Si uno tuviera que contestarle a algún dirigente político, empresario o sindical cuál es el problema de crecimiento de largo plazo de la Argentina, podría decirle: son las instituciones, estúpido. Y luego habría que aclararle que al hablar de instituciones nos estamos refiriendo a las reglas de juego que regulan las relaciones entre los particulares y entre éstos y el Estado.
¿Cómo influye en el desarrollo económico de un país la mala calidad de sus instituciones? Para responder a esta pregunta hace falta referirse a la tasa de interés.
¿Qué es la tasa de interés? Vulgarmente se cree que la tasa de interés es el precio del dinero. Si esto fuera cierto, para tener crédito en abundancia y a tasas muy bajas (el sueño de Keynes), sólo haría falta ordenarle al Banco Central que imprimiera la suficiente cantidad de moneda como para que el crédito fuera abundante y a tasas cercanas a cero. Es más, ¿por qué no pedirle al Banco Central que emita moneda hasta que la tasa de interés sea igual a cero? Si en algún momento de la historia reciente buscamos a alguien que haya emitido dinero a todo vapor, ése es Alfonsín. La emisión de moneda bajo su gobierno fue gigantesca y, sin embargo, no sólo la tasa de interés llegó a los tres dígitos anuales, sino que, además, hizo estallar la hiperinflación.
En realidad, la tasa de interés tiene cuatro componentes, y cada uno de ellos es algo que pide quien tiene ahorros (ingreso no consumido) a cambio de prestárselos a alguien. Veamos esos componentes:
1) Quien tiene ahorros va a pedirle a quien se los preste que lo compense por el tiempo de esperar entre consumir en el presente y consumir en el futuro. Como para el ser humano el tiempo no es indiferente, una persona va a estar dispuesta a no consumir parte de su ingreso hoy y consumirlo en el futuro siempre y cuando el que toma prestado sus ahorros lo compense por el tiempo de espera. Esto es lo que los economistas llamamos la tasa de interés originaria.
2) Pero además de pedir que lo compensen por el tiempo de espera, el ahorrista va a pedir que también lo cubran de la eventual desvalorización de la moneda. En otras palabras, el que ahorra y presta sus ahorros quiere que, al final del período, su capacidad de compra no esté disminuida por efecto de la inflación.
3) Por otro lado, el que presta sus ahorros evaluará el riesgo crediticio de prestarle a alguien sus ingresos no consumidos. Esto significa que dentro de la tasa de interés incluirá un recargo por riesgo de cobranza. Si el deudor es un buen pagador, ese recargo será menor. Si el deudor es un mal pagador, el recargo será mayor.
4) Finalmente, el ahorrista tendrá en cuenta los riesgos de confiscación que asume al ahorrar y prestar sus ahorros en un país en el cual su dirigencia política tiene una fuerte manía por apropiarse de lo ajeno.
Los puntos 2 y 4 están ligados directamente a las políticas públicas del país. Si uno vive en un país con una fuerte tradición inflacionaria y devaluatoria, el punto 2 hace subir la tasa de interés de mercado. Por otro lado, si uno vive en un país en el cual sus gobernantes confiscan sistemáticamente los depósitos y castigan impositivamente al que tiene rentas, es decir, un país en el cual los derechos de propiedad son débiles, entonces, por el punto 4 la tasa de interés crece. Y si ese país tiene una dirigencia política exageradamente demagógica que no respeta en absoluto los derechos de propiedad, el punto 4 tiende a ser imposible de calcular. Dicho en otras palabras, se llega a un nivel en el cual no existe una tasa de riesgo institucional lo suficientemente alta que compense el riesgo de prestar bajo las condiciones políticas imperantes.
Un país como el nuestro, plagado de demagogia populista y con derechos de propiedad sumamente débiles, hace que sean muy pocos los que estén dispuestos a volcar en el mercado local sus ingresos no consumidos (ahorro) para transformarlos en créditos de largo plazo. El crédito es escaso y caro en nuestro país porque el componente 4 de la tasa de interés hace que sea riesgoso prestar los ahorros que uno puede generar.
La escasez de ahorro y el alto riesgo institucional elevan tremendamente la tasa de interés hasta volverla incompatible con cualquier proyecto de inversión. Por otro lado, las altas tasas de interés, fruto del riesgo institucional, determinan que el crédito para el consumo también sea caro para el tomador.
En consecuencia, con escaso ahorro para financiar el consumo y la inversión, los argentinos nos manejamos prácticamente sin crédito, lo que quiere decir que no existe la posibilidad de encarar proyectos de inversión y consumo de largo plazo. En primer lugar porque no hay suficiente ahorro volcado al mercado interno para financiar inversiones y consumo y, segundo, porque el escaso crédito que existe es carísimo por razones institucionales y demagogia inflacionaria.
Como hay poco ahorro, también hay poco crédito. Y como hay poco crédito a tasas pagables, la inversión es reducida. Y como la inversión es reducida, se crean pocos puestos de trabajo. Y como el stock de capital por cada trabajador es bajo, la productividad de cada trabajador es muy baja. Esto significa que la oferta de bienes y servicios es mínima. Y como la oferta de bienes y servicios es reducida, la calidad de vida de la población es baja.
La gigantesca confiscación de ahorros que lideró Duhalde en 2002 para complacer los deseos devaluatorios de algunos empresarios corruptos, vengarse ideológicamente de los 90 y alegrar a una dirigencia política inepta no afectó solamente el futuro de los ahorristas que se vieron perjudicados, sino que comprometió dramáticamente el futuro del país, porque con semejante antecedente tendrán que pasar décadas hasta que la gente vuelva a confiar en el país para volcar sus ahorros en el mercado interno. Si a esto se le agrega el hecho de que el actual gobierno, en el medio de gritos e insultos, genera una fenomenal incertidumbre hacia el futuro porque el descontrol emocional de los gobernantes hace que sus comportamientos resulten totalmente imprevisibles, el punto 4 de la tasa de interés definitivamente tiende a infinito. Es decir, no hay recargo de riesgo institucional que logre cubrir al ahorrista de los actos de soberbia y de los caprichos de quienes detentan el poder.
Es así que la ausencia de instituciones eficientes y la sobreabundancia de prepotencia crean un contexto de incertidumbre tal que hacen inviable un crecimiento sostenido de la Argentina.
Una vez más, vale la pena recordar que la larga decadencia argentina no es solamente económica, sino que la decadencia económica argentina es, esencialmente, institucional. © www.economiaparatodos.com.ar |