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jueves 28 de octubre de 2004

Sobre la educación sexual en los colegios

Frente a la imposición de contenidos obligatorios en la currícula escolar, conviene reflexionar acerca del peligro de suponer que los funcionarios gubernamentales están más capacitados que los propios padres para saber qué es lo que deben aprender los niños.

El proyecto de ley de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires acerca de la obligatoriedad de la educación sexual en las escuelas merece algunas reflexiones de nuestra parte.

Recuerdo el temor al mundo descrito por George Orwell en 1984, al Gran Hermano. El peligro de la dictadura comunista ha pasado, pero, quizás, hoy debiéramos temerle más a las barreras invisibles, aquellas tan bien descritas por Huxley en Un Mundo Feliz. Las decisiones que hoy se toman en el marco de la democracia, ¿no cercenan nuestras libertades? ¿No constituyen un avasallamiento del individuo a manos del Estado? ¿Educamos para la libertad o para la obediencia? El acondicionamiento post-natal del que nos habla Huxley al comienzo del libro (Guardería Infantil. Sala de Condicionamiento Neo–Pavloviana), ¿no guarda un correlato con las sucesivas imposiciones del Estado en esta materia? ¿De qué sirve, me pregunto, la educación obligatoria cuando ésta no es sino un instrumento de adoctrinamiento masivo?

Huxley resume la idea en estas palabras: “Actualmente el mundo es estable. La gente es feliz, tiene lo que desea y nunca desea lo que no puede obtener. Está a gusto, está a salvo, nunca está enferma, no teme a la muerte, ignora la pasión y la vejez, no hay padres ni madres que estorben, no hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar”.

Recientemente leí un relato que me impactó muchísimo: “Cuando la maestra de preescolar de mi hijo le pidió que llevara una pistola de juguete a la escuela, realmente me sorprendió. Le pregunté a mi hijo Cristian, que entonces tenía 5 años, para qué quería eso la maestra, pero él no tenía idea. Fui a la escuela y, cuando llegué al aula de mi hijo, me encontré a la maestra repartiendo dos cajas de fusiles y pistolas plásticas. Mientras se los repartía a los niños, gritaba: \»¡Arriba, disparen, pum, pum! ¡Vamos a matar al imperialismo!».Todos los niños, incluido mi hijo, empezaron a disparar y a gritar ¡pum, pum! contra ese fantasma invisible que constituía el imperialismo. Yo no podía hacer nada. Me quedé un rato mirando aquello y luego me fui. Aquélla era una de esas tareas que los maestros cubanos han de cumplir y en la que los padres no tienen voz ni voto”(1). Estas palabras me hicieron reflexionar: ¿será que tras el velo de la elección de los gobernantes estamos caminando por una senda sin retorno en la cual como individuos, como padres, como hermanos, como hijos, no podremos hacer nada más que lo que nos diga el Estado? ¿Será que en vez de prohibirnos ciertos materiales de lectura simplemente nos enseñarán que otra visión del mundo es mala e intrínsecamente perversa (el capitalismo, el liberalismo) y hace infeliz a millones de individuos para que sólo algunos se enriquezcan? Relata Huxley: “-Al fin (…) los Interventores comprendieron que el uso de la fuerza era inútil. Los métodos más lentos, pero infinitamente más seguros (…)”.

Vivimos una especie de democracia autoritaria o dictatorial. Una democrática panacea. Es una paradoja inexplicable que seamos capaces de elegir gobernantes pero no lo que queremos que nuestros hijos aprendan o lo que nosotros u otros queremos que nos enseñen o enseñar, pero, sin embargo, somos todavía capaces de elegirlos a ellos… para que ellos nos digan qué, cómo y dónde estudiar y aprender. Casi todo el mundo parece aceptar que los funcionarios -que de alguna manera llegan al poder- son los elegidos, los indicados, para decidir lo que niños y jóvenes deben aprender. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué ellos? ¿No serán los propios padres quienes saben qué es mejor para un hijo? Pareciera que la respuesta es que no. Los padres no saben qué es bueno para cada hijo pero, sin embargo, si esos mismos padres resultan electos en y para algún cargo, de pronto “saben” qué es bueno para todos. Pareciera que de alguna manera, a partir del momento en que son investidos por la sacrosanta Legislatura, han sido “iluminados”. Como ha dicho Hayek: “cuanto más valoremos la influencia que la instrucción ejerce sobre la mente humana, más deberíamos percatarnos de los graves riesgos que implica entregar estas materias al cuidado exclusivo del gobernante”. © www.economiaparatodos.com.ar



Constanza Mazzina cursó un Master en Economía y Ciencias Políticas y es investigadora junior de ESEADE.

(1) “La educación gratuita no siempre es libre”, Claudia Márquez Linares. Publicado en www.cadal.org.




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