El próximo domingo los argentinos iremos a fingir nuevamente que estamos en un sistema democrático, creyendo que porque nos dejan votar una vez cada tanto somos un pueblo libre. Los movileros y periodistas repetirán la eterna y estúpida frase que dicen en cada elección -“hoy es el día más importante de la democracia”- y no faltará el político caradura que afirmará: “este día es una fiesta de la civilidad”. Después de recontar los votos, con las correspondientes demoras en la información oficial, cada uno hará sus cuentas y tratará de mostrar que es el ganador de las elecciones.
Desde los búnkeres de algunos de los partidos políticos, los móviles mostrarán en vivo cómo festejan sus simpatizantes. Otros transmitirán desde los cuarteles de los vencidos, donde no se verá a nadie porque la derrota habrá sido catastrófica.
En algún momento, algún candidato saldrá a reclamar su victoria y decir que le agradece al pueblo por el apoyo que le brindó. Los perdedores mandarán a algún pobre infeliz a poner la cara frente a las cámaras de televisión para decir que están esperando la información de Villa Tachito para poder hacer una evaluación más acertada de los resultados, recalcando que las proyecciones de sus encuestas de boca de urna los dan como ganadores, pero, insistirá, falta la información de Villa Tachito para confirmar la tendencia.
El vocero de algún partido político dirá que faltaban boletas en tal o cual zona (lo cual es altamente probable dado que ése es el costo que hay que pagar en este simulacro de democracia por no tener fiscales en todas las mesas). Otro candidato denunciará que hubo fraude, como si el sistema en su totalidad no fuera un fraude gigantesco.
Mientras tanto, en los estudios de los canales, los encuestólogos harán las consabidas piruetas para demostrar que ellos habían pronosticado la victoria de tal o cual candidato y, si no la embocaron, afirmarán que el resultado inesperado estaba dentro de los márgenes de error de sus predicciones.
Saturados de falta de información confiable y ya tarde a la noche, vamos a apagar el televisor sin saber cómo terminó el escrutinio.
Después de todo este ritual, ¿qué pasará el lunes 24 o el jueves 27? Pasará que los argentinos seguiremos viviendo una farsa democrática por la cual los políticos que hoy manejan las cajas nacionales y provinciales seguirán avasallando los derechos individuales.
Lo primero que vamos a notar es que el reparto a domicilio de lavarropas, heladeras, televisores y demás electrodomésticos va a cesar porque las elecciones ya habrán pasado y hasta las próximas no hará falta utilizar los recursos de los contribuyentes para comprar el voto de la gente.
Otra cosa que vamos a notar es que los políticos van a dejar de caminar por los barrios y abrazarse con la gente para la foto.
¿Qué es lo que va a seguir igual? La expoliación de la gente con impuestos basada en la creencia de que porque alguien obtiene un determinado porcentaje de votos eso le da derecho a abusar del poder. También el reparto de privilegios a “empresarios” amigos del Gobierno proseguirá como hasta ahora. Y mientras unos pocos se llenan los bolsillos gracias al dólar alto, el grueso de la población continuará en la miseria, el Banco Central seguirá licuando el salario de la gente gracias a la maquinita de emitir moneda y el presidente mantendrá su típico discurso denunciando conspiraciones nacionales e internacionales para destruir a la Argentina, aclarando que van a tener que pasar por sobre su cadáver antes de que el pueblo sea expoliado por los supuestos conspiradores.
Es que esta falsa democracia que hoy impera en nuestro país ha transformado al Estado en un mercado donde se compran y venden privilegios avasallando los derechos de terceros. Los funcionarios elegidos por el sistema de votación trucho que tenemos, escudándose en cuestiones sociales o la defensa del interés nacional, disponen de la fortuna de la gente al igual que los gobiernos totalitarios. Su poder no tiene límites porque ellos están por encima del orden jurídico. La ley son ellos. Y como ellos son la ley, ellos deciden quiénes son los ganadores y los perdedores del modelo. El trabajo, el esfuerzo individual, el riesgo empresarial en serio, la inversión para ser eficiente y la capacidad de innovación son un pésimo negocio, porque en una democracia trucha el que gana es el que está cerca del poder. Adular al funcionario de turno es parte del negocio para prosperar. ¿Qué es esa estupidez de invertir para ganarse el favor del consumidor? Ése el verso que vende el neoliberalismo. La prosperidad de cada uno depende de la voluntad del supremo jefe que maneja la caja. Eso sí es progresismo. La arbitrariedad en las reglas de juego es el imperativo moral de los progresistas y populistas. Ellos son buenos porque en cada elección reparten electrodomésticos entre los pobres. Los neoliberales son malos porque quieren que el progreso esté basado en las inversiones para que la gente tenga la dignidad de mantener a su familia con el fruto de su trabajo. Los neoliberales son malos porque quieren competencia. Los progres y populistas son buenos porque le aseguran mercados cautivos a unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría de la población. Los neoliberales son malos porque quieren crear trabajo en serio. Los populistas y progresistas son buenos porque la gente come de los bolsones de comida que les dan, de los planes no-trabajar y de los cortes de rutas.
Mientras no tengamos gobiernos sujetos a la ley, mientras el funcionario público no tenga límites a su accionar, mientras las pautas oficiales sigan logrando titulares sobre lo fantástico que le va al país, los argentinos vamos a continuar en este interminable tobogán de la decadencia, en el medio de una descarada corrupción y falta de respeto por las leyes. Eso sí, en dos años más vamos a vivir nuevamente la misma farsa democrática por la cual cada uno de nosotros tendrá el derecho a elegir al verdugo que le parezca más confiable. Ese verdugo que va a ser el encargado de matar la esperanza de vivir en un país mejor. © www.economiaparatodos.com.ar |