Los que siembren vientos, cosechan tempestades
Cuando la ciudadanía comprenda con convicción la relación causa efecto de los procesos políticos, es probable que entienda también que los que siembran vientos, cosechan tempestades
Las contradicciones humanas son parte de su esencia. Por eso es muy relevante reflexionar sobre ellas, ya no solo para interpretar adecuadamente su naturaleza, sino para intentar tomar actitudes sensatas en el futuro y sacar el mejor provecho posible de ellas. El progreso de la humanidad depende justamente de entender los procesos para potenciar las propias fortalezas dando pasos hacia adelante.
El reciente «paro nacional» en Argentina es solo una muestra más de esas incoherencias tan habituales en estas sociedades. No es la idea cuestionar la herramienta, al menos no en esta oportunidad. Pero no se debe pasar por alto que quienes patrocinaron esta iniciativa con intencionalidad manifiesta, hace muy pocos años atrás fueron apasionados impulsores de las políticas económicas de este mismo gobierno. No solo las alentaban en cuanto acto público existiera, sino que las aplaudían abiertamente, fundamentalmente en los medios de comunicación, con encendidos discursos que hablaban del momento histórico, de la bisagra que significaba para el país, apelando a cuanto recurso emotivo pudieran mencionar para invitar a sumarse a ese movimiento partidario.
El argumento central de la última decisión sindical ha sido el de reclamar por la inocultable pérdida del poder adquisitivo del salario de los trabajadores. Eso ocurre por un motivo evidente, relacionado con el proceso inflacionario que se desató hace varios años y que hoy se hace sentir cada vez con más fuerza. Esa inflación no es producto de un sorteo, de una casualidad o de un mero desliz operativo, sino el derrotero esperable de un Estado que gasta mucho, demasiado y que se financia con elevados impuestos, que ya no puede incrementar hasta el infinito sin generar más caídas de consumo e inversión.
Este es el gobierno que el gremialismo local aclamó, el mismo que no se puede endeudar porque se ha encargado de mostrar su permanente hostilidad a los inversores, motorizando medidas restrictivas para la circulación de capitales y por ende expulsivas de quienes desean apostar por el país y ayudarían a evitar la magnitud de esta crisis.
La emisión monetaria constante, desproporcionada e irresponsable ha generado esta inflación. No podía suceder otra cosa. Es lo que irremediablemente tenía que pasarle a un gobierno que demagógicamente disfruta de su populista actitud de «repartir lo ajeno», sin asumir que es imposible distribuir lo que no se genera previamente.
Pero es importante entender que este sector político que hoy conduce la nación no llegó a esta situación por arte de magia. Está allí, ocupando el poder, ostentando ese apoyo legislativo que le permite aprobar normas insólitas y perjudiciales para el país, porque un sector de la ciudadanía lo avaló no en forma tibia, sino con efusivo fervor, y esa militancia sindical que ahora impulsa medidas de fuerza es parte importante de esas adhesiones políticas que permitieron que todo lo posterior ocurra.
Es tiempo de hacerse cargo de las decisiones electorales. Es saludable hacerlo. Lo que los gobiernos hacen es lo que la gente que los vota les pide. Una sociedad y un sindicalismo que pretenden MÁS Estado, mayor concentración del poder en pocas manos, que cree en esa forma de gobernar que sostiene que es más importante «repartir que producir», no debe hoy quejarse como si nada tuviera que ver, no al menos sin hacer una autocrítica despiadada sobre sus errores conceptuales e ideológicos.
Lo que hoy sucede es la consecuencia de lo que se viene haciendo sin descanso. Al principio parecía alcanzar y todos creyeron que esa alquimia funcionaría indefinidamente. Hoy ya no es suficiente. Pero nada de eso hubiera ocurrido sin los explícitos y apasionados apoyos electorales de una inmensa cantidad de ciudadanos que prefirieron darle crédito a esa dinámica y a esos dirigentes.
Una cosa es haber creído en esos dislates de modo genuino y darse cuenta del error. Seguro que muchos ciudadanos ya tomaron nota de ese desacierto. Es esa actitud y no la otra la que permite a las sociedades evolucionar. No existe un manual de aprendizaje para tomar decisiones correctas, en todo caso se pueden defender ciertas ideas para luego comprender que esas visiones y formas no conducen hacia lo deseado. Abundan ejemplos en el mundo de países que pasaron por determinadas políticas y luego de sufrirlas en carne propia, pudieron interpretar el daño que las mismas implicaban, para luego emprender un nuevo recorrido que los llevó hacia el éxito, superando la pobreza y logrando un progreso social que hoy los enorgullece.
Lo difícil de asimilar es la actitud de esos ciudadanos que creen que no se trata de políticas equivocadas sino solo de problemas de implementación o hasta de interlocutores inadecuados. Prefieren afirmar que es la corrupción la cuestión a resolver, o por ahí el tono agresivo de confrontación de los discursos políticos. En todo caso, esos son agravantes de decisiones estructurales equivocadas. Se pueden llevar adelante medidas con el rumbo incorrecto, de modo honesto y con una retórica amigable, pero eso por sí solo no lleva hacia el objetivo esperado. El modelo colapsa por sus ideas disparatadas en lo económico y político y no por su estilo criticable.
No se pueden dilapidar recursos a mansalva y pretender que eso no tenga consecuencia alguna. Pasa en la economía familiar y obviamente también en la de una nación. Es imposible ser irresponsable en la administración de la cosa pública sin tener problemas por doquier. Y mucho más difícil de explicar es como se puede aún seguir defendiendo a dirigentes que han convertido un comunidad abundante en recursos naturales, que podría alimentar a diez veces su población, en una nación que tiene un significativo número de personas por debajo de la línea de pobreza.
Los perversos manipuladores de la política no son parte de este análisis solo apto para personas con cierta integridad. Los dirigentes sindicales son, en su inmensa mayoría, personajes de una corporación que protegen intereses económicos vinculados a sostener su cuota sindical, defender su espacio de poder y desde allí hacer política buscando generar privilegios, cuando no para lograr insertarse en listas sábanas de legisladores y dar otro paso adicional sumando más poder. No se puede esperar de ellos gestos de grandeza, no está esa posibilidad en su agenda cotidiana. Por eso los mismos que aplaudieron en el pasado son los que hoy se quejan paralizando el país.
Equivocarse está en el bolillero, cualquiera puede cometer errores y de hecho las sociedades lo hacen con mucha frecuencia. El presente es la consecuencia de las decisiones del pasado. Y no hay marcha atrás en esto. Lamentablemente no se puede volver en el tiempo. Pero si se debe asumir lo ocurrido. Lo que no parece razonable es persistir en sostener y defender ideas equivocadas, excusándose en cuestiones triviales para explicar lo inexplicable. Cuando la ciudadanía comprenda con convicción la relación causa efecto de los procesos políticos, es probable que entienda también que los que siembran vientos, cosechan tempestades.
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