Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

miércoles 30 de abril de 2014

«Teoría y práctica» del populismo

«Teoría y práctica» del populismo

Como ha ocurrido antes con el socialismo, no faltan ahora quienes digan que el populismo es en “esencia bueno” pero, para que sea fructífero, ha de ser “bien aplicado”, lo que equivale a afirmar que “en teoría” funciona, pero que “en la práctica” no lo hace. Subyacente a esta falacia, se esconde la errónea dicotomía entre la teoría y la práctica.

“Muchas veces hemos oído decir «una cosa es la teoría y otra la práctica”. Tomado al pie de la letra esta afirmación no es más que una estúpida perogrullada. Decir que una cosa es la comida y otra la olla no agrega mucho al conocimiento. No pasa de ser una observación trivial. Pero en realidad con la citada afirmación sobre teoría y práctica se quiere decir algo bien distinto. Se pretende sostener que una teoría puede ser buena pero en la práctica no sirve. Esta última afirmación carece de validez. Es incorrecta por donde se la mire. La teoría es para interpretar los nexos causales subyacentes en la realidad. Si la interpreta bien, la teoría debe ser adoptada. Si no la interpreta, debe ser rechazada. Entonces, una teoría no puede ser buena y no servir en la práctica puesto que el ejercicio práctico exitoso, precisamente, significa la adopción de una buena teoría. La teoría por la cual se sostiene que no debe haber teoría, es una muy mala teoría, puesto que implica que debemos dar palos de ciego sin tener idea qué estamos haciendo ni adónde apuntamos. Por esto es que se ha dicho que nada hay más práctico que una buena teoría.” [1]

Respecto de que el populismo representara una ideología, o que supuestamente tuviera alguna, es cuestionado por los autores más serios que lo han estudiado en detalle, cómo surge de la siguiente cita:

“Los populismos de nuestra región -el plural resulta apropiado, dada la diversidad de las experiencias- se caracterizan por sus imprecisiones ideológicas y por su dependencia de liderazgos personales fuertes y determinantes, lo cual los complementa y a veces hasta los hace indistinguibles de otro fenómeno muy característico de América Latina, el caudillismo, más identificado con la historia del siglo XIX. Esto impidió que llegaran a alcanzar el grado de estructuración ideológica de otros movimientos, por lo que la relación líder-masa adquirió un valor fundamental. En ausencia de una línea política clara y precisa el líder se asemejó al caudillo de otros tiempos, llevando al movimiento por las aguas turbulentas de la cambiante política, acercándose a la derecha o a la izquierda según lo aconsejaran las cambiantes circunstancias de la hora.” [2]

En condición, el populismo es un movimiento personalista, donde su fundamento último es el culto al líder y la reverencia a sus caprichos, aun a los más aberrantes. Los ejemplos más cercanos son los vividos en la Argentina con los Kirchner, Ecuador con Correa, Bolivia con Morales y el castrochavismo comunista venezolano.

“Entre las primeras manifestaciones del populismo latinoamericano se cuentan las de Brasil y Argentina, donde aparecen dos poderosas personalidades políticas, Getulio Vargas y el Gral. Juan Domingo Perón, que llegaron a dominar la escena de sus países durante muchos años. El mensaje de estos y otros líderes, si bien teóricamente confuso y hasta manifiestamente contradictorio, se distinguió sin embargo por dos rasgos notables: a) lo que podríamos llamar el tercerismo y, b) una vocación de cambio que respondía de algún modo al momento que se vivía en cada país. En un contexto en el que capitalismo y socialismo se enfrentaban de plano en un combate ideológico incesante y donde las dos grandes potencias del mundo estaban comprometidas en la Guerra Fría, el mensaje populista trató de navegar entre las aguas de los sistemas contrapuestos, elaborando fórmulas que, si bien carecían casi siempre de un contenido preciso o aún de viabilidad práctica, resultaban impactantes y capaces de movilizar los sentimientos y las energías latentes en amplios sectores de la población.”[3]

Desde luego que el populismo no es ninguna “teoría científica”, ni puede catalogárselo como integrante de la ciencia política ni mucho menos:

“Las teorías científicas pueden ser verificadas por sus consecuencias prácticas. El hombre de ciencia es responsable, en su propia esfera, de lo que dice; lo podemos juzgar por sus obras y distinguirlo, así, de los falsos profetas.” Uno de los pocos pensadores que han sabido valorar este aspecto de la ciencia es el filósofo cristiano J. Macmurray: “La ciencia misma -expresa-, emplea en sus propios campos específicos de investigación un método de comprensión que restaura la rota integración de teoría y práctica. Esta es, a mi juicio, la razón de que la ciencia constituya una ofensa a los ojos del misticismo, que elude la práctica creando mitos en su lugar”.[4]

Precisamente, el populismo encaja dentro de esa concepción de misticismo, porque lo que se mitifica en él es el o la líder. En el populismo todo se hace depender del carisma providencial del jefe o caudillo a quien se supone poseedor de poderes cuasi sobrenaturales e inteligencia infinita. En consecuencia, los “teóricos” afines al populismo solo recomiendan el obediente e incondicional culto al líder “supremo”, y piden de sus súbditos religiosa devoción y fe en que el/la jefe populista solucionará como por arte de magia todos los problemas sociales existentes. No es erróneo pues afirmar que el populismo no constituye más que una simple y vulgar secta, con la única particularidad que actúa dentro del plano político, y que se agota en el dogma de la pura idolatría a sus jefes.

Por ello “El populismo,… más apegado a las grandes fórmulas vacías que a programas claros de gestión económica,…. se acercó en muchas de sus manifestaciones, indudablemente, al fascismo”.[5]


[1] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 165

[2] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991. Voz «populismo»

[3] C. Sabino,  Diccionario…ob. cit. voz «populismo»

[4] K. R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidos. Surcos 20. pág. 456

[5] C. Sabino,  Diccionario…ob. cit. voz «populismo»


Fuente: Accion Humana