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lunes 9 de noviembre de 2009

Un muerto

La vida humana cotiza barato en los conglomerados donde reina la carencia, pero adquiere un valor incalculable cuando se la usa como herramienta de presión política.

Más allá de los hechos de coyuntura que suelen durar 48 ó 72 horas para luego esfumarse sin que se pueda siquiera atinar a saber el cómo, el quién o el por qué sucedieron, hay datos que marcan a las claras el estado de anomia en que se halla la Argentina. La ausencia de límites entre derechos de unos y deberes de otros abre paso a un sinfín de atropellos donde la gente queda absorta sin poder atinar a descifrar qué pasa en realidad.

En todos los sucesos que hemos estado soportando se ve claramente la presencia de dos o más bandos. Estas divisiones sociales no son casuales, fueron gestadas por el poder central como metodología de dominación intrínseca. Hoy, aquello que antes fue funcional comienza a darse vuelta y se convierte en problema. Problema circunstancial pero capaz de alterar agendas.

El gobierno no logra dar una respuesta cabal al desorden imperante en la sociedad, desorden que él mismo generara y estimulara a través de discursos de barricada como aquel que diera el mismísimo Néstor Kirchner convocando a boicotear las bocas de expendio de la petrolera Shell. Quienes acataron la orden hoy reciben absoluciones de la Justicia. Mientras, Juan José Aranguren, el titular en Argentina de la multinacional, posee 57 causas penales en su haber. Paradojas de la era kirchnerista… Y un ejemplo que ilustra cómo se vive en estas tierras.

La ciudad se ha convertido en tierra de nadie, todos contra todos, ninguna fuerza de seguridad asomando siquiera como garante de paz o tranquilidad. El concepto de autoridad se ha hecho añicos y, con él, el respeto y la necesaria jerarquía de roles y funciones sin la cual la convivencia es utopía y se derriba la pirámide social.

Cada mañana hay que hacer una apuesta al azar. Ningún camino es seguro, ni hay certeza de poder transitarlo sin obstáculos. Los medios ofrecen cronogramas de rutas alternativas, horarios de paros, cortes, y demás insensateces con las cuales ya hemos aprendido a convivir a diario. Todo ello va gestando una rutina particular que sigue un circuito harto conocido: de la queja y la indignación se pasa irremediablemente a la resignación del rebaño.

Así es como vamos siendo acarreados a la ignominia de vivir a contramano del mundo civilizado. Lo que pasa ante nuestra vista se contradice con el relato que ofrece la supuesta autoridad. Hay dos Argentinas o más. Los mentados movimientos sociales ya no son lo que fueran o se suponen que serían: más que agrupaciones espontáneas dedicadas a fomentar la creación de fuentes de trabajo y paliar la miseria, se han convertido en bastiones de un gobierno que las usa para atrincherarse en el poder y defenderse de su propia ineficiencia. Cuando se les escapan de las manos, comienza la angustia de no ser. Afloran erigidas en seudo fuerzas de choque que nadie sabe a ciencia cierta a quién responden, si acaso responden a alguna cabeza. Suposiciones hay muchas, certezas ninguna aunque este olor haya sido percibido en otras ocasiones.

Sintetizando lo que acontece puede decirse que se está jugando con fuego en un país donde el único miedo del gobierno es: “qué te tiren un muerto”. Esa patética reflexión hermana a todas las fuerzas sin distinción, es quizás el