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lunes 4 de octubre de 2004

Si no cambiamos, nos desintegramos

El país necesita líderes que sean capaces de sacudir a la gente y despertarla del acostumbramiento a vivir cada vez peor. El desafío consiste en hacerle comprender a los ciudadanos que no deben conformarse con las migajas que les tiran los gobernantes de turno y convencerlos de que es posible volver a tener un país donde cada uno viva con la dignidad de progresar gracias a su trabajo, esfuerzo e inteligencia.

En uno de esos típicos cruces en los que uno se encuentra con algún conocido por la calle, la semana pasada me paró un amigo y me preguntó: “Roberto, ¿cuándo explota esto?”. Miré a mi interlocutor y le dije: “Por ahora yo no veo nada que me haga pensar que esto va explotar. Esto se desintegra”.

¿Por qué pienso que la Argentina tiende a la desintegración más que a la explosión? Porque observo un fuerte acostumbramiento de la gente con la situación de degradación que vive el país.

Así como en su momento la gente se acostumbró a vivir con altas tasas de inflación, a los cortes de energía eléctrica o a transitar rutas destruidas, hoy veo que la gente se acostumbró a convivir con los cortes de calle que hacen los piqueteros, con los secuestros, con la inseguridad, con una economía languideciendo y, lo que es peor, con una Argentina sin perspectivas de futuro bajo estas condiciones de populismo e insensatez para manejar los negocios públicos.

Es como si cada uno de nosotros hubiera dicho: “la Argentina es así y lo único que queda es ver cómo se hace para sobrevivir en un país decadente”.

¿Por qué este acostumbramiento a vivir en la decadencia permanente? Algunos se acostumbraron luego de sufrir varias desilusiones. Muchos me confiesan que en el pasado confiaron y creyeron en determinados gobiernos y terminaron defraudados tantas veces que hoy ya no creen en nada. Otros aceptan esta situación porque saben que para cambiar el país hace falta tener el poder, y que hoy el poder lo controla una maquina manejada por políticos sin capacidad de estadistas que son muy difíciles de desplazar gracias al famoso aparato que les permite ganar elecciones, aun con la mínima cantidad de votos.

La gente está como adormecida y sólo cree recuperar su dignidad cuando el gobierno le endilga la culpa de nuestra crisis a Wall Street y al Fondo Monetario Internacional. Mucha gente ve en el falso nacionalismo que busca en el exterior a los responsables de nuestra situación, el liderazgo que va a sacarnos de la decadencia. Comportamiento típico de un país inculto y presa fácil del populismo.

¿Qué es lo que nos podría sacar de esta tendencia a la desintegración? La aparición de una dirigencia política con líderes capaces de hacer que la gente recupere la dignidad de vivir bajo el imperio de ciertos valores como el esfuerzo personal, el trabajo responsable, el no definitivo a las dádivas de los gobernantes de turno, el respeto por las palabra dada y por los contratos firmados.

Creo que esos líderes existen en la Argentina y pueden recuperar al país de las garras de populismo. Pero lo que tienen que entender es que ese liderazgo se va a lograr sin pactar con los que hoy detentan parte del poder. Si uno hace negocios con la mafia, termina transformándose en un mafioso y asumiendo las reglas de la mafia. Esa es la trampa en la que no tienen que caer aquellos que quieren cambiar la Argentina.

El objetivo no debe ser alcanzar el poder de cualquier manera, como ocurrió con la Alianza. La Alianza ganó las elecciones, pero como era un conglomerado de contradicciones no supo qué hacer con el poder cuando llegó al gobierno.

Por eso, el objetivo debe ser alcanzar el poder levantando la bandera de que es posible volver a tener un país donde cada uno viva con la dignidad de progresar gracias a su trabajo, esfuerzo e inteligencia.

El gran desafío está en hacerle comprender a la gente que a nada bueno conduce el sobrevivir indignamente gracias a las migajas que les tiran los gobernantes de turno. Migajas que no son solamente los planes Jefes y Jefas de Hogar. Migajas son también de las que viven los pseudo empresarios que prefieren la protección que les da el Estado para venderle a un mercado interno compuesto por un 50% de pobres y 30% de indigentes. Migajas son también los sueldos que ganan los ñoquis que colaboran con los punteros políticos.

En principio, la tarea que tenemos por delante es monumental, pero tiene tanto de epopeya poder cambiar la tendencia de la Argentina que, quienes queremos un país digno de ser vivido, deberíamos arremeter sin compasión contra esta máquina de destruir ilusiones. ¿Por qué? Porque frente la recompensa de ganar esta batalla bien vale la pena el esfuerzo que hay que hacer. La recompensa consistirá en sentir el orgullo de que no tendremos que ser nosotros los que deberemos irnos del país, sino aquellos que no han parado de destruirlo durante décadas. © www.economiaparatodos.com.ar




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