A todos quienes, con justificada amargura, presenciamos -aunque casi sin reaccionar- cómo algunos sórdidos personeros del gobierno de Néstor Kirchner y otros del ex gobierno de Eduardo Duhalde compraron -con regalos- votos de conciudadanos en la reciente elección nacional, tratando de “llevar así agua (votos) para su molino”, que se nos diga que la sociedad argentina es corrupta no debiera extrañarnos demasiado.
Particularmente desde que nos dicen lo mismo, año tras año.
La corrupción se difunde desde la política a la sociedad. Si usted no lo cree así, advierta sólo que estamos en una de las etapas de nepotismo más escandalosas de nuestra historia política, lo que es evidencia de corrupción moral, ciertamente. Pero tampoco esto parece preocupar a muchos para quienes la actuación a cara descubierta de las “dinastías políticas” es ya casi un detalle. Es parte, creen, de nuestro “folklore”.
Peor, es también parte de los ejemplos de conducta que brindamos a nuestros jóvenes, para muchos de los cuales esas conductas sugieren que los límites de lo ético son siempre más o menos borrosos. Y se utilizan en función de la propia conveniencia, por cierto. Lo que obviamente no debiera ser así.
Cuando Transparencia Internacional nos acaba de decir que este año, entre 159 países que han sido examinados, estamos colocados en el lugar número 97° del ranking de la honestidad, nos avergüenza frente a nosotros mismos y al mundo.
Pero esto tampoco nos conmueve. Quizás, porque los primeros en advertir, todos los días, cual es nuestra situación real somos nosotros mismos.
En la región, lo que tampoco es sorpresa, el mejor ubicado en materia de honestidad ciudadana es Chile, que ocupa el lugar número 21° entre todos los países del mundo. Más alto que Japón o que España, lo que no es poco. Lo merecen, y nos alegramos con y por ellos.
Detrás de Chile vienen todos antes que nosotros: Costa Rica, El Salvador, España, la propia Cuba (haciendo curiosamente abstracción de sus tremendas violaciones de derechos humanos y libertades civiles y políticas, cabe suponer), Brasil, México, Panamá y Perú.
Nuestra Argentina está -firme- en la categoría de los “fuertemente afectados por la corrupción”, con Bolivia, Ecuador, Guatemala y Nicaragua. Con la misma “pandemia” que nos parece afectar a todos.
Por debajo de nuestro grupo, en la peor lista, la de “los más corruptos del mundo”, como quizás cabía esperar, aparece la “bolivariana” Venezuela, junto con la ya tradicionalmente compleja Paraguay y la desconcertada Haití, este último el país más miserable de toda la región.
En nuestra región algunos -en esto- empeoraron, de un año a otro. Es el caso de Costa Rica, gracias a los escándalos que involucran a tres de sus ex presidentes. Pero este simpático país tiene, cabe apuntar, el Poder Judicial más transparente de toda la región. Por encima de los Estados Unidos y de Canadá. Lo que no es poco.
También es el caso de Brasil, donde la corrupción de la izquierda política es ya monumental, aunque muchos en el país traten de “cubrirla” o “disimularla”, por amor propio y hasta vergüenza, de manera “que no se note tanto”. Al menos, desde el exterior.
La Argentina sigue, entonces, muy mal. Pese a que Transparencia Internacional interpreta -equivocadamente- que, con la nueva composición, nuestra Corte Suprema es independiente. Los casos de los terroristas que la Corte se negó a extraditar a España y Chile demuestran que, en algunos temas que lucen particularmente sensibles para el actual Gobierno, la cosa no es tan así.
La corrupción, con la pobreza, es una de las principales causas del subdesarrollo. En rigor, una alimenta a la otra.
Corrupción es delincuencia, porque es “el robo frío y calculado de las oportunidades de los hombres, mujeres y niños incapaces de protegerse a sí mismos”. Ése es el crimen, ése es el mal.
Según el ranking al que nos referimos en esta nota, los tres países más honestos del globo son Islandia, Finlandia y Nueva Zelanda. Sus habitantes saben, entonces, realmente lo que es calidad de vida, más allá de la retórica con la que nos llenamos la boca, a modo de consuelo. Como si la tira de asado, el cielo celeste, una geografía privilegiada u otras cosas materiales pudieran reemplazar la honestidad. No es así. © www.economiaparatodos.com.ar
Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). |