Progresismo e igualdad
Uno de los tantos mitos de las ciencias sociales, ampliamente difundido hoy en día, es el del «progresismo»
Uno de los tantos mitos de las ciencias sociales, ampliamente difundido hoy en día, es el del «progresismo». Los progresistas asumen como suyo el ideal igualitario, entendido este como el de la igualdad mediante la ley y no ante la ley (este último ideal propio del liberalismo). Ese primer tipo de «igualdad» es característico de la «igualdad» colectivista. Nos proponemos analizar en lo que sigue, si el «progresismo» conduce realmente a esa clase de «igualdad».
La igualdad colectivista conlleva al estancamiento platónico que postula detener todo cambio, como lo explica K. R. Popper[1]. La noción de cambio implica la de mejora o desmejora, conceptos ambos que excluyen el de igualdad. Por lo tanto, una sociedad colectivista no debería ni mejorar ni desmejorar (caso contrario dejaría de ser igualitaria), sin embargo su práctica -donde se ha llevado a cabo- resultó siempre en una desmejora de todo aquello que se pretendió «igualar». La historia rebosa de ejemplos: cuando el nazismo pretendió «igualar» la sociedad para que todos fueran arios, implicó el exterminio de los disidentes y judíos, es decir, tanto en términos cualitativos como cuantitativos desembocó en desmejora. Las experiencias comunistas de China, URSS, Cuba, etc. dieron resultados análogos: exilio, presos políticos, confinamientos en campos de concentración, hambrunas, fusilamientos, o sea, en resultados netos: desigualdad (el análisis inmoral de estas colectivizaciones y las dictaduras en las que desembocaron ya lo hemos hecho en nuestra obra Socialismo y capitalismo).
Mientras la igualdad es estática, la realidad es dinámica, y este el principal conflicto que enfrentan absolutamente todos los proyectos políticos y económicos de «igualdad de oportunidades».
Lo opuesto a la igualdad es el cambio. Como dijimos arriba, el cambio implica mejora o desmejora. La mejora la denominamos progreso, y la desmejora retroceso. La igualdad equivale al estancamiento, pero en materia social, como explicamos antes, en el mejor de los casos significó –por algún tiempo- un estancamiento, pero en la mayoría de los otros, directa desmejora, o sea, retroceso social. Por esto, un programa «igualitario» o «equitativo» nunca puede ser «progresista» como se le suele llamar, sino que en los hechos es «retrocesista», «retardatario» o «regresista». Paradójicamente, lo que usualmente en materia política y social se denomina «progresismo» resulta (en los hechos) ser reaccionario al verdadero progreso, en virtud de su aversión al mejoramiento social en escala. De allí, que lo máximo que pueda lograr todo movimiento «progresista» sea el mejoramiento de ciertos sectores sociales a costa de otros, con lo cual se obtiene un producto de suma cero, el que por definición implica ausencia de todo progreso neto. Lo que es «igual», no «progresa», caso contrario no sería «igual». El igualitarismo es incompatible (por contradictorio) con el progresismo.
Pero cabe hablar en otro sentido y referirse a un «progreso igualitario», o en diferentes palabras a que todos progresen «por igual». Por ejemplo, lograr que todos crezcan a una tasa de -por caso- un 5 % en una unidad de tiempo uniforme (mensual, anual, quinquenal, etc.). Sólo en este sentido podrían conjugarse las palabras progresismo eigualdad, donde la «igualdad» estaría referida a la tasa de progreso y no al estado inicial ni final de los sujetos implicados.
Por lo general, estas políticas «progresistas» así entendidas (de este último modo) se dirigen -naturalmente- a los resultados, es decir, tendiendo a corregir situaciones iniciales que se consideran «injustas», «desiguales» o «inequitativas», apuntado a escenarios finales en las que todos los participantes reciban la misma cantidad o calidad de producto. Lo que en economía suele recibir el nombre general de redistribución de ingresos.
Pero ¿qué sucede si uno (o muchos) no quieren o no pueden «progresar» a esa tasa fijada por las autoridades «progresistas»?
El problema ineludible que enfrentan -y ante el cual siempre han fracasado en todo tiempo y lugar- es que las tasas de progreso de los individuos son diferentes, por la tremenda realidad (tantas veces negada) que los individuos son todos entre si también y del mismo modo, diferentes. Y asimismo estos progresistas niegan empecinadamente otra realidad vital: que en función de las naturales desigualdades biológicas y psicológicas del hombre, en tanto algunos progresan otros desprogresan o retroceden.
Es por esta razón que los progresistas, en tanto insisten en sostener el ideal igualitario, deben repetidamente acudir a la fuerza para intentar «igualar» las dispares tasas de crecimiento de los individuos a fin de que todos puedan «progresar por igual». «Igualdad» que se quiebra en el mismo momento en que el «progresista» debe hacer uso de la fuerza para quitarle a Pedro (que produce 10) 5 (de esos 10) para darle a Juan que produce 0. Con lo que se advierte que consumar el «ideal igualitario» sólo puede llevarse a cabo a través de la violencia, y nunca por medios pacíficos. Aquí se ve como progresismo e igualdad se oponen, porque por los métodos «progresistas» el único que progresa es Juan y no Pedro porque este, al perder 5 de sus 10, no progresa, sino que desprogresa. En el «progresismo» pues, «progresan» los unos a costa de los otros. Nada más alejado de la «igualdad» y contradictorio con ella que el «progresismo».
El capitalismo es el único sistema donde todos realmente pueden elegir progresar o no hacerlo. Pero en el que la capacidad potencial de progreso esta -en principio- abierta a todo el mundo. No hay sistema más verdaderamente progresista en el mundo que el capitalista. Incluso el proceso de capitalización que se da en los mercados libres, hace que personas que no se han propuesto deliberadamente progresar, lo hagan de todos modos, casi como un efecto no querido.
Dado que el colectivismo implica al igualitarismo, es una contradicción en términos decir que en ese tipo de sociedades existe «progresismo», o que son (a la vez) «progresistas». «Igualitarismo» y «progresismo» se contraponen semántica y conceptualmente. Una política «progresista» no puede defender el ideal igualitario porque se estaría contradiciendo a sí misma.