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lunes 8 de octubre de 2007

Los padres, ¿tenemos la bola de cristal?

Como no podemos saber cuáles son las mejores elecciones para el futuro de nuestros hijos, debemos permitirles forjar su propio destino libremente. Sólo debemos limitarnos a acompañarlos y ofrecerles las herramientas y valores necesarios para que proyecten su camino de la mejor manera.

En estos últimos días, se cumplió el décimo aniversario del fallecimiento de dos personalidades de trascendencia mundial: Lady Diana Spencer y la Madre Teresa de Calcuta.

Cuando fallecieron, diez años atrás, con tan pocos días de diferencia, se me ocurrió reflexionar sobre qué hubiera ocurrido si cualquiera de mis hijas me hubiera venido con un planteo de vida similar al de alguna de estas dos mujeres.

Me imaginaba a una hija mía diciéndome: “Papá, voy a abandonar todo. De ahora en adelante voy andar con lo puesto y dedicarme a atender a los más pobres de los pobres del mundo”. Muy probablemente, respetando su libertad, le hubiera dado un montón de argumentos para que recapacitara y pensara en las cosas agradables de la vida y en los afectos, tratando de disuadirla. Hubiera cuestionado su “madurez” para tomar semejante decisión, le hubiera dicho que se tomara un tiempo. También es muy posible que hubiera quedado preocupado y entristecido. Poniendo las cosas en blanco y negro, no hubiera apoyado su decisión.

En la otra punta de las posibilidades, me imaginaba a mi misma hija, con la misma edad que en el planteo anterior, diciéndome: “Estoy enamorada del príncipe heredero de la corona de Inglaterra, y él de mí, así que vamos a casarnos”. Estoy seguro de que no hubiera intentado ningún argumento para que recapacitara acerca de si su decisión era la correcta, me hubiera alegrado bastante, la hubiera felicitado y hubiera apoyado plenamente su decisión. No le hubiera sugerido en absoluto que recapacitara, ni que se tomara un tiempo, y tampoco hubiera dudado de su madurez para tomar esta determinación, que también afectaba teóricamente el resto de su vida.

Si bien nunca podremos saber qué es lo que pasa en el interior de cada persona, creo que “con el diario del día siguiente” podemos afirmar que la Madre Teresa de Calcuta fue una persona feliz, independientemente de cualquier consideración religiosa o trascendente: hizo lo que quiso, lo hizo bien, fue reconocida por su trabajo y murió haciendo lo que pretendía. No puedo afirmar que Lady Di haya sido una persona infeliz, pero si me remito a lo que externamente podemos conocer de su vida, da la sensación de que fracasó en algo de lo que quería (su matrimonio), fue exitosa, querida y reconocida en varios aspectos, aunque seguro que no murió haciendo lo que deseaba y probablemente no en el momento en que hubiera deseado morir.

A partir de estas reflexiones, me di cuenta de lo equivocado que hubiera estado al alegrarme con un eventual casamiento de cualquier de mis hijas con el príncipe consorte o al entristecerme con la posible partida de una de ellas para atender a los menesterosos. Si mi objetivo como padre es la famosa “felicidad” de mis hijos, no hubiera contribuido a ella alentándolas al casamiento o desaletándolas a la entrega a los pobres. Puede que todo lo contrario.

Nuestros hijos deben forjar su propio destino. Nuestra función es darles las herramientas, mostrarles las cosas, transmitirles los valores que a nosotros nos hacen felices (a veces me causa cierta gracia observar padres que transmiten valores por el “deber ser”, cuando en realidad preferirían no haber sido educados con alguno de esos valores) y dejar que ellos realicen esos valores en sus propias vidas de la manera que mejor les parezca. A no ser que alguno tenga la bola de cristal y sepa cómo va a terminar la historia. © www.economiaparatodos.com.ar

El licenciado Federico Johansen es miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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