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jueves 27 de agosto de 2009

Los impuestos y los tributaristas

Los tributaristas discurren acerca de la etapa de la producción o sobre qué activo es preferible que recaiga el castigo y a qué sector de la sociedad le corresponde afrontar el mayor peso de los gravámenes. Todo esto en beneficio del Estado y de la clase política dirigente.

La idea de la tributación como jalón hacia la servidumbre está sabiamente explicada en la Biblia.

En el Libro Segundo de Moisés, Éxodo, se menciona al nuevo rey de Egipto “que ya no conocía a José”. Este fue, precisamente el faraón que impuso “a los israelitas…comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas”. De ahí que “los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza”, “y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor”.

Definición y características de los tributos

Según el diccionario, “el impuesto es la exacción pecuniaria que el Estado realiza por vía de coacción sobre los recursos de los particulares y sin proporcionarles a cambio, ninguna prestación determinada” (pág.1793).

La exacción es, a su vez, definida como “un cobro injusto y violento”. Pero parece ser que, tratándose de ingresos públicos, la injusticia y la violencia se atenúan, por ser llevados a cabo por conductos legalmente autorizados (pág. 1345 de la misma enciclopedia).

En la interpretación de Charles Adams, se trata de una injusticia y violencia, en razón de que las autoridades públicas disponen de la ley a su favor.

En resumen, los elementos que componen el impuesto son: exacción, amparo de la ley injusta y violenta y sin contraprestación determinada a favor del público.

El impuesto moderno está diseñado como el instrumento de predominio y dictadura de la clase política sobre los ciudadanos comunes. Lejos de estar el gobierno al servicio de la propiedad, el trabajo, la moneda, el crédito, etc. los derechos individuales pasaron a convertirse en apéndices del fisco.

La ausencia de relación causal en la formulación de los impuestos, convierte a estas normas en manifestaciones similares a los criterios de pensamiento imperantes en las sociedades primitivas.

De estas incoherencias derivaron los grandes estragos ocasionados en la actualidad por la clase política.

A esto se sumaron los excesos del régimen representativo, creadores, en los hechos, de las estructuras propias de las repúblicas corporativas. Basta mencionar la proliferación de Consejos Económico sociales, Colegios Públicos de Profesionales o la vigencia de los Convenios Colectivos de Trabajo.

El Signo de Servidumbre moderno logró, además, introducirse mediante un dramático ardid conceptual.

Ministros y parlamentarios de las llamadas repúblicas democráticas obran a semejanza de los cortesanos de las monarquías absolutas. La defensa del estado pasó a ser el bien supremo. Un aumento en las recaudaciones aparece como un signo positivo. La evasión no se conceptúa como señal de falta de consenso popular con las leyes impositivas, sino como grave perjuicio para el estado.

Las investigaciones econométricas nunca evalúan el costo que sufre la sociedad por la sanción de determinados impuestos. Este es un tema que se pasa totalmente por alto.

La idea de que el estado es un ser sobrehumano, que castiga o recompensa a unos en beneficio de otros, es un resabio de la mente primitiva que era proclive a personalizar los fenómenos de la naturaleza.

De ahí, que la clase política pasó a convertirse en una especie de «ejército de ocupación». El gobierno pasó a la categoría de enemigo del que la sociedad civil debe defenderse. Así, por ejemplo,en la Argentina se llegó a la siguiente situación: “Para los delitos penales de evasión tributaria y previsional no corresponde aplicar la figura de la "probation", que es la posibilidad que se le otorga a algunos condenados de cumplir su condena mediante su trabajo en obras que benefician a la sociedad. El fallo, unánime, fue emitido ayer en la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal, que dejó sin efecto una resolución en contrario que había adoptado un tribunal oral, y al que la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) recurrió en queja”.

No pagar peaje a los políticos y pretender trabajar y seguir viviendo es hoy considerado dentro del género de los peores delitos. El contribuyente individualmente carece de derecho a discernir sobre los impuestos que está obligado a pagar, ni a reclamar acerca del destino que tuvieron los fondos que se le extrajeron.

Poder o poder para imponer tributos

La deificación del llamado "poder político", por obra de los filósofos de las ciencias sociales, permitió que la tributación, secular instrumento de opresión en manos de reyes, emperadores y ejércitos triunfantes, se convirtiera en el régimen financiero normal de las democracias constitucionales. La dictadura de la clase política ocupa hoy el lugar del antiguo absolutismo monárquico.

La conquista del poder, la lucha por el poder, los desgastes en las agotadoras campañas electorales tienden en todos los casos a una sola finalidad: el poder para hacer tributar a los súbditos, llamados hoy ciudadanos.

