La peor opción de Macri: perder el tiempo.
“in memoriam” Juan Carlos Cachanosky
Apenas han pasado quince días hábiles del nuevo gobierno. El clima social es esperanzador. Pero la gente común aún no identifica la causa de los graves problemas que están detonando por todos lados. Nadie les explica que son el fruto de doce años de desorden fiscal, de caos monetario y de un obsceno latrocinio exaltado como deliberada reivindicación social.
LA TACTICA DEL MARKETING POLÍTICO.
La opción pública del ing°Macri y sus ministros pareciera ser no mencionar el pasado oprobioso de los últimos años; lo cual suaviza la condena y el juicio crítico que merecen la devastación producida por el gobierno de la familia Kirchner.
La razón de esta táctica hay que buscarla en los extravíos mentales de los asesores de imagen y consultores en marketing político.
Ellos seguramente han convencido al elenco del presidente Macri que “el argentino no es un pueblo racional, sino emocional y voluble; digamos gardeliano”.
Por tanto nunca alcanzará a entender las relaciones de causa-efecto ni es capaz de elaborar juicios críticos por sí mismo. En apoyo de su enfoque dirán que es habitual no saber distinguir el efecto-impacto de una decisión política de las consecuencias-inducidas por medidas de vieja data.
De allí que esos personajes, sugieran entretener a los ciudadanos con frases estandarizadas de la gran comedia política sobre la democracia y las instituciones.
Algunos advenedizos de este marketing ejercen gran influencia sobre personalidades políticas poco vigorosas y con ideas pusilánimes. Casi siempre carecen del pensamiento prospectivo. Sin embargo, es el único que hace posible los cambios deseables, necesarios para construir la historia grande de la Patria.
La antítesis de esta concepción mezquina y rastrera fue expresada por el Gral. Charles De Gaulle en sus Mèmoires d’Espoir (Plon,1971): Francia nunca podrá ser LA FRANCE sin “la grandeur” de sus gobernantes. Pero es esencial que “la grandeur” de su gloria esté acompañada por la humildad de sus gestos, la honradez de su conducta y la sensatez de sus decisiones.
Es evidente que hay dos formas de hacer política: remontar vuelo como las águilas o aletear como caranchos alrededor de la carroña. En Argentina, muchísimos son los que han optado por la segunda forma.
ORGANIZAR EL ESTADO
Hasta ahora pareciera que el gobierno del presidente Mauricio Macri está intentando limpiar y barrer el armazón del Estado kirchnerista, pero sin reestructurarlo. Es decir que no ha emprendido el trabajo técnico de relevar la maraña burocrática de casi cuatro millones de empleados públicos que costaron $ 900.000 millones en 2015. Una parte de los cuales son militantes incompetentes, que ocupan cargos cuya función ignoran. Sin ese relevamiento nunca podrán diseñar un organigrama simple y eficaz que liquide -de una vez por todas- la ineptocracia como sistema de gobierno.
Para que el Estado argentino no sea una losa que aplaste a los ciudadanos productores de bienes y servicios útiles, es ineludible reducir oficinas, descartar tareas inservibles, eliminar trámites ridículos, unificar funciones duplicadas, simplificar controles e incrementar la productividad en el servicio público. En ello se juega el destino de grandeza o decadencia del país.
Esa tarea no es imposible. Fue realizada una vez y en forma ejemplar en nuestra administración pública. Estuvo dirigida por Federico Frischknecht (1929-1997) un eximio profesor en Ciencia de la Administración de la Universidad de Buenos Aires. Consistió en un censo de tareas confeccionado por cada funcionario público -antes de cobrar su sueldo- mediante una simple ficha donde consignaba: la designación del puesto, la jerarquía presupuestaria, las principales funciones y el número de casos atendidos por mes. Y también en un relevamiento exhaustivo de todos los trámites, permisos, registros y procedimientos vigentes. Con este material elaboró un excelente organigrama y redactó prácticos manuales de funciones y de procedimientos.
La administración se aligeró, brindó satisfacciones a los ciudadanos que requerían la atención del Estado y exaltó la figura de sus empleados y funcionarios como honorables servidores públicos.
Cualquier ministro del elenco del Ing Macri, podría buscar y releer el librito “Gobierno” (Pleamar, 1984) de 174 págs. escrito por Federico Frischknecht, para saber cómo organizar un Estado que funcione bien.
