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jueves 3 de noviembre de 2005

Primera consecuencia del fracaso del intento de reforma del Consejo de Seguridad de la ONU

Japón pretende reducir sus contribuciones monetarias a las Naciones Unidas a menos que se revea la decisión de no permitir que pase a formar parte del Consejo de Seguridad del organismo internacional.

Que la reciente “Cumbre” de las Naciones Unidas resultó un estrepitoso fracaso está ya fuera de toda duda, pese a la existencia de algunos pocos pasos que lucen “hacia el frente”, como el que tiene que ver con las “intervenciones humanitarias”, que parecen haber sido elevadas ahora a la categoría internacional de “deber” u “obligación”. Para tratar de evitar la reiteración de los horrores ocurridos en Ruanda, o en Darfur.

De todos los fracasos, el más notorio de todos es el que tiene que ver con la pretendida (y publicitada) reforma del Consejo de Seguridad, que algunos empujaban a toda máquina presuntamente para darle a la institución señera de la paz y seguridad internacionales “mayor legitimidad”, aunque en los hechos para aumentar los privilegios actuales, extendiéndolos a unos pocos nuevos beneficiarios y satisfacer así apetitos nacionales de esos pocos, creando inconvenientes hegemonías regionales en rincones del mundo como el nuestro, donde esas hegemonías jamás habían existido.

Los estados que, como Alemania, Brasil, India y Japón, pretendían sentarse ya en un asiento permanente del Consejo de Seguridad no lo lograron y, aunque el fallido intento no está ciertamente del todo muerto, las chances de que esa reforma suceda en el corto plazo son ahora bastante pocas.

Como siempre ocurre, hay consecuencias.

La primera estaba anunciada, “cantada” entonces.

Japón, a la manera de los Estados Unidos, que ha seguido esta fea estrategia en varias oportunidades a lo largo de los últimos 60 años, anunció que tratará de “renegociar” su escala de contribuciones a la ONU, porque le parece alta, o excesiva, más bien.

Pese a que hay una fórmula polinómica que debiera medir socio-económicamente a todos por igual, sin excepciones.

Pero siempre hay algunos que se sienten “menos iguales” que otros.

Como lo cierto es que los Estados Unidos ya han “capeado” -varias veces- unilateralmente esa fórmula, poniendo “de prepo” un “techo” a sus propias contribuciones, los nipones tratarán ahora de hacer lo propio. Según la fórmula, los norteamericanos deberían pagar algo así como el 30%, pero solamente pagan un 22%. Y Japón busca algo similar.

Ésta es, sin duda, una forma de hacer presión a los demás, porque en caso de tener Japón éxito en su pretensión, ellos deberán pagar lo que este país deje de abonar.

Así lo acaba de anunciar el canciller nipón, Nobutaka Machimura.

Para él, la contribución del Japón es injusta. Particularmente cuando se la compara con las de Francia, China o Rusia, sustancialmente menores.

Japón contribuye con el 19,5% de los gastos. Si se excluye a los Estados Unidos, los otros cuatro Miembros Permanentes del Consejo, en conjunto, contribuyen con apenas el 15% del total. Parece poco.

Machimura dejó en claro, como cabía esperar, que si se acepta a Japón como Miembro Permanente, “la cosa cambia”. Pero que, en caso contrario, tratará de obtener un sólido reajuste de su cuota de contribución a los presupuestos de la ONU.

Así, dijo, lo exigen los contribuyentes japoneses. Déja-vu. Algo muy parecido nos dicen los norteamericanos cada vez que quieren bajar sus contribuciones. Y lo han logrado, con reiteración.

Una evolución similar está ocurriendo con la “ayuda japonesa al desarrollo”, que ha estado disminuyendo sistemáticamente a lo largo de la última década. Hoy, pese a que el objetivo declarado de los países más ricos es el de contribuir al desarrollo de los demás con una cifra que suponga el 0,7% del PBI, Japón lo hace con apenas un 0,23%. Algo parecido, una vez más, están haciendo también en este capítulo los Estados Unidos. Los únicos “cumplidores”, en esto, son los escandinavos, como usted lector, que sabe que ellos son “buenos ciudadanos de la comunidad internacional”, lo suponía. Los demás, quien más, quien menos, miran para otro lado.

Como dicen los franceses, “cuanto más cambia todo, más es la misma cosa”. O, “nada nuevo bajo el sol”, en la lengua de Cervantes. © www.economiaparatodos.com.ar



Emilio Cárdenas es ex Representante Permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas.




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