En una reciente visita realizada a la ciudad de Viena, me topé con una guía que me sorprendió, no por sus conocimientos de la ciudad (que no dudo que los tenga), sino por su agenda política. La mujer en cuestión, de unos cuarenta y tantos años, nos aclaró –apenas subidos al bus– que su enfoque del tour sería de tipo social y feminista. Nunca pensé que el paseo de unas dos horas de duración (por suerte) se transformaría en una clase de revisionismo histórico neomarxista.
Fue una pena viajar tantos kilómetros para escuchar el mismo tipo de comentarios que uno escucha a diario en la radio y la televisión argentinas. Por suerte, sólo se trató de un guía a lo largo de un paseo mucho más largo y, también por suerte, en otras etapas del recorrido, tanto mis compañeros de ruta como yo, tuvimos la oportunidad de dar con guías que sí habían vivido bajo el régimen comunista y nos dieron una perspectiva más amplia de las atrocidades que el régimen había causado a quienes lo sufrieron.
El caso es que nuestro “tour marxista” por Viena no dejó de recorrer todos los lugares comunes de la prédica comunista contra el capitalismo y la burguesía. Quizás no se había enterado nuestra guía de que el bus estaba lleno de burgueses que queríamos conocer algo de la historia de la ciudad imperial y no tanto de las “soluciones marxistas” que ella tenía para ofrecernos. El recorrido nos llevó de arranque a las “viviendas sociales” destinadas a las clases bajas, las mismas se caracterizaban, entre otras cosas, por rebelarse contra las líneas de la arquitectura tradicional, con lo cual su diseño no tenía nada que ver con la riqueza edilicia de la ciudad. Se lamentaba nuestra guía de que el experimento neomarxista no hubiese tenido éxito y que tales construcciones no hubiesen prosperado en la ciudad.
Pero lo más interesante fueron sus comentarios contra la Revolución Industrial y las condiciones de trabajo de las mujeres y los niños en dicho período. A esa altura del paseo, le parecía a uno estar escuchando el recitado del Manifiesto Comunista. Lo paradójico del análisis es que, precisamente, en los países donde el capitalismo y la industrialización han triunfado también han mejorado las condiciones de los seres humanos. Quienes atacan al capitalismo parten del mismo supuesto falso de que la riqueza se encuentra en estado natural para ser distribuida y, en consecuencia, que las desigualdades y las calamidades se deben a que aquellos encargados de repartir dicha riqueza lo hacen en forma arbitraria.
Si se analiza la cuestión un poco más en profundidad, se podrá ver que, en realidad, la riqueza debe ser creada y para ello el mejor sistema es el que respeta los derechos de propiedad. Es justamente en los países donde el capitalismo tuvo mayor continuidad a lo largo del tiempo donde mejoró la calidad de vida de los más pobres. El avance de las máquinas aumentó considerablemente la productividad de los obreros y esto, a su vez, permitió que los niños dejaran de trabajar por primera vez en la historia de la humanidad. El incremento del salario real le dio la posibilidad a los jefes de familia de alimentar a toda su prole. Claro que la transición de un sistema a otro no fue inmediata.
Si uno analiza lo que sucede en la actualidad, verá que las familias con mayores recursos no mandan a sus niños a trabajar. Esto no se debe a que sean mejores padres los que más tienen que los más pobres, sino a que éstos no tienen los medios de proveer alimentos para todos, de manera tal que cada miembro de la familia debe trabajar para procurar su alimento, lo que implica entre otras cosas que los niños tampoco tendrán la posibilidad de concurrir a la escuela.
Ahora bien, para que haya maquinarias e industrias que aumenten nuestra productividad, debe haber necesariamente capital para ser invertido en tal sentido. Y para que éste se haga presente debe existir seguridad jurídica que lo proteja. Quienes canalizan el ahorro hacia las distintas actividades son las entidades financieras. Sin un sistema financiero desarrollado y confiable no es posible una economía capitalista. Nuevamente aquí nuestra guía dejó deslizar sus opiniones al preguntarse si había algún tipo de relación entre los banqueros vieneses y la peste que tuvo lugar en la ciudad. Si bien los bancos no siempre han actuado en forma “confiable” (algo de los que podemos dar fe los argentinos de todas las épocas), también es cierto que donde los mismos no existen no es posible la canalización de ahorros de sectores con excedentes hacia aquellos que los necesitan para emprender nuevas actividades.
Nuestra visita a Viena terminó con una sensación de vacío: quizás para escuchar ese discurso hubiese sido más económico prender la televisión o la radio en la Argentina. Por un momento pensé que la “arenga” de nuestra guía terminaría siendo “turistas del mundo, uníos contra el capitalismo explotador”, pero ello no sucedió. Por suerte, nos quedó tiempo libre para recorrer las calles de Viena y tratar de reconocer en sus monumentos y edificios la grandeza de su historia. © www.economiaparatodos.com.ar
Alejandro Gómez es profesor de Historia. |