Las increíbles imágenes del Colegio Nacional de Buenos Aires, donde supuestamente el sistema autárquico de la UBA debía elegir a su rector, fueron una muestra clara del autoritarismo de la izquierda argentina. Una izquierda antigua, totalitaria, stalinista que acalla con violencia la voz diferente a la suya, que apela a calificativos altisonantes como el de “evitar el genocidio” de la universidad; una izquierda inútil al país, movida por el odio, la envidia y el rencor, que no sabe construir y sólo destruye.
Como una “Juvenilia” extemporánea que sale a patear tachos y tocar timbres antes de que los dueños puedan alcanzarlos, hace gala de su cobardía actuando en banda pero teniendo el raciocinio de un alcornoque cuando deben defenderse de a uno.
Han perdido una guerra que ellos mismos plantearon a nivel global. Han asesinado millones de personas en aras de la implantación de un régimen policial que dejara la riqueza en manos de unos pocos y la miseria en las vidas de todos. Ni así lo lograron.
La inoperancia de un sistema que aun acallando, matando, prohibiendo y escindiendo a la sociedad no puede demostrar una sola de sus bondades, debe ser evidentemente pasmosa. Como la enorme mayoría del mundo no es tonto, el sistema colapsó, murió de a poco, dando lástima, aunque al enorme precio de haber provocado la desaparición física de millones que murieron de hambre o por el pecado de pensar.
El verdadero misterio con la izquierda argentina –minoritaria, violenta, inexistente a la hora de contar votos- es que sigue apegada a la versión más retrógrada de este nefasto experimento humano.
La aspiración de una mejora en el nivel de vida de los asalariados fue la excusa para la irrupción de un conjunto de sinsentidos (porque al comunismo no se lo puede llamar “idea”) cuyo único propósito era la toma del poder para beneficio propio. “¡¿Qué asalariados?! ¡Qué los asalariados se mueran! Es más, ¡si se retoban los mataremos! Nosotros aquí vinimos a imponer nuestro orden, para embolsar la riqueza que otros producen.”
Estas son las pocas palabras simbólicas que definen el verdadero decálogo de la izquierda marxista-leninista-stalinista. Sólo pueblos muy embebidos de envidia y rencor pudieron prestarle un tiempo histórico de atención a ese mamarracho.
La izquierda argentina le ha agregado al paupérrimo bagaje inicial la dosis del borombombón nacional que cree que puede solucionar los problemas a fuerza de canturrear slogans que rimen. Hueca, con los gritos propios de aquellos a los que no les asiste la razón, ha calado sus pobres raíces, paradójicamente, en los sitios en donde primero debería rechazarse: en aquellos que estimulan (o debieran estimular) el pensamiento libre.
La intelectualidad y la academia probablemente expliquen su enamoramiento de esta pantomima por el hecho de que nunca se preocuparon por informarse acerca de lo que cuesta producir bienes. Su borrachera impráctica los debe haber convencido de que la riqueza se produce por generación espontánea. Y es ése el concepto que han multiplicado en la mente de miles de “estudiantes” que hablan del “genocidio” de la universidad sin antes haber aprendido a acordonarse los zapatos.
La profunda raíz antidemocrática de estos personajes cuya presencia en una universidad pública es de por sí una ofensa al intelecto es un fenómeno inexplicable Su único propósito es crear o contribuir a la expansión del desorden. Encuentran en el intelectualismo la excusa para no estudiar y para no trabajar, mientras la sociedad financia su tiempo libre.
¿Hasta cuando la Argentina va a permitir esto? ¿Hasta cuándo la sociedad va a permanecer ciega a su propio interés y beneficio? ¿Quiénes son estos vociferantes? ¿De dónde salieron? ¿Quiénes son para juzgar a Atilio Alterini o a Guillermo Jaim Etcheverry? ¿Quiénes son para pisotear el derecho de miles de estudiantes, profesores y egresados a darse sus propias autoridades? ¿Cuántos son, después de todo?
Salvo el caso de Francia, al que nos referimos justamente la semana pasada, no hay países libres e inteligentes que crean en los gritos de estas manadas. Las opciones para posicionar a la Argentina son pocas: o no somos libres o no somos inteligentes. ¿O será que no somos ninguna de las dos cosas? © www.economiaparatodos.com.ar |