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lunes 24 de septiembre de 2007

¿La presidencia se definirá en las urnas o en las plazas?

Admitir los fracasos y los resultados de las votaciones no forma parte de la personalidad del oficialismo. Y si bien la ilusión de la victoria no puede mantenerse eternamente, sí es posible hacerlo por un largo tiempo.

Dos elecciones provinciales arrojaron resultados similares. Tanto en Córdoba como en Chaco, ganaron ambos candidatos que se enfrentaron. Juan Carlos Schiaretti y Luis Juez, Ángel Rozas y Jorge Capitanich sostienen su victoria. Es grave, pero es más grave todavía que ya nadie se inmute ante estas cosas. Que un neo-kirchnerista gane en el Chaco se explica fácil: hay hambre, hay desocupación. Necesitan fondos del gobierno central. Así es la coparticipación. Así es el federalismo en este suelo. Si lo que pasó en esa provincia es augurio de lo que pasará el 28 de octubre, como sostuvo el Presidente, tendremos una elección con resultados complicados… ¿La presidencia se definirá en el cuarto oscuro o en la Plaza de Mayo? Las votaciones terminan, los escrutinios, no.

Que los candidatos no admitan su derrota, ni ofrezcan argumentos medianamente legítimos o válidos para justificar su postura debería ser una actitud criticable si no fuera porque la dirigencia en su conjunto se hace a imagen y semejanza de la autoridad máxima. ¿Cuándo el jefe de Estado admitió un fracaso? Nunca. Nunca en cuatro años de gobierno y ante cuestiones inexpugnables, Néstor Kirchner aceptó que su gestión no obtuvo buenos resultados. Los argentinos siempre estamos ganando. No es nueva esa metodología de hacer política. Ahora bien, ¿cuánto tiempo puede mantenerse la ilusión de la victoria sin una comprobación fáctica en el día a día? Posiblemente mucho más de lo que pensamos. Hace cuatro años que lo viene logrando el primer mandatario. Desde luego, en algún momento esto se termina. Todos desean saber “cuándo”, aunque quizás esos “todos” deban dar la respuesta en vez de inquirirla.

En la democracia argentina, las urnas no hablan, callan. En la democracia argentina, la mayoría no suma, resta. Hay un sinfín de paradojas que hacen que este país sea siempre una excepción a las reglas. En un país serio, el aparato del Estado está en función de las necesidades del pueblo. Aquí, éste atiende las demandas de la senadora transportándola de un lado a otro para hacer campaña, disponiendo de funcionarios para giras proselitistas, repartiendo con discrecionalidad fondos públicos para la dádiva clientelista. El Estado es prácticamente el medio y el fin del proselitismo oficialista. En ese marco, cuando los Kirchner viajan a Estados Unidos, el pueblo financia no sólo la gira presidencial, sino también los gastos turísticos.

De ganar los comicios presidenciales, la candidata oficial asumirá el próximo 10 de diciembre. Sin embargo, su gobierno ha comenzado hace ya unos meses. La campaña es escenografía. Hoy, reina Cristina. Ella hace y deshace desde Balcarce 50. El presupuesto 2008 pasó por sus manos y anuncia en los actos obras con miras al 2010, sin saber siquiera con certeza si en ese entonces estará o no gobernando. La corte del jefe de Estado le rinde pleitesía. Necesitan los cargos no ya para la supervivencia, sino para no enfrentar la Justicia sin un amparo que los redima cuando llegue el momento de saldar cuentas. Los medios de comunicación hacen lo suyo, sin mucho entusiasmo. No hay continuidad en la noticia. Lo que es escándalo dura apenas 24 o 48 horas en titulares, en voces o en imágenes. La repartija de pautas publicitarias crea dependencia y silencia hechos de ignominia. Los protagonistas no se comunican, tan sólo ofrecen declaraciones que deben obrar a su juicio como verdades absolutas. El que disiente está en la vereda de enfrente. No se le da respuesta, se le ataca o se le ignora. El debate está ausente. El matrimonio presidencial nunca fue amigo del periodismo: si a Néstor Kirchner se le critica su falta de diálogo con la prensa, a su esposa se le criticará directamente su desdén hacia ella. En ese sentido, el “cambio” al que hace referencia el slogan de campaña ciertamente se refuerza.

El resto de lo que pasa es anécdota, como anécdota fue el caos vivido en San Vicente cuando se trasladó el cuerpo del general Juan Domingo Perón. Nadie sabe dónde está Emilio Quiroz, aquel tirador furtivo que ganó la pantalla por esos días. Los gremios anticiparon y continúan mostrando un escenario poco alentador. Santa Cruz, Tierra del Fuego, Tucumán… Todos contra todos en nombre del trabajador. Sin normas y reglas claras, sin ejemplo desde arriba, todos creen tener derecho a imponer su “razón”. Los conflictos, en consecuencia, se resuelven a las trompadas, a los golpes, a los tiros, con heridos y hasta con muertos. Así es hoy el debate en la Argentina. Las elecciones las ganan quienes gritan más fuerte y movilizan. No son los Tribunales donde se dirimen las causas. Estas se llevan a la calle, a las plazas. Si Jorge Julio López es un nombre que aún suena conocido en la ciudadanía es porque la gente se moviliza, no porque la autoridad toma medidas en pro de dilucidar dónde se encuentra u otorgue respuestas.

Cuando el ejemplo se ausenta, los derechos se distorsionan. Aquí y ahora, una decena de personas puede cortar una avenida y demorar el tránsito sin que nadie lo impida. Los maestros pueden hacer huelga indefinidamente, los subtes pueden seguir demorándose ad eternum. La culpa no la tiene nunca nadie. Los responsables terminan siendo víctimas. Claro que la sociedad no es ajena. La sociedad se hace eco y hasta participa en este estado de abulia y desidia. Basta un ejemplo: en hora pico se paralizó una esquina clave del centro porteño porque una modelo se desvestiría. El otro importa poco. Eso debe explicar, quizás, que no haya crédito en la Argentina. La autoestima no cotiza. Lo aceptamos todo. Nos horrorizamos con la arbitrariedad y la injusticia apenas un par de días. Quienes votaron a Luis Patti para ocupar una banca en el Congreso ganaron, pero perdieron. Lo mismo puede acontecer en los próximos comicios. Gane quien gane la elección, el 29 o 30 de octubre la ciudadanía seguirá observando como espectadora lo que pasa en nuestro país.

La Argentina no es una obra que se aplaude o se critica. A la Argentina hay que hacerla, día tras día. A la vista está, sin embargo, que tamaña tarea está delegada a la porfía. © www.economiaparatodos.com.ar

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