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jueves 2 de noviembre de 2006

Pobres, pero honrados

El domingo pasado, los misioneros demostraron que es posible vencer la tentación de vender las propias convicciones y tomaron una decisión que trascendió a sus pequeños intereses y necesidades y que debe convertirse en ejemplo para todos los argentinos.

Cuando nuestros abuelos llegaron a estas tierras sus únicas pertenencias eran esperanzas e ilusiones. Pero en 30 años transformaron un desierto habitado por indóciles salvajes en un país culto y organizado que abasteció de alimentos al mundo entero.

Eran tiempos de la República…. cuando la gente humilde no se prestaba para hacer cosas incorrectas, cuando se rechazaban los sobornos de los políticos, cuando los almaceneros ofrecían créditos personales anotando la deuda en un simple cuaderno, cuando las personas habilidosas conseguían estabilidad laboral sin necesidad de leyes sociales, cuando la presentación del recibo de sueldos servía de aval para obtener préstamos hipotecarios, cuando se podía comprar un terreno suburbano pagando cuotas registradas en libretas del loteo que valían como título de propiedad, cuando el simple apretón de manos sellaba los contratos más solemnes, cuando cada uno podía levantar su propia casa y mejorarla constantemente hasta formar los barrios elegantes de hoy en día, cuando los hijos de obreros podían estudiar en excelentes colegios públicos o privados y conseguían buenos puestos de trabajo y cuando los más inteligentes y aplicados podían ascender socialmente.

Cuando todo esto sucedía tenía vigencia social un dicho que constituía algo así como el signo heráldico ostentado con orgullo: “pobre, pero honrado”.

En la Argentina olvidada, ser honrado significaba ser incapaz de robar, estafar o defraudar. Ser honrado equivalía a ser escrupuloso en el cumplimiento de los deberes. Ser honrado comportaba respetar a los demás empezando por sus tenencias. Ser honrado implicaba rechazar cualquier oferta de soborno para realizar algo contrario a las propias convicciones. Ser honrado era resistirse a ejecutar actos considerados signos de corrupción.

Todo esto parecía haberse borrado del mundo cotidiano hasta que sucedió el fenómeno cívico de la provincia de Misiones.

Un hombre en solitario, ministro de la Iglesia, con enorme autoridad moral, sin recursos económicos, con el poder político del gobierno nacional en contra suyo, sin ambiciones de poder y adoptando una actitud de servicio a sus hermanos, aceptó un liderazgo en nombre de la dignidad y, detrás de esa bandera moral, consiguió reunir a la mayoría de los misioneros que nos dieron el ejemplo contundente de recuperar el sentido ético de República.

Apariencias engañosas

Las encuestas mentirosas, diseñadas por ciertos personajes más habituados a la manipulación que a la ilustración, nos presentaban un mundo decadente donde el criterio para distinguir el bien del mal estaba condicionado por la posibilidad de obtener ventajas o perder dádivas.

En ese mundo trastrocado, algunas voces políticas del propio gobierno hablaron de valores, pero lo hacían sobrentendiendo que se trataba de meras consideraciones sociológicas o de simples recursos dialécticos para rellenar discursos huecos, repetidos incesantemente tratando de engañar a los pobres de espíritu y simples de corazón.

Pero cuando un gobernante habla de valores sin mencionar las virtudes morales, que debe demostrar dando el propio ejemplo de su vida, entonces es como hablar de mecánica sin mencionar la gravitación, ni la fuerza, la potencia o la inercia.

Hicieron una verborrea retórica, más o menos política, que en nada se parecía a un discurso riguroso e inteligente.

Las virtudes cívicas y morales

El único modo de superar este decadente palabrerío, que ignoraba la conciencia y el alma del pueblo porque se apoyaba en un sensualismo carente de profundidad, fue la racionalidad, esto es, el uso correcto de la razón para dominar las apetencias materiales y orientar la conducta.

Este fue el discurso de monseñor Piña, que en Misiones se contrapuso a la grosera y desaforada oferta de dádivas y prebendas tendientes a comprar el voto a cambio de lamentables platos de lentejas.

La mayoría de los habitantes de esta provincia supo reaccionar y antes que el instinto optaron por la conciencia. Se comportaron como hombres libres y seres pensantes, no como manada de animales carentes de toda inteligencia.

En Misiones, tuvimos el domingo un ejemplo trascendente.

Lo específico del hombre, aquello que lo diferencia de las bestias, es su capacidad de comportarse de acuerdo a principios sobreponiéndose a cualquier tentación de hacer lo que no corresponda porque le ofrecen ilusorias ventajas.

Los misioneros nos demostraron tener capacidad de autocontrol.

Y esa capacidad de autocontrol tiene un nombre claro y definido: se llama virtudes cívicas y morales. Sin virtudes morales, desarrolladas a través del ejemplo y de un proceso de aprendizaje, no hay comportamiento racional posible.

Porque ellos tuvieron el ejemplo de un liderazgo que gozaba de enorme autoridad moral y porque en sus conciencias floreció el recuerdo de las enseñanzas recibidas de sus padres, reaccionaron como lo hicieron.

No cedieron a la tentación de vender sus convicciones y entonces tomaron una decisión que trascendió a sus pequeños intereses y necesidades. Fueron justos y valientes. Y cuando un pueblo tiene esas virtudes, sabe resistir a la tiranía.

Porque la tiranía es la forma de gobierno injusta, cruel y despótica que surge cuando los ciudadanos son débiles, entregan sus derechos y traicionan sus principios por un plato de lentejas, por ansia desmedida de ganancias o por un simple mendrugo de pan.

Ése fue el gran valor cívico, moral y social de los habitantes de Misiones. Ratificaron que se puede ser “pobres, pero honrados”, como lo fueron nuestros antepasados.

No todo está perdido, obraron con dignidad.

Merecen el reconocimiento pleno de todo el país. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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