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lunes 24 de agosto de 2009

La liberación de los Kirchner

El avance indiscriminado del Gobierno sobre los asuntos privados no cesa: ahora le tocó el turno al fútbol. La oposición, mientras tanto, hace mutis por el foro.

“El hombres es el lobo del hombre.”
Thomas Hobbes

Si de realizar un análisis político del actual escenario se trata, se puede observar a simple vista que no cesa el avance indiscriminado de los Kirchner por sobre asuntos privados. Y eso sucede pese a que solamente el mes pasado, la pérdida de las empresas del Estado ascendió a $465 millones. Posiblemente, el uso de eufemismos para evitar que haya un real “darse cuenta”, permite que esto suceda sin que se vislumbren reacciones concretas en la ciudadanía para frenar un poder hegemónico que aún no muestra grandes signos de caída.

Toda la debilidad del kirchnerismo queda en sarcasmo frente a lo contundente de sus actos. La pregunta que deberíamos hacernos es qué hubiese pasado si el 28 de junio, Néstor Kirchner, hubiese triunfado. Porque no habiendo logrado el aval del electorado, sigue haciendo y deshaciendo sin que nadie le ponga freno.

El concepto de Estado más que como una entelequia debería ser considerado como lo que es hoy en día: un sinónimo de la sociedad conyugal que rige los destinos de la Argentina, sin que importen demasiado los resultados. No se evidencia en absoluto el peso de los deseos de la sociedad que se plasmaron en más de un 70% de rechazo al modelo actual.

Ahora bien, al silencio que viene secundando cada nueva afrenta del oficialismo hay que sumar también, el que respalda, de algún modo, la sinrazón de la oposición que, en rigor de verdad, tampoco es tal. En la Argentina de 2009 puede que haya opositores pero no hay una oposición cabal. Esta realidad sesga desde el vamos el concepto de lo democrático. ¿Cómo estructurar una democracia sin partidos políticos que se alternen en el poder, y obren de contralor para evitar actos totalitarios?

El país se halla sumido en un sistema sin contención donde todo es posible. De allí que hablar o debatir acerca de las posibilidades de que no se cumpla el período presidencial se haya tornado una costumbre más que una excepcionalidad. En ese contexto, ni siquiera altera el clima social que Felipe Solá o Francisco De Narváez, por poner apenas unos ejemplos, surjan aspirando al sillón de Rivadavia, al mes de declarar públicamente en todos los programas televisivos, que no aspiraban a la Presidencia, y no habiendo demostrado sus cualidades como diputados por la provincia (ni asumidos ni por asumir todavía).

Nada espanta ya en la Argentina porque la ruptura de reglas ha sido, y sigue siendo, la característica por antonomasia de la política. En ese trance, analizar las conductas de muchos dirigentes que se supone están de la vereda de enfrente es un trabajo fútil y desmoralizante. Pareciera que se esforzaran cada día en distanciarse más de la gente. En medio de las denuncias de pobreza creciente y de una Argentina paralizada por seis años de ignominia, ellos sigue gastando fondos y fuerzas en campañas proselitistas como si el pasado 28 de junio no hubiesen sido protagonistas. Transformaron los deberes inherentes a los candidatos electos, en derechos.

Ante esta realidad, ¿por qué Néstor Kirchner habría de reconocer su fracaso electoral? Si bien se mira, todos están en la misma. La mayoría de los “opositores” no leyeron tampoco el mensaje de las urnas ni acusan recibo de lo que se les ha pedido: ser representantes de los argentinos. Apenas si se representan a ellos mismos. Cada uno se halla en su propia gesta magna, pugnando por la Presidencia con miras al 2011, con tal premura que no advierten o no les importa si acaso la población se harta. Juegan con fuego en un país regado de nafta.

Que las consecuencias a la indecencia institucionalizada no terminen de palparse, no implica que no hayan de surgir en el momento menos pensado. Está claro que los argentinos soportan más de lo que soportaría cualquier pueblo civilizado. El rol de rebaño es el que mejor representamos en este teatro, aún cuando la escenografía nos esté exigiendo otro papel para no desentonar con el decorado. La mansedumbre de la sociedad espanta tanto como el desparpajo de los diferentes actores de política.

A menos de dos meses de las elecciones, no existen ya las fuerzas que han sido votadas para asumir el 10 de diciembre como bloques homogéneos con miras a reformar un Congreso harto vapuleado. Hoy nos ofrecen a cambio, personalismos aislados hasta de sí mismos. No hay atisbo ni de vergüenza siquiera en esas individualidades ciegas. La unidad que vendieron, y compramos, quedó reducida a algunos afiches perdidos en las calles porteñas y en el conurbano.

Ahora bien, ¿cuál es la verdadera razón por la cual resulta inadmisible el deseo de convertirse en Presidente? Cualquiera podría decir que es el desenlace lógico de toda carrera política y tal vez lo sea, pero no en la Argentina donde la lógica no impera. Que comiencen ya una nueva carrera proselitista da pauta de cuán poco les interesa la gente y sus demandas. No ofrecen respuestas y pretenden a cambio beneplacencia.

Más grave todavía es que todas sus oratorias tendientes a desacreditar al kirchnerismo se resienten frente a la copia que resultan ser del mismo. Se mueven por afán de poder, por el kiosco propio, no por interés patrio, ni mucho menos por amor al país y respeto soberano. Disfrazan sus fines con críticas que no aportan un ápice a solucionar la desidia en la que nos encontramos.

En este contexto, que se haya votado en el Congreso una ley sin saber lo que decía o implicaba la aprobación de la misma no genera revuelo ni altera los ánimos en demasía. En cualquier país medianamente serio, un hecho similar haría tambalear la representación popular de manera automática y haría rodar más de una cabeza. ¿Cómo explicar que quienes tienen en su poder la sanción de leyes, no lean siquiera lo que avalan y firman? Este dato que aparece como un asunto menor en los medios, quizás opacado por la liberación de goles, aunque el rescate pagado sea en extremo caro, define a las claras en manos de quienes estamos.

Frente a este estado de cosas, el matrimonio presidencial se siente liberado para continuar su gesta. No hay siquiera autoridad moral capaz de frenarlo. Ello torna impensable una sanción en el corto plazo aunque las denuncias de corrupción y de enriquecimiento ilícito se propaguen. La sociedad, a su vez, no parece estar dispuesta todavía a hacer valer sus derechos. Puede que sea grande el temor al tilde de la destitución o puede que la cobardía le gane. Lo cierto es que, en este trance, lo que sigue es la continuidad de lo que hemos estado viviendo, más de lo mismo: atropellos constantes seguidos de silencios que avalan la afrenta permanente como metodología de gobierno. © www.economiaparatodos.com.ar

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