No hablamos del resultado de un imaginario campeonato sino de las consecuencias del entredicho protagonizado por el artículo que publicara en The Wall Street Journal la periodista Mary Anastasia O’Grady con su visión respecto a la actitud de nuestro gobierno frente al terrorismo -reproducido en varios matutinos locales-, la respuesta -publicada en La Nación– del ministro de Relaciones Exteriores y candidato en las próximas elecciones, Rafael Bielsa, y la dura, irónica y preocupante respuesta editorial del propio periódico norteamericano.
Sin analizar los errores, aciertos, veracidades o inexactitudes del artículo de O’Grady, lo preocupante es el efecto, seguramente no deseado, que la intempestiva respuesta de nuestro canciller provocara por parte de uno de los más importantes diarios de negocios de occidente.
Desde su página editorial, el influyente matutino les sugiere a los principales decisores del mundo de los negocios que en nuestro país el gobierno está conformado por ex guerrilleros que no creen en la propiedad privada, que incumplen los contratos, que destruyen las tenencias monetarias, que congelan precios, que imponen quitas a los títulos de deuda soberana hasta hacerlos valer centavos y, como si esto fuera poco, que no existen esperanzas de recurrir a la Justicia porque los jueces de la Corte Suprema fueron cambiados por favoritos del gobierno.
Después de esto no es difícil imaginar cuáles podrán ser las reservas de aquellos que desde países centrales tengan que adoptar decisiones de inversión en nuestro territorio, o cuáles las preguntas que recibirán quienes recomienden y asesoren sobre las ventajas de hacer negocios en la Argentina, siempre y cuando mantengan algún ánimo para hacerlo.
Enmarcar este lamentable episodio en un remanido discurso sobre la maldad imperialista que de forma sistemática busca perjudicarnos conculcando nuestra soberanía es, por lo menos, tan desafortunado como circunscribirlo a una simple discrepancia entre posturas ideológicas contrapuestas, porque para el mundo de los negocios, un artículo en páginas interiores sobre un tema político definitivamente no se compara con la opinión oficial del periódico económico más influyente de los Estados Unidos de América y uno de los más prestigiosos de occidente.
Es probable que los empresarios y ejecutivos locales, como es habitual en los últimos tiempos, guarden prudente silencio -a diferencia de sus dichos en mesas privadas o frente a embajadores de sus países de origen-. Los unos quizás por ser partícipes en negocios que dependen de la voluntad estatal, los otros tal vez por temor a represalias, y los menos por simple prudencia o elegancia, atributos que suelen caracterizar más a la diplomacia que a los negocios. Como también es posible que algunos otros celebren el coraje y las convicciones de quienes contribuyeron al desacierto de transformar un episodio menor en un innecesario desastre de imagen.
Pero, para la mayoría de la población -o del electorado, si se prefiere-, que no lee periódicos extranjeros ni locales, el tema pasará inadvertido ya que los medios realmente masivos, como la radio y la televisión, consideran que para su audiencia son más importantes las tribulaciones amorosas de una diva local. Así, ellos sólo podrán percibir las consecuencias de largo plazo en nuestra vapuleada economía, aunque nunca relacionen un hecho con otro.
También es cierto que por causa de este episodio no ocurrirá una inmediata suba del riesgo país, ni una baja en las exportaciones, ni una caída en el consumo interno, ni una baja en la recaudación, pero nadie podrá negar que hemos dado un paso más hacia la pérdida de prestigio y valoración mundial.
José María de Areilza y Martínez Rodas, ex embajador español en Buenos Aires, Washington y París, ministro de Asuntos Exteriores de España en 1976 y presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa de 1981 a 1983, entendía que: “Diplomacia es el arte de servir los intereses nacionales en el exterior, de conocer y estudiar al detalle los propósitos e intenciones exteriores ajenos que puedan interferir las necesidades o aspiraciones propias; de buscar solución a las cuestiones que tienen salida y evitar que se enconen hasta la violencia los problemas insolubles; de ponerse en el lugar y la mente del interlocutor foráneo para que el diálogo con él sea coherente y fructífero; de aprovechar intuitivamente cuantos resquicios ofrezcan las circunstancias de cada momento para avanzar las posiciones propias; y de analizar con exactitud la relación de fuerzas entre el país que se representa y la nación ante que se actúa, entendiendo por fuerzas todos los elementos que integren la verdadera potencia de un Estado”.
¿Esperaba nuestro canciller obtener con su respuesta una disculpa pública? ¿O quizás pensó que en las torres corporativas de las grandes ciudades se leería y valoraría más un artículo suyo que lo publicado por The Wall Street Journal? © www.economiaparatodos.com.ar
Esteban Mac Garrell es abogado, economista y director de sociedades anónimas. |