Cuando leí la noticia de que Argentina había decidido restringir las importaciones de electrodomésticos desde Brasil, en seguida me acordé de los padecimientos de los consumidores bajo el modelo de sustitución de importaciones.
Recordé de inmediato que cuando uno quería comprar un auto, tenía que dejar una abultada seña en la concesionaria y esperar a que le entregaran el vehículo a los 2, 3 o 4 meses. Era muy común que uno dejara un adelanto por un automóvil color azul y con aire acondicionado y que, después de transcurrido el tiempo mencionado, a uno lo llamaran de la concesionaria para decirle que ya estaba su auto. Eso sí, éste era blanco y sin aire acondicionado. La alternativa era retirar lo que uno no había comprado o bien seguir esperando 3 meses más.
El lector recordará los círculos de ahorro previo para comprar autos y electrodomésticos que solían existir en los años ’80. Lo que en definitiva se hacía con ese mecanismo era entregarle capital de trabajo gratuito a las empresas para que fabricaran los productos que tenían que vender. Es decir, no sólo el consumidor tenía que conformarse con productos de menor calidad y precios altos, sino que, también, le financiaba gratuitamente a las empresas el capital de trabajo que sus accionistas deberían haber aportado para desarrollar el negocio.
El ABC de la economía dice que si uno restringe artificialmente la oferta de un producto, su precio sube. De manera que el efecto económico del proteccionismo consiste en incrementar el ingreso de los sectores protegidos en detrimento de los consumidores.
Otro ABC de la economía dice que el salario real aumenta en la medida en que el asalariado pueda comprar una mayor cantidad de bienes con el sueldo que percibe. En consecuencia, cuando los productores locales son protegidos de la competencia externa, pueden incrementar los precios de venta, generando como contrapartida una caída del salario real.
Esta caída del salario real versus los mayores ingresos de los sectores protegidos genera una concentración del ingreso en favor de los últimos. El Estado declara ganadores económicos a los productores y perdedores a los consumidores.
Claro que cada vez que se aplica una medida tan regresiva en términos de distribución del ingreso, el argumento que se saca a relucir es que se establece la protección para defender los puestos de trabajo. Sin embargo, este argumento no es más que una pantalla para esconder un robo legalizado gracias a las normas gubernamentales, ya que es falso que el proteccionismo cree más puestos de trabajo, porque lo que no se ve son los puestos de trabajo que dejan de crearse por no tener, por ejemplo, una economía competitiva a nivel internacional que permita exportar. Y eso es justamente lo que le viene pasando a nuestro país.
Si Argentina hubiese mantenido –no incrementando, sino apenas mantenido– la participación en el comercio mundial que tenía a principios del siglo XX, hoy debería estar exportando aproximadamente 125.000 millones de dólares anuales. ¿Cuántos puestos de trabajo dejaron de crearse por exportar 100.000 millones de dólares anuales menos de los que podríamos estar exportando si nuestra economía no se hubiera aislado del mundo? Esos puestos de trabajo no se ven porque nunca pudieron ser creados dada la baja competitividad de los productores locales. Productores que no necesitaron ser competitivos gracias a la restricción de la oferta que surgió del modelo de sustitución de importaciones. Esos productores no necesitan invertir y exportar porque tienen un mercado cautivo que les otorga una renta extraordinaria con poco esfuerzo y escasos aportes de capital.
Dado que el proteccionismo no permite crear puestos de trabajo competitivos, lo que logra es que los salarios reales sean más reducidos. Con la sustitución de importaciones, la gente puede comprar menos productos con su ingreso porque los productos son más caros que en una economía abierta.
El resultado es que unos pocos, los protegidos, concentran más ingreso y el grueso de la población tiene un ingreso más reducido porque debe financiar las utilidades de los privilegiados por el gobierno.
Eso sí, se le “vende” a la gente que gracias a la protección tiene trabajo. Lo que no le dicen es que si se eliminara la protección, la rentabilidad de las empresas sería menor, los salarios reales serían mayores porque la gente podría comprar más productos gracias a la baja de precios fruto de la competencia, y la distribución del ingreso sería más justa, porque cada uno percibiría lo que le correspondería por su trabajo y no por la decisión arbitraria del burócrata de turno.
Lo que escandaliza es que los mismos que se desgarran las vestiduras hablando de los pobres y de la concentración del ingreso, sean los mismos que aplican medidas que hacen caer el salario real y, encima, impulsan una mayor concentración del ingreso en favor unos pocos privilegiados. © www.economiaparatodos.com.ar |