En la presentación del libro, dijo su autor: “los funcionarios que intenten gestionar el Gobierno sin tener conocimientos, aun elementales sobre la ciencia de la Administración, sólo podrán confiar en el tanteo, la intuición o el azar para no fracasar ni repetir los errores del pasado”.
UN GASTO PÚBLICO INTOLERABLE
El gasto público es el costo más importante que afecta al precio de la incompetencia argentina en su mercado interno y frente al mundo exterior.
Constituye la trama de la fiscalidad que se financia con impuestos, tasas, cargas sociales, retenciones y aportes laborales, débitos bancarios, endeudamiento externo o interno y emisión espuria de billetes de papel para cubrir la insaciable demanda de un Estado colosal.
Esta monumental exigencia financiera implicó durante el año 2015 la astronómica cifra de $ 2,35 billones que fueron detraídos por la fuerza a millones de personas honestas y frugales que trabajan en el sector privado o público.
Durante ese mismo año 2015, las familias -en promedio- tuvieron que soportar una presión fiscal del 73 % sobre el valor de su trabajo. Ello quiere decir que el ingreso de bolsillo de las personas físicas sólo fue del 27 % de lo que realmente produjeron.
Estamos siendo expoliados por un Estado insaciable, un monstruo Leviathán, que reparte en subsidios una migaja de lo que nos arrebata con impuestos, deuda e inflación.
Tamaño despilfarro fue destinado, en parte, a pagar sueldos de quienes sólo saben mover o cajonear expedientes, eludiendo sus deberes sociales. Paralelamente el gobierno de Cristina Kirchner estableció la total impunidad e irresponsabilidad por los daños y perjuicios provocados por los funcionarios públicos. Esto es lo que está garantizado en el nefasto código civil y comercial que reemplazó la luminosa arquitectura de uno de los más grandes juristas que haya producido el país: Dalmacio Vélez Sársfield.
En todo el mundo civilizado, hay consenso unánime, de que el máximo maximorun del gasto público consolidado debiera tener un límite infranqueable del 25 % del PBI del año anterior. Y que, para garantizar ese límite, habría que establecer una máxima obligación impositiva del 25 % del ingreso neto financiero de los contribuyentes. Eso vale para todo el conjunto de impuestos directos abonados en cualquier jurisdicción y por cualquier manifestación de riqueza que se pretenda cobrar.
CÓMO SE HACE LA TAREA
La primera objeción a este requerimiento esencial, es planteada por aquellos quintacolumnistas que dicen “si, está bien… pero aquí no va andar”.
Cuando el Gral. De Gaulle designó a Jacques Rueff como ministro sin cartera a cargo de una comisión gubernamental “de hacha y tiza” (*) para reorganizar la administración de una Francia quebrada por el déficit y la guerra de Argelia, se le preguntó ¿cómo haría esta tarea?
Contestó con una anécdota que todos los niños franceses leen en los libros infantiles de los primeros grados. Se llama “La fable du soldat sapeur” (fábula del soldado zapador). Había un soldado zapador, ordenanza de un coronel muy exigente. Un día, el coronel lo llamó y mostrándole un enorme montón de troncos de árboles, le pidió que los cortara en pequeñas astillas para usar como lumbre en las trincheras. El soldado espantado le dijo: ¡Pero mi coronel! ¿Cómo voy a hacer semejante tarea? Es superior a mis fuerzas. A lo que el astuto coronel respondió: “Es muy fácil soldado, empieza por una punta y cuando llegues a la otra, verás que todo se ha concluido”.
Empezar por una punta y terminar por la otra. Es la tarea urgente que debemos encarar pronto, sin perder el tiempo.
Hay que revisar los presupuestos, el despilfarro del gasto público, la designación de ñoquis, las tarifas, los impuestos, los subsidios y toda la parafernalia estatal que nos cuesta u$s 260.000 millones anuales al dólar oficial de diciembre 2015. Casi el 60 % del PBI nacional. Si la tarea no se encara pronto, nuestro destino como país puede ser el retorno de la barbarie populista y la decadencia perpetua.
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(*) “hacha y tiza” es una expresión española que significa hacer las cosas seriamente, a fondo y sin pusilanimidad. La tiza no es lo que se usa para escribir en el pizarrón, sino el tizón o palo a medio quemar usado para prender fuego. Arturo Capdevila, Consultorio gramatical de urgencia, Ed. Losada, Buenos Aires.