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lunes 17 de septiembre de 2007

Quien pueda entender que entienda…

La política argentina se rige por principios que escapan a toda lógica y razonabilidad. En consecuencia, los análisis de la actualidad y de los escenarios futuros no son más que esbozos tentativos.

“¿Se podría organizar un partido
de quienes no están seguros de tener razón?
Ese sería el mío.”
Albert Camus.

Partamos de una premisa básica: no hay lógica en la política argentina, al menos en la manera de hacer política. Posiblemente no la haya en muchos otros aspectos, y esa sea la característica intrínseca de la idiosincrasia nacional. Uno se pregunta, entonces: ¿puede hacerse un análisis concreto de lo que pasa o pasará sin caer en la más absoluta especulación? Se verá que la pregunta misma no hace sino confirmar la hipótesis inicial. No hay análisis que valga, apenas esbozos por tratar de mostrar desde alguna otra perspectiva la realidad y cómo ésta se avecina en el corto plazo, nada más.

Y es que en la Argentina todo puede ser y no ser. No hay modo de plantear un futuro distinto cuando protagonistas y elencos son los mismos y apenas alternan roles sin modificar sustancialmente el libreto. Los escenarios que se plantean de ahí en adelante responden más a las preferencias personales, motivadas por el deseo de que algo cambie, más que a la lógica de que los cambios lleguen por una administración nueva capaz de reformar estructuralmente a la Argentina que queda.

Albert Einstein decía que nadie puede conseguir resultados diferentes con la misma metodología. En este caso, la sentencia se aplica sosteniendo que es inútil pretender coherencia y racionalidad cuando la dirigencia no sólo es la misma, sino que actúa en forma oportunista, la oposición aflora por los baches que le dejan más que por sus propuestas y las listas se arman por descarte, buceando entre los que aún no se anotaron en otras boletas. Las sábanas que se presentan en las próximas elecciones se parecen más a una subasta de saldos que a la formación de plataformas idóneas y serias. Lo importante parecería ser contar en la lista con quien tenga una imagen positiva, aunque sea por una mera hazaña furtiva, que con quienes hayan dado muestras de capacidad e idoneidad para cumplir un rol en la actividad política. Así, cuando surge un personaje no discutible en alguna materia, se le cuelgan de la yugular desde todas las fuerzas, como si fuesen todas ideológica o éticamente idénticas. ¿Es entendible que una misma persona reciba ofrecimientos de tres o cuatro espacios políticos supuestamente opuestos? El problema de identidad que se le plantea al pobre elegido no lo puede resolver ni el más versado de los psicoanalistas.

Entramos en un grado de orfandad tal que quienes siempre estuvieron en las antípodas del socialismo festejan el triunfo de Hermes Binner en Santa Fe y hasta ven en Luis Juez a Ulpiano resucitado. “Todo, menos lo que hay”, se dice. Puede ser válida la consigna. Sin embargo, esta situación tan peculiar que se vive en la Argentina no es producto de la evolución de ideas, sino del oportunismo electoral y de la ambición personal de los candidatos. En ningún país maduro políticamente estos giros se producen como en estas latitudes. Sin ir más lejos, el acuerdo entre Ricardo López Murphy y Elisa Carrió fracasó por la imposibilidad de acordar la titularidad de los espacios de poder y no a causa de diferencias ideológicas. Duro, pero real. Y el problema final es que para obtener una mayor calidad institucional es menester contar primero con una mayor calidad intelectual y espiritual. Los hombres hacen a las instituciones y no las instituciones a los hombres. Si se llega a éstas arañando votos de manera deshonesta o sin que importen los principios y valores, la calidad pretendida es abyecta.

No hay coherencia en las actitudes, menos lo hay en la confección de las listas. No hay convicciones, hay intereses y ambiciones cortoplacistas. No se trata únicamente de la polémica “ley de lemas” que obra maravillas en pro de las reelecciones indefinidas en las provincias (Gildo Insfrán en Formosa es un ejemplo relevante para el caso). Si bien se mira, cualquiera puede ir de pronto en cualquier lista.

Un simple ejercicio basta para evaluar la lógica de esta política: léanse los nombres de los candidatos a los diferentes cargos y trátese de diferenciárselos luego por ideología, propuestas, historia, trayectoria, militancia, origen o hasta por geografía (a qué distrito representan ahora)… y avéngase a armar los grupos: oficialismo y oposición.

No será simple establecer los cánones de la lógica que hacen, por ejemplo, que Felipe Solá sea primer candidato a diputado de Cristina Fernández y critique los noventa, o que Adolfo Rodríguez Saá plantee la no intervención estatal en la economía tras una gestión en su provincia signada por el Estado provincial, o mismo que un Ricardo Gil Lavedra (ex UCR) vaya con Roberto Lavagna (PJ ¿o ex PJ? ) y no con Carrió (ex UCR, ex ARI, ¿ex Coalición Cívica?) o que a ésta le diera lo mismo estar secundada por Gerardo Conte Grand (ex PJ), Adrián Pérez (¿ex arista?) o Rubén Giustiniani (¿ex socialista?, electo finalmente para ser vice porque Hermes Binner ganó en Santa Fe). ¿Qué tendrá que ver? Evidentemente, todo tiene que ver con todo, y todos con todos.

Es probable que el ejercicio planteado sea tramposo, aunque no deja de ser interesante, como lo sería analizar desde la lógica, claro está, por qué el “regreso” de Eduardo Duhalde se convierte, de pronto, para muchos que antaño sufrieron el negocio de la pesificación asimétrica, en una suerte de “esperanza blanca” y en la salvación nacional, mientras que para otros –que nacieron de su riñón– resulte una amenaza tal que sea menester salir a atacarlo implícita o explícitamente en la campaña.

Perón vive, Evita dignifica e Hipólito Irigoyen dejó la boina y ahora toca el bombo en las esquinas. Es la Argentina. Quién pueda entender que entienda… © www.economiaparatodos.com.ar

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