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jueves 28 de septiembre de 2006

La senadora Cristina en Nueva York

El viaje del matrimonio Kirchner a los Estados Unidos no fue bien recibido por la prensa norteamericana, que criticó el poco apego del presidente al Estado de Derecho y los excesivos gastos de la comitiva.

La semana pasada, en la Bolsa de Valores de Nueva York, los operadores veteranos no podían –me dijeron– dar crédito a lo que veían. El presidente argentino, Néstor Kirchner, estaba haciendo sonar la campana, declarando la apertura de la rueda bursátil del día, como si nada pasara. Esto porque todos habían leído, ese mismo día, un durísimo y particularmente certero editorial del influyente The Wall Street Journal (leído de costa a costa en el país del norte) que, sin ningún rodeo, despedazaba al mandatario argentino por su conocida actitud de pasarle por encima al Estado de Derecho. No importa, Kirchner cree en las imágenes y no en las conductas, y fue igual, contra viento y marea. Y no cayó bien.

A su lado, para hacer las cosas aún más disonantes, estaba –reluciente– la senadora Cristina, la otra Kirchner, ataviada cual hada, portando una chaqueta de shantung con pollera al tono, un gigantesco cinturón para realzar sus caderas (a la manera centroamericana) y una carterita chiquitita, de noche. Como si estuviera lista para concurrir a un casamiento. Curioso, para muchos, por lo poco habitual. Pero cabe recordar que alguna vez Carlos Menem (con idéntico criterio), preguntado que fuera acerca de por qué usaba, al inicio de su gestión, las insólitas patillas que luego fue, poco a poco, reduciendo, contestó que lo hacía para poder “llamar la atención”, porque –agregó– de lo contrario nadie se iba a detener a mirar, o a escuchar, a un “pobre político riojano”.

Cualquier cosa para “épater le burgeois”, Carlos y Cristina, por igual. A sus respectivas maneras.

Quizás por eso también doña Cristina salió a caminar por Manhattan (cuyos negocios y paseos de compras, es notorio, adora) vestidita con una suerte de pijama violeta, de pantalones anchísimos, de los que llaman la atención por su vuelo. Cada uno en lo suyo, cuando de “hacer dar vuelta la cabeza” o “fijar las miradas” se trata.

A su paso por Nueva York, la Senadora se reunió, recordemos, con las autoridades judías norteamericanas, quienes le hicieron llegar su preocupación por los incidentes antisemitas que se han registrado en las últimas semanas en la Argentina, a los que la senadora restó trascendencia. Pero sus interlocutores saben bien cómo “se hace mover” a los muchachos de Quebracho, oriundos de La Plata, ciudad en la que vivieron –por mucho tiempo– Néstor y Cristina, en su años de militancia en la izquierda radical peronista.

Y fue precisamente esa violenta agrupación la que interrumpió una marcha judía, ante la total pasividad de las fuerzas policiales que actuaron de la manera en que lo hacen cuando protegen a los “piqueteros” (aliados del poder) mientras éstos amenazan a los demás y causan las tremendas “molestias” que conocemos, para así presionar a favor de sus reclamos, o a sus largas filas de vehículos, prolijamente estacionados en la Avenida 9 de Julio, a la vista de todos, en la que sólo ellos pueden estacionar sin consecuencias. Como si sólo ellos tuvieran derechos y los de los demás fueran subsidiarios a los suyos.

Los norteamericanos –asombrados por el proceder de nuestro “Primer Matrimonio”–, mientras tanto leen en los periódicos (como cualquiera) que la presidenta de Chile, Michele Bachelet, acaba de prohibir todas las marchas masivas (las de más de diez personas) por las calles aledañas a La Moneda, en Santiago.

Hacer lo propio en torno a la Avenida de Mayo sería naturalmente quitarles visibilidad a los “piqueteros”. Y, de paso, llevar tranquilidad al centro porteño y a los cientos de miles de personas que allí trabajan cotidianamente.

Pero, ocurre que nosotros creemos que el “derecho a protestar” incluye el de maximizar las molestias a los demás y, como si eso fuera poco, también el de hacerlo en donde se nos dé la real gana.

Por otra parte, conviene recordar que en Chile se está “fichando” a quienes conforman los “grupos violentistas” y se ha conformado una comisión especial en la Subsecretaría del Interior, Intendencia y Carabineros para estudiar los puntos de la capital de ese país en los que operan habitualmente estos grupos, con el objeto de resguardar el comercio (esto es, los derechos de los demás).

La visita de Kirchner a Estados Unidos se encontró con que algunos norteamericanos no han olvidado todavía las imágenes del verdadero festival de violencia que fue minuciosamente organizado, con la sospechosa deserción de la policía, en la última Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, en la que el dueño de casa –recordemos– se dio un “lujo” parecido al que se tomó Hugo Chávez, también la semana pasada, desde el podio de las Naciones Unidas, cuando agravió en forma gratuita a George W. Bush.

Por esto, presumiblemente, la reacción rotundamente adversa de la prensa norteamericana a las visitas y exhibiciones de los Kirchner en su reciente periplo era bastante previsible.

Cabe quizás atribuir al improvisado cónsul en Nueva York, Héctor Timerman, la responsabilidad por no haber advertido de antemano a los Kirchner acerca de cuál pareciera ser la opinión prevaleciente en los principales medios norteamericanos sobre nuestro “Primer Matrimonio” y sobre su poco apego por el Estado de Derecho. Allí se conoce, por ejemplo, lo sucedido con el Consejo de la Magistratura, hecho al que se atribuye gravedad institucional y al que seguramente se tiene como una de las distintas razones que abonan la opinión adversa de influyentes periodistas en el país del norte.

Más allá de las críticas, y del bien y del mal, los Kirchner no se privaron de nada en Manhattan. Como cuando llenaron –con su gigantesca comitiva de 44 personas y los funcionarios diplomáticos que están en Nueva York– el conocido restaurante italiano “Nello”, emplazado en el 696 de Madison Avenue (entre la 62 y la 63, en plena zona “bien” de Nueva York).

Los periodistas norteamericanos criticaron el abierto dispendio, por haber (por ejemplo) aparentemente ordenado vino de 70 dólares la botella (unos 220 pesos).

La guía Zagat define a “Nello” como “un lugar para sentarse en la vereda y mirar el show”. ¿Será por eso que lo habrán elegido? ¿O porque su comida “impacta a algunos como cara”, aunque su vieja clientela no parece preocuparse por esto?

“Nello” tenía una sucursal en el Soho, que cerró, según dicen algunos, porque sus habitantes, menos adinerados que los de “Midtown” (la zona de actuación preferida de los Kirchners), no podían afrontar los precios. Nuestros dirigentes, en cambio, sí.

Así parecen ser algunos en el peronismo. No todos, seguramente. Pero lo curioso es que también a Carlos Menem le gustaba, en Nueva York, la comida italiana. Y a Zulemita el “Little Italy”.

¿Será porque no saben comunicarse en inglés y, en consecuencia, no comprenden la cultura anglosajona? ¿O será por inseguridad, desde que prefieren moverse en “terreno conocido”, sin arriesgar, como lo hacen los chicos? © www.economiaparatodos.com.ar

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