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jueves 26 de julio de 2007

Lecciones que llegan desde fuera de nuestras fronteras

La tarea diplomática de la primera dama francesa, la crisis económica en Zimbabwe, los frenos de Estados Unidos y la Unión Europea a la desnacionalización y la diplomacia deportiva son una fuente de enseñanzas que el gobierno argentino debería tener en cuenta.

Un ejemplo para doña Cristina

Mucho se ha hablado –y no siempre demasiado bien– de la bonita Cecilia Sarkozy, la joven española esposa del actual presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, que destila clase.

Cecilia, no obstante, más allá de su vida privada –de la que no nos ocuparemos– tiene su coraje. Sabe, además, ejercer lo que en diplomacia se llama el “poder blando”, el de la atracción o la simpatía. Y lo demuestra con llamativa sencillez.

Hace unos pocos días, visitó en Trípoli, Libia, en misión claramente humanitaria, a las cinco enfermeras búlgaras que –junto con un médico palestino– habían sido condenadas a muerte como presuntas responsables de haber contagiado el SIDA a unos 400 niños y niñas. La pena capital que había fijado la propia Corte Suprema acaba de ser conmutada por el Alto Consejo de Justicia libio por la pena de cadena perpetua. Ello ocurrió cuando cada una de las familias de las víctimas recibió un millón de dólares como indemnización por los contagios, pagados por un fondo internacional de ayuda fondeado aparentemente por la propia Libia. Con la nueva pena, los detenidos pudieron ser perdonados, retornaron a sus países de origen en un avión suministrado por Francia y quedaron en libertad. Así se puso fin a un calvario de ocho interminables años.

Pese al infierno que desde hace rato recorren, una investigación independiente acaba de comprobar, como se sospechaba, que las infecciones pudieron haber sido generadas por las lamentables condiciones de salubridad general con las que aún operan algunos hospitales libios. Esto es, por razones totalmente diferentes al desempeño profesional de las enfermeras búlgaras, usadas como una suerte de “chivo expiatorio”.

En la ciudad de Benghazi, Cecilia Sarkozy se entrevistó, además, a las familias de las enfermeras búlgaras que –como suele suceder– las acompañaban en la dura ordalía a la que estaban expuestas y sufrían a la par de ellas. Esta visita, como el viaje en sí mismo, no fue oficial, sino hecha en el carácter de “madre”, que Cecilia comparte. Con sencillez y sin candilejas.

Es posible que el viaje a Libia de la primera dama francesa fuera decisiva para impulsar la decisión política que se requería para conmutar la inhumana pena que les había sido impuesta a las enfermeras y el médico, de modo de perdonarles la vida. Y también para obtener el perdón que luego los liberó.

Hay, en el viaje de Cecilia, algunas enseñanzas importantes, a tomar en cuenta. Particularmente, por parte de la inflada candidata del poder a la presidencia de nuestro país, Cristina Fernández (que es Kirchner), cuya presunta experiencia exterior y conocimientos del escenario internacional –pese a la bambolla que se hace cada vez que ella sale de viaje– son prácticamente nulos, es decir, inexistentes. Puro humo, entonces.

Ocurre que si doña Cristina no sabe ni hablar ni leer idiomas distintos al propio (ni se esfuerza por aprenderlos, porque cree que no le hace falta), mal puede saber lo suficiente sobre cómo funciona efectivamente el mundo. Toda la información –por sus carencias– la recibe de segunda mano, inexorablemente. Y no tiene, ni ha tenido jamás, la curiosidad necesaria para modificar un estado de cosas que tiene que ver con su nivel de calidad personal, lo que es grave.

Primera lección: que no hacen falta luminarias, ni cámaras de televisión, ni micrófonos adictamente abiertos para poder hacer viajes efectivos al exterior y lograr que los medios locales reflejen la visita. Hace falta, en cambio, sustancia. De carácter humanitario, como Cecilia, o de otro tipo, pero sustancia, lo que es diferente de generar “espejismos”.

Segunda lección: que se puede tratar de ser efectiva –con humildad y sin pompa– en tierras lejanas, muy distintas a las propias. Y que ello genera la natural admiración, desde que hay otros viajes que seguramente son más placenteros que una visita a Libia como la que hizo Cecilia. Sin embargo, para ello hay que tener varias cosas: coraje, tino, sencillez y la voluntad de ocuparse de causas por lo que ellas valen y no por las candilejas o luminarias que ellas generan. Muy distinto. Ojalá se comprenda.

Después del gigantesco papelón de Felisa Miceli (quien, luego de haber sido bienvenida –con los bombos y platillos habituales– como la primera mujer en la historia que llegó al Ministerio de Economía de la Nación se fue de allí vergonzosamente “apretada” por las investigaciones de un fiscal, con lo que generó así otro record, bastante más oscuro, el de haber sido la primera ministra de Economía de la historia argentina que debe abandonar su cargo por una causa judicial en la que deberá comparecer –como imputada– por razones de corrupción) hay razones para mejorar una imagen flaca.

El episodio Miceli es uno de varios que se están acumulando. Es muy grave para un gobierno que –a juzgar por a sus propias proclamas (que ya pocos creen)- es presuntamente serio, lo que ya sabemos no es cierto, ni lo ha sido nunca, realidad que ahora está cada vez más descarnadamente a la vista de todos. De seriedad, ni un ápice. Nada. Cero.

Mugabe lleva a Zimbabwe al borde del colapso

Néstor Kirchner haría bien en seguir de cerca la evolución inmediata de la economía de Zimbabwe bajo la heterodoxa administración de Robert Mugabe, el eterno presidente de ese país.

Ocurre que Mugabe –sin necesidad de recurrir a su mujer para mantenerse largamente en el poder– lleva ya 27 años, firme, en el timón de Zimbabwe. En rigor, lo gobierna desde el día en que se pusiera fin al colonialismo británico. Desde la independencia, entonces.

Como Kirchner, Mugabe goza del fuerte viento a favor que le viene (gratis) desde el escenario internacional a través de los precios robustos de las materias primas.

También, como el presidente argentino, Mugabe es firme partidario del “vudú” económico. Con él ha conseguido algo que parecía difícil: destruir a la economía de un país fértil que alguna vez, no hace mucho, fue el formidable granero de África.

Desde 2000, cuando Mugabe aceleró su programa nacional de “reforma agraria”, el Producto Bruto Interno del país se contrajo un impresionante 40%. Este año, solamente, la contracción estimada de su economía será del 12%.

Realmente impresionante. Mientras China y la India crecen vigorosamente, de la mano de las economías de mercado, Mugabe –desde el dirigismo más absoluto– puede mostrar el vergonzoso récord mundial que ostenta en la empresa de tratar de empobrecer a una nación de unos 10 millones de habitantes que, en el plano económico, se achica constantemente.

La tasa de inflación de mayo, anualizada, fue de 4.350%. Para fines de junio, ese guarismo estaba ya por encima del 6.000%. No obstante, el gobierno dejó de publicar los índices oficiales en materia de inflación. Más agresivamente que la administración kirchnerista (que aparentemente trampea las cifras del INDEC mediante la remoción de todo aquel que no se pliega dócilmente a esa maniobra), Mugabe simplemente ha dejado de hacer públicos los índices de inflación. De esa manera cada uno piensa –y estima– lo que quiere. Éste es un paso bastante más drástico que el nuestro, que aparentemente consiste en sólo toquetear un poco las cifras reales, por supuesto.

La tasa de pobreza en Zimbabwe es del 75% de la población ocupada, lo que expulsa –incesantemente– población hacia el sur. Cada día, unos 2.000 ciudadanos de Zimbabwe ingresan clandestinamente a Sudáfrica, lo que es todo un problema.

Hay que recordar que cuando Mugabe juró, por primera vez, como primer ministro de su país, o sea en abril de 1980, el dólar local equivalía a 1,5 dólares norteamericanos. Era más fuerte, entonces, que la divisa norteamericana. Hoy, en cambio, para comprar un dólar norteamericano es necesario pagar unos 250 dólares locales, si es que se tiene acceso al mercado oficial de cambios. De lo contrario, se requiere nada menos que unos 100.000 dólares locales para adquirir (en el mercado “negro” o “libre”, obviamente) un dólar norteamericano. Todo un cambio y ciertamente no favorable para los locales, pese al significativo debilitamiento que, en paralelo, ha padecido la moneda norteamericana.

Una vez más, Mugabe acaba de recurrir al congelamiento de precios (una de las herramientas de política económica predilectas de Néstor Kirchner) para tratar de frenar, “de prepo”, la inflación. Los empresarios locales, debidamente estimulados, aplaudieron a coro esta medida. Quien viole los controles, teóricamente irá preso. Para nuestro Guillermo Moreno, esto sería música para los oídos. Aunque allí, como aquí, funciona aquello de “para los amigos, todo, para los enemigos, ni justicia”.

La consecuencia fue previsible e inmediata: las estaciones de servicio se quedaron sin combustibles, los carniceros sin carne y los anaqueles de los supermercados pronto estuvieron semivacíos. Como de libro de texto.

Pero, cuidado, allí como aquí lo cierto es que no todos pierden. Aquellos que acceden a los subsidios o a la compra de dólares al tipo de cambio oficial, para revenderlos luego en el mercado “negro”, pueden hacer fortunas de la noche a la mañana mediante el simple expediente de ubicarse cerca del sol que más calienta, el de la cercanía del poder, por supuesto.

En el horizonte de Zimbabwe se cierne ciertamente una fea tormenta, que –sin embargo– aún puede tardar en llegar.

El mundo en desarrollo se preocupa por un tipo especial de desnacionalizaciones empresarias

La presencia y crecimiento en todo el mundo de grandes empresas comerciales que en los hechos son controladas por algunos estados –como Rusia, China o los países árabes del Golfo–, cuyas decisiones pueden tener motivaciones políticas, está provocando la revisión acelerada de lo que algunos llamaron, en su momento, el fenómeno de la “desnacionalización”, particularmente de aquellas compañías que actúan en sectores que pueden ser considerados como sensibles en materia de seguridad nacional o de defensa.

En los Estados Unidos, el intento –frustrado– de Dubai Port World, una empresa proveniente de la Unión de Emiratos Árabes, de comprar una enorme compañía dedicada al manejo de las operaciones de carga y descarga en los principales puertos norteamericanos terminó en un amplio debate político, que finalmente concluyó en la estructuración de un detallado procedimiento de revisión y aprobación de esas inversiones. Ese proceso está ahora a cargo del llamado “US Comitee on Foreign Investments”, cuyo dictamen final, después de 45 días de revisión de las cosas, puede ser solicitar al presidente de ese país el bloqueo de alguna inversión extranjera en particular.

Ahora es el turno de Europa. En efecto, Angela Merkel acaba de anunciar que propiciará que la Unión Europea adopte un procedimiento conjunto de revisión y eventual bloqueo de aquellas inversiones extranjeras que –directa o indirectamente– apunten a radicarse en sectores sensibles de su economía, con criterios similares al ya adoptado por los Estados Unidos. Su preocupación procura no alentar la posibilidad de que esas revisiones se hagan, en cambio, a nivel nacional, sin contar para ello con criterios comunes. Esto último permitiría a algún estado miembro de la Unión Europea la posibilidad de adoptar –respecto a este punto particular– actitudes de contenido netamente mercantilista. Particularmente a Francia, cuyas definiciones de cuáles son los activos de valor estratégico han sido históricamente mucho más amplias que las norteamericanas y, por ello, van bastante más allá de aquellos sectores específicos de la seguridad y la defensa.

Acuerdo sobre la denominación que utilizará Taiwán en los Juegos Olímpicos de 2008

Los Juegos Olímpicos que tendrán lugar en China, el año próximo, habían dado lugar a algunas fricciones entre Beijing y Taiwán, como la que tuvo lugar cuando Taipei (capital de facto de la isla independiente) rechazó ser utilizada en la ruta de la antorcha que contiene la llama olímpica. Uno de los elementos de esta disputa era la denominación con la que Taipei intervendrá en la competencia.

Taipei es reconocida, desde 1981, por el Comité Olímpico Internacional como “Chinos-Taipei”. Beijing siempre se ha referido a ella como “Taipei-China”, lo que es muy diferente desde el punto de vista de expresión de soberanía. Esta vez, Beijing, con buen criterio y espíritu conciliatorio, flexibilizó su posición y aceptó la denominación que Taipei tradicionalmente ha venido usando en el escenario olímpico, esto es, “Chinos-Taipei”, lo que supone no aprovechar la oportunidad para degradar las pretensiones de Taipei. Un gesto que cabe aplaudir.

La cuestión del transporte de la llama olímpica queda, sin embargo, abierta desde que Taipei no ha modificado su postura, según la cual pretende que la antorcha entre y salga de la isla a través de un tercer país. En esto, no obstante, el diálogo no está roto y continúa.

Taipei tendrá, no obstante, algunas limitaciones que aconseja la prudencia, que ya han sido aceptadas en algunas oportunidades anteriores, como la de no usar su bandera en los desfiles, ni hacer entonar su himno nacional en caso de que sus atletas triunfen en alguna competencia.

En el pasado, esto generó algunos incidentes que deberían ser evitados cuando los Juegos Olímpicos se desarrollen en territorio de China Popular, por las posibles repercusiones que esta circunstancia pudiera tener. En l 2006, en ocasión de los juegos infantiles internacionales que tuvieran lugar en Tailandia, atletas chinos arrancaron por la fuerza la bandera nacional de manos de los atletas de Taiwán que recibieron medallas doradas en natación. Beijing también había protestado cuando, en 2002, en los Juegos de Invierno que tuvieran lugar en Salt Lake City, UTA, en los Estados Unidos, algunos integrantes del público agitaron banderas de Taiwán desde las gradas.

Queda claro que la “diplomacia deportiva” está funcionando al tratar de evitar incidentes que empañen el espíritu olímpico, que debiera estar siempre más allá de las disputas de índole política. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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