Poder, en definitiva, es un eufemismo que sirve para encubrir inmunidad e inimputabilidad para cometer actos reñidos con la moral y el derecho.

Aún no se abrió paso la idea que los administradores de la cosa pública tienen, como cualquier apoderado o mandatario privado, tareas específicas que cumplir, y muy importantes. Cuidar de los espacios comunes, guardar el orden, la seguridad y administrar justicia de acuerdo a las normas del estado de derecho.

Todavía no hay un convencimiento generalizado que los políticos, al implantar cargas impositivas ajenas al interés personal de quienes deben pagarlas, cometen delitos de la misma gravedad, o aún mayores, que los ladrones comunes.

Cuando un ciudadano común se encuentra necesitado de fondos y sale con un arma a buscarlos se lo califica como delincuente. Cuando un señor que se autodefine como «ministro de economía» descubre un déficit fiscal y decreta un «impuestazo» porque “necesita plata", está aceptado como la obra de un estadista. Nos hemos acostumbrado con toda naturalidad a vivir en el reino de las dos morales.

El sustento del poder político reside actualmente en el poder de hacer tributar sin necesidad de rendir cuentas a cada uno de los contribuyentes por los gastos realizados. De ahí que un filósofo norteamericano afirmara que “no hay políticos delincuentes”. Al contrario, “son los delincuentes los que pretenden imitar y competir con los políticos”.

Lo irracional, sinónimo de indivisible

Los teóricos de las finanzas públicas les llaman a estos gastos de "interés general" y de "carácter indivisible". A lo inexplicable le llaman indivisible. La informática, para los tributaristas, sólo sirve para perseguir a los contribuyentes, pero nunca para hacerles saber a éstos, en qué se dilapidaron sus recursos.

Los gobiernos, sean éstos comunistas, socialistas o centristas, únicamente se diferencian de las bandas criminales por gozar del toque de legalidad. Cuando mucho se los tilda de dictaduras, gobiernos de «centro derecha» o «izquierda», según el caso.

Así, se da la circunstancia, que en nuestras «sociedades libres y democráticas», si un encargado de un consorcio de propiedad horizontal abre las cartas dirigidas a los propietarios se lo considera un delincuente. Mientras que a un agente del fisco se le permite violar impunemente papeles privados; libros de comercio; inspeccionar cajas fuertes y otros aspectos que hacen a la intimidad de los particulares.

La teoría de la legitimidad del poder terminó sirviendo tanto para justificar al «castrismo» como a los regímenes tributarios de las democracias constitucionales. La lucha política y la conquista del poder tienen grandes similitudes con la competencia animal. Aunque no siempre se llega a los extremos de matar o morir, en las disputas políticas el triunfo total o parcial de unos, significa la derrota equivalente de los otros. Por la conquista del trofeo presupuestario no se escatiman medios agresivos o venales. Fraudes, sobornos, compra de voluntades, estigmatización por disentir dentro de los partidos políticos, mendacidad, manifestaciones públicas violentas, mechadas la más de las veces, con sacrificios humanos y materiales.

El tema fundamental consiste en que por medio de la tributación se hace pagar al universo de contribuyentes por servicios, que, en la mayoría de los casos, sólo demandan los políticos para sí. Estos, al auto considerarse «representantes de la soberanía popular», obran en consecuencia. Los políticos, de esta manera, no se sienten obligados a servir, sino a ejercer el supremo poder de mando derivado de la noción de soberanía.

Los sistemas impositivos actuales—aunque quizás no sea ésta la intención de los políticos—tienden a penalizar la solidaridad entre personas extrañas que se ayudan entre sí.

Precios e impuestos

Las cargas fiscales tienen un destinatario bien definido, al que combaten: el sistema de precios. Los precios significaron la introducción del pensamiento causal en la vida ordinaria de las personas. Todo aquello que hoy se denomina civilización gira alrededor de los precios.

Por el contrario, la profusión impositiva trajo consigo corrupción, delincuencia, desempleo, destrucción de las instituciones y la decadencia del concepto de supremacía de la ley formal. Hay un solo método apto para combatir la evasión: hacer que los impuestos se asimilen a las características propias de tarifas y precios. © www.economiaparatodos.com.ar

Johnny Sánchez es economista. El artículo original fue publicado en el Diario Digital RD de República Dominicana. Según el autor, el texto se basa en ideas de sus profesores Guillermo Ahumada y Meir Zylberberg, y es una adaptación de sus ponencias.

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