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jueves 8 de marzo de 2007

Montreal desde el Mont Royal

La pintoresca colina que distingue a la ciudad más importante del Québec francés se transforma en una guía y en una aliada a la hora de resolver por dónde empezar a conocer esta formidable metrópoli.

Encontrarse en Montreal frente a una de esas típicas carteleras para turistas que indican “usted está aquí” puede resultar un problema. Uno puede tener la sensación de no saber qué hacer primero. Como una moción de orden para empezar a desentrañar a esta extraordinaria ciudad del Canadá francés, propondría un arranque por el Mont Royal, la marca registrada de la ciudad, repetida como un eco visual incansable en los vidrios espejados de los rascacielos del downtown.

El Mont Royal es apenas una colina de 250 metros que forma parte de una de las cadenas montañosas más antiguas del mundo. A sus pies, conviven un enorme parque, tres cementerios –uno judío, uno católico y otro protestante– y los barrios francés e inglés.

El monte debe su nombre a la ocurrencia del explorador francés Jacques Cartier, quien exploró la vecindad a nombre del gobierno de París entre 1535 y 1541 y bautizó así a lo que los montrealenses hoy llaman “montaña”. De él se derivó, luego, el nombre mismo de la ciudad.

Junto a Nueva York y San Francisco, Montreal es una de las ciudades más cosmopolitas y muchas veces ha sido señalada como la segunda metrópoli francoparlante del mundo, detrás de París.

Montreal mantiene un charme y una vivacidad muy atrayentes –quizás como pocos lugares en el mundo– que conviven como su incuestionable modernidad y la apariencia física de un estilo de vida.

Hay varios puntos de vista panorámicos desde donde se puede apreciar la impactante metrópoli. Desde Belvedede, por ejemplo, en la calle Camellien-Houde, se tiene una vista del este de Montreal y del barrio Plateau Mont Royal, conocido por ser el más alto de América del Norte.

La Torre del Estadio Olímpico es una especie de ícono de doble faz. Si bien los Juegos de 1976 enorgullecieron a la ciudad y, particularmente, la torre tiene la característica pintoresca de estar ligeramente inclinada, su construcción fue muy discutida porque le costó a la ciudad U$S 700 millones y se terminó 17 años después de lo prometido.

La historia cuenta que el fundador de la ciudad, Maisonneuve, llevó a la cumbre del Mont Royal una cruz de madera en 1624, en cumplimiento de su promesa luego de que la pequeña colonia sobreviviera a las tremendas inundaciones de ese invierno. Y allí está aún, como un referente más para el visitante.

Sin dudas, el Parc du Mont Royal es un lugar obligatorio para el turista. Diseñado por quien hiciera lo propio con el Central Park de Manhattan, el parque fue mantenido como una reserva natural en plena ciudad. Es el sitio preferido tanto del verano como del invierno. Allí se anda en bicicleta, se corre, se disfruta del sol y se navega en bote por el lago Beaver, antiguo hogar de castores, que en invierno se congela y se transforma en una esplendida pista natural de patinaje.

Sin embargo, en esta estación del año, la propia ciudad brinda a sus habitantes y, por supuesto, a quienes la visitan la posibilidad de esquiar en la pista de Mont Royal, de casi 15 km.

En el centro del parque, como si fuera el house de un country club, se halla el Chalet Du Mont Royal, cuyo interior está decorado con pinturas que recrean los momentos importantes de la historia canadiense. El techo simula el casco de un barco que recuerda el origen náutico de la ciudad. La vista desde aquí es sencillamente inmejorable. Se pueden ver la Universidad McGill, el centro comercial, el río San Lawrence y, en días claros, las montañas de Vermont y de los Apalaches.

No todo es francés en Montreal. Al sudoeste de la ciudad se encuentra Westmount, el barrio inglés que juega como un enclave de la cultura anglosajona en el medio del Québec francés. Allí vive la elite en mansiones estilo Tudor inspiradas en la arquitectura de la época de Enrique VIII y Elizabeth I. Del otro lado, en Outremont, viven los franceses de clase media.

La escasa pero suficiente altura del Mont Royal es un adecuado comienzo de la visita. Desde allí, se puede apreciar en un todo lo que luego se desgranará en detalle en interminables caminatas por la historia que une aquí tres siglos de convivencia armónica de culturas que han aportado su riqueza más que sus diferencias. © www.economiaparatodos.com.ar

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