En un arranque visceral que algunas fuentes sitúan entre las dos y las tres de la tarde del jueves, el presidente Kirchner decidió cancelar la deuda que el país tenia con el Fondo Monetario Internacional (FMI) usando reservas del Banco Central (BCRA). Las mismas fuentes dicen que el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, trató, en vano, de llamar al ex presidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, para que convenciera al presidente acerca de lo alocado de la decisión. Pignanelli consideró que cualquier intento de torcer la voluntad presidencial sería inútil.
En poco menos de dos horas, los departamentos de prensa del gobierno citaron a una multitud al Salón Blanco de la Casa Rosada. Desde Cristiano Ratazzi hasta las Madres de Plaza de Mayo y desde Hugo Moyano hasta Aníbal Ibarra, un auditorio tan heterogéneo como nutrido estaría aplaudiendo, un rato después, la exposición de Kirchner.
La deuda con el Fondo era, en términos comparativos, la más pequeña y la más barata de todas las que el país tenía hasta el miércoles 14 de diciembre. La primera idea era cancelarla en tres pagos desde aquí hasta el 2007. Pero la decisión brasileña de cancelar 15 mil millones apuró el desenlace argentino.
Ningún análisis económicamente puro justifica la movida. Siempre es bueno pagar. Y en términos morales la decisión es inobjetable: tengo una deuda, puedo pagarla y la pago. No especulo acerca de si es o no es la más costosa o de si puedo usar esos recursos para otros fines mientras sigo haciendo esperar al acreedor barato. Pero la Argentina de Kirchner no se mueve por ideales morales. Desde que el presidente asumió su cargo, ninguna de las decisiones tomadas podría encontrar su justificativo en una ingenua cruzada ética. Antes bien, los motivos de mucho de lo que se ha hecho puede encontrarse en el revanchismo y la discordia gratuita.
Entonces, ¿por qué pagamos? El presidente deslizó algunas pautas. Dijo en su discurso que el pago se hacía para “ganar libertad”, para “desembarazarse” del Fondo Monetario y de sus exigencias.
Si esto es cierto, habría que preguntarse qué indicaciones provenientes del Fondo maniataban a la Argentina a un programa impuesto desde escritorios extranjeros. De hecho, la Argentina no tenía un acuerdo con la entidad y no cumplió, históricamente, con ninguna de las sugerencias que partieron desde allí. Solamente forzando los argumentos podría decirse que sólo las políticas indicadas por el FMI motivaron la crisis argentina. El país desoyó la mayoría de las indicaciones y siempre terminó haciendo lo que quiso. Hasta Domingo Cavallo, quien seguramente sería señalado en cualquier encuesta espontánea como el primer seguidor a pie juntillas de las indicaciones del Fondo, rompió con él en 1996, poco después de que Menem fuera reelecto.
Al revés, muchas de las cuestiones pendientes de la Argentina –y cada vez son más puesto que hemos involucionado notablemente en los últimos 5 años- deben ser hechas de todos modos con o sin indicación del FMI. Establecer algún método racional para contener la inflación, terminar con un conjunto distorsivo de impuestos que impiden la inversión, poner en caja un gasto desaforado, controlar la emisión contranatura para comprar dólares que hagan mantener su paridad artificialmente alta en el mercado e integrar al país con el mundo en un fluir de intercambio comercial creciente, son medidas que el país deberá tomar o pagar un precio muy alto por no hacerlo.
Es más, si fuera cierto que entre las motivaciones para pagar se encontrara el debilitar el respaldo a la masa monetaria para que el dólar se dispare naturalmente por encima de los tres pesos, la jugada, en medio de un proceso inflacionario como el que tenemos, sería, lisa y llanamente, incendiaria.
Por lo demás, el presidente ha quemado una nave más en el camino de sinceramiento que ha iniciado desde el 23 de octubre. Desde ese momento en más, eliminó del gabinete todo funcionario que no oliera setentismo, puso al frente del Ministerio de Defensa a una ex montonera cuya primera medida -además de viajar inmediatamente a Venezuela para reportar a su jefe, Hugo Chávez- fue dar de baja el ascenso del jefe del V Cuerpo de Ejercito, el general Palacios, que ya había superado con éxito todas las instancias de revisión de su legajo, incluida la firma del presidente. El motivo fue que Palacios había hecho, durante la presidencia del Dr. Alfonsín y obviamente con su anuencia en su carácter de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, un curso militar en los EE.UU. Asimismo, el presidente eligió al chavista Eric Calcagno para ocupar la embajada argentina en París, respaldó a Miguel Bonasso en su cruzada para evitar que Luis Patti asumiera como diputado, refrendó el proyecto de su esposa para modificar la constitución del Consejo para la Magistratura y, según confesó, pagó al Fondo para poder hacer lo que le viene en gana en materia económica.
Todos los cucos de la culpabilidad argentina han sido derribados. Aquí no hay “neoliberalismo”, ni noventistas, ni Corte menemista, ni Washington, ni FMI. D’Elía, el nuevo faro de Occidente para la Argentina, dijo que el jueves pasado terminó la intervención que se cernía sobre el país desde el 24 de marzo de 1976.
Muy bien, señores, estamos liberados. A ver qué hacen. © www.economiaparatodos.com.ar |