Los últimos bastiones
En varios países de América Latina la libertad de prensa está amenazada
En nuestra rumbosa América Latina, tan autopromocionada por el crecimiento de esta década de bonanza de precios internacionales, no es oro todo lo que reluce. Brasil ha sorprendido con las manifestaciones de protesta, pero, más allá de estos episodios resonantes, se está viviendo en varios países una fuerte campaña contra la libertad de prensa, apenas sostenida por una justicia, también acosada, que resulta el último bastión de la democracia real.
Yendo a lo concreto, bien se sabe que en Venezuela los medios han sido conculcados, expropiados o cercenados; y que la justicia ha perdido toda independencia. En Ecuador acaba de aprobarse una “ley mordaza”, en un país en que la justicia —con el presidente denunciante en la sala de audiencias— condenó a un periódico a 40 millones de dólares de multa y envió a su director a prisión. En Argentina se dictó una ley abusiva, dirigida inequívocamente a perseguir a Clarín, el diario de mayor circulación nacional.
En ese escenario, la justicia es el último recurso. Y, aun con claudicaciones, lo viene siendo. En Brasil, por vez primera se ha condenado a ministros y legisladores por el célebre caso del mensalao, un juicio sonado que dejó en evidencia una red de sobornos, puntualmente pagados, mes a mes, a legisladores que ponían su voto a precio. Eso ocurrió durante el Gobierno de Lula, encantador de serpientes que sobrenadaba todos los escándalos sin erosiones personales.
Ahora que la corrupción se ha empezado a perseguir, como enseña la historia, no alcanzan las cabezas, pese a que rodó la del ministro áulico de aquel Gobierno y, con él, 25 figuras relevantes del ambiente político. El juez Joaquín Barbosa, el primer negro presidente de la Suprema Corte de Justicia, es el ciudadano más popular del país y esto, que tiene su cara amarga, también rescata la credibilidad en una institución fundamental. Montesquieu estaría feliz de ver que sus célebres frenos y contrapesos funcionan con plenitud en Brasil.
En Argentina, la persecución a la prensa ha tenido ribetes sin precedentes, con la señora presidente constantemente acusando y ahora enfrentándose abiertamente a la justicia, que le puso límites. Primero a los embates contra el diario Clarín, al que aún no ha podido desarticular empresarialmente por sucesivos recursos de amparo, y luego a una ley de reforma del poder judicial que politiza la elección del Consejo Superior de la Magistratura, que se haría en elección abierta, con candidatos propuestos por los partidos.
En definitiva, ambos asuntos están hoy en la Corte de Justicia para decidir sobre su constitucionalidad y ambos, por supuesto, están íntimamente relacionados: como la justicia impidió las mayores arbitrariedades de la ley de medios, también ella se expuso a un embate sin fronteras.
Estos días, oficialmente, se ha reconocido que se le abrieron investigaciones fiscales al presidente de la Suprema Corte de Justicia, junto a su familia, en lo que el país entero observa como un claro acto de represalia contra un magistrado que no ha resultado complaciente con el régimen.
Por supuesto, hay jueces totalmente funcionales al régimen de la doctora Kirchner, pero varios de sus mayores tribunales y la Suprema Corte, amenazados de los modos más diversos, han resistido hasta ahora. Incluso hasta le han ordenado, en los últimos días, difundir con equidad una publicidad oficial que se distribuye tan arbitrariamente que los medios con mayor circulación no reciben nada del Estado.
Incluso en el tranquilo Uruguay hemos sufrido algún contagio. Un proyecto de ley de medios genera ya una oleada de protestas por su afán regulatorio y prohibicionista y, en otro terreno, la Suprema Corte de Justicia ha sufrido un verdadero acoso, aun del Gobierno, por haber declarado inconstitucional una ley que declaraba inaplicable una amnistía a los militares, ratificada en dos plebiscitos por la ciudadanía.
La gente vota pero hay democracias demasiado imperfectas. El crecimiento económico de estos años, los fantásticos precios de exportación y un dólar débil, apto para importar, han impulsado una ola de consumo. Las clases medias han satisfecho muchas expectativas, pero incluso en los países de mayor expansión se muestran enojos.
Brasil es el último ejemplo, pero quizás Chile sea aun más expresivo, porque es el que más ha crecido, el que más se ha modernizado, pero el que, por lo mismo, adolece del crecimiento de expectativas de quienes hoy reclaman —y no sin razón— universidad menos cara y más calidad en la educación.
Fuente: www.elpais.com