta aquí parecen demostrar que no hay nada de eso. Como tampoco ha surtido efecto la batería de anuncios efectuados por el gobierno antes de la operación de Cristina Fernández.
Si bien un relevamiento serio, el de Federico González muestra un acortamiento de la distancia que separa a Sergio Massa de Martín Insaurralde —habría descendido de nueve a siete puntos— nadie duda de la victoria contundente del intendente de Tigre a expensas de su rival de Lomas de Zamora. Que Massa se imponga por 7 puntos o por 12 no es exactamente lo mismo en términos de los diputados y senadores que obtendrían —según fuese el resultado— el Frente Renovador y el FPV. Pero el efecto principal no cambiaría mucho en razón de que, con 7 ó con 12 puntos a su favor, Massa clausuraría toda posibilidad de reelección y le infligiría a Cristina Fernández un golpe demoledor en punto a la continuidad del kirchnerismo después de 2015.
Es evidente que, más allá de no reconocerlo en público por elementales razones de concesión política, el gobierno tratará con los medios a su alcance —que no son muchos— de preservar la gobernabilidad y de ejercer en plenitud el poder que todavía reivindica con éxito, lo cual no es poco después de diez años. El ir por todo, que significaba, básicamente, hacer realidad la reforma de la Constitución como condición necesaria de la re-re, ha sido archivado hace rato. En su reemplazo ahora ha cobrado vigencia otra idea.
El kirchnerismo, como cualquier ser vivo que se niega a desaparecer sin dejar rastro de su existencia, baraja alternativas y forja planes tácticos y estratégicos. Por de pronto, intentará fijar las reglas de juego de cara a 2015 y tratará de asegurarse un lugar de privilegio entre las fuerzas políticas que dirimirán supremacías luego de que Cristina Fernández abandone la Casa Rosada. En este contexto cobran sentido, por ejemplo, las gestiones que en las últimas semanas realizaron la presidente, primero, y Carlos Zannini, después, tratando de convencer a la Corte Suprema de
Justicia acerca de la necesidad de que falle, antes de las elecciones, en el caso más importante que tiene entre manos: la ley de medios.
El kirchnerismo creyó siempre —y quienes tuvieron acceso directo al santacruceño al inicio de su gestión han contado en innumerables oportunidades hasta dónde este tema lo obsesionaba— que, en tanto y en cuanto no pactara con Hugo Moyano y Héctor Magnetto, la gobernabilidad sería difícil de preservar. Fue por eso que trazó una alianza tácita con esos dos poderes fácticos, cuya duración sobrevivió al primer período presidencial de los Kirchner. Luego sucedió lo que todos conocemos: primero, durante la disputa con el campo voló en pedazos la buena vecindad con Clarín y más tarde, muerto el gestor del pacto, vino la pelea a muerte de su mujer con el camionero.
A esta altura y pensando en los años por venir —plagados de dificultades— Cristina Fernández y Carlos Zannini, entre otros, consideran que, si la Corte no se expide de manera favorable al gobierno, Clarín —envalentonado por esa eventual victoria— representaría a futuro un enemigo temible. Se entienden, pues, las razones por las cuales la presidente se comunicó con Helena Highton de Nolasco para interesarla al respecto. Algo que el secretario legal y técnico repitió después, sólo que con otros interlocutores del tribunal supremo. En cambio, no termina de entenderse por qué creyeron, tanto Cristina Fernández como su principal ladero, que podrían convencer a la Corte de que emitiese su fallo antes del 27 de octubre.
Si sólo se necesitase la voluntad de Eugenio Zaffaroni y de Helena Highton, el kirchnerismo quizá se hubiese salido con la suya. Pero con Carlos Fayt y Carmen Argibay en contra, la empresa de la Casa Rosada estaba condenada de antemano al fracaso. Es prácticamente imposible que la Corte se expida con anterioridad a los comicios legislativos. Es casi seguro que lo hará en algún momento antes de las fiestas de fin de año.
Como quiera que sea, nadie espera que, culminadas las elecciones, se aquieten las pasiones, cedan los antagonismos, se olviden los agravios y se entierren las hachas de guerra. El país asistirá a un escalamiento del conflicto que viene desenvolviéndose con distinta intensidad desde el momento en que el kirchnerismo mostró su verdadero rostro y exhibió sus anhelos
hegemónicos de manera desfogada. Vencido en los comicios, al oficialismo se le presentarán en el corto plazo tres problemas estratégicos: el mencionado de la ley de medios; el de los holdouts, y el de un peronismo que ya no se quedará cruzado de brazos, presto a obedecer las órdenes de Balcarce 50 como un autómata. Hasta la próxima semana.
Por Gentileza: Massot / Monteverde & Asoc.