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jueves 1 de septiembre de 2005

Reminiscencias

El gobierno nacional y la campaña política se han teñido de impiadosas manifestaciones de intolerancia que apelan a una mística paranoica y condenan a todos aquellos que osan pensar distinto. Estas tácticas que no promueven la pacificación y la concordia suscitan lamentables recuerdos de la historia mundial y argentina.

Una imagen vale más que mil palabras, dice el viejo refrán de la sabiduría popular. Y es cierto. Una fotografía, una película o una visión en directo de los hechos abre rápidamente la mente al entendimiento de lo que sería más complicado explicar con palabras.

El jueves pasado, hace hoy una semana, los principales diarios del país reprodujeron una imagen de la candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, la primera dama Cristina Fernández, en la que se la ve interpretando el himno con su cabeza directamente delante del círculo de un sol que, por detrás de ella, en un enorme cartel, ocupaba el lugar de la letra “o” en la palabra “victoria” del guevarístico nombre del frente oficial que encabeza el Presidente.

Los rayos de Febo bordeaban el contorno de la cabellera de la candidata, dándole un aura de iluminada. Por detrás de ella, un grupo de seguidores y funcionarios, entre los que se distinguía claramente al canciller Rafael Bielsa, extendía sus brazos derechos a 45 grados rematando en puños que simbolizaban la “v” de la victoria.

El cuadrante de la imagen abarcaba sólo a cinco personas pero, conociendo las características del acto de Rosario, la pose, seguramente, se reproducía en cientos.

Una inmediata asociación de imágenes me llevó 70 años hacia atrás y al centro de Europa: Alemania, 1935. Las ensordecedoras y prolijas masas nazis que, al grito ordenado de “Heil Hitler”, vivaban al dictador al tiempo que extendían sus brazos derechos a 45 grados.

El discurso de lanzamiento electoral estuvo lleno de alusiones al culto de la personalidad del Presidente, con su esposa hablándole directamente y tratándolo de “usted”, al tiempo que repartía diatribas a todos los que osaran soñar un perfil diferente para la Argentina.

Desde la denuncia pública e infundada de “pactos” hasta el delineamiento difuso de un plan para desestabilizar al gobierno, Cristina Fernández cayó en lo que ya es una costumbre: asumir como no-argentino todo lo que no esté de su lado. Otra reminiscencia.

En la Europa de la preguerra fue este enfoque el que encendió el odio y el resentimiento que terminó, años después, con 50 millones de muertos. La incapacidad para comprender que hay otros puntos de vista que pueden querer buscar el bien de todos por la aplicación de otras ideas y principios y la inagotable pretensión de tildar a esas personas como enemigos del país constituyen una táctica que el mundo conoce de sobra. La vocación antidemocrática que esa tendencia conlleva es incontrastable.

La permanente creencia de que detrás de puntos de vista distintos de los propios había planes oscuros y alianzas siniestras que no sólo buscaban la derrota propia sino el hundimiento del país era, también, la moneda corriente en los extemporáneos discursos del Fürher, de Mussolini y de Franco. Hitler, en su locura, llegó a desarrollar una teoría que basaba las alianzas de los que, a su juicio, querían la destrucción de Alemania en características físicas. Por lo tanto, inició el extermino de todos los que las compartieran, en busca de la pureza aria que, por su puesto, sólo reunían él y los suyos (en tanto no lo contradijeran).

Así embarcó al país en una carrera que terminó con su despedazamiento. Quien buscaba la salvación de Alemania estuvo a punto de hacerla desaparecer de la faz de la Tierra.

Parece mentira que una pareja de políticos como el Presidente y su esposa, que dicen haberse formado en la resistencia al monopolio de las ideas y al ejercicio de la fuerza para impedir la expresión, caigan en estas impiadosas manifestaciones de intolerancia, hechas públicas con un grito anormal e intemperante que apela a una mística paranoica, cuyos resultados la humanidad, y la sociedad argentina en particular, también sufrieron en el pasado.

Es hora de que el Presidente termine con esta táctica. Es tiempo que archive el seguro complejo de inseguridad que lo atormenta y que lo lleva a ver una campaña, un complot, un enemigo, detrás de cada idea distinta de la suya. La Argentina necesita del ablandamiento de las tensiones, del abuenamiento de las interpretaciones y del candor perdido de las ideas simples.

La conciliación y la concordia deberían ser hoy los primeros mandamientos de cualquier presidente argentino. Desgraciadamente, esos capítulos iniciales de la vida en común de cualquier sociedad que otros mandatarios en otros países pueden dar por sentados no están asegurados aquí. Hasta que esa base de resentimiento no sea derrotada ningún campo será fértil al progreso.

Ojalá el Presidente piense y llegue al convencimiento de lo inútil de su prédica de división. Después de todo, los que piensan distinto de él seguirán existiendo. ¿Qué va a hacer con ellos? ¿Doblegarlos a palazos? ¿Amordazarlos? ¿Cuál sería la lógica sucesión de hechos si ése fuera su plan? Mejor ni pensarlo.

Es mejor alcanzar la convicción de que se es el presidente de todos los argentinos y de que su misión consiste en ensanchar los caminos de la concordia y de la fructífera vida en común antes de aspirar a reinar sobre una masa de pensamiento único, cuyo color distintivo sea el gris. © www.economiaparatodos.com.ar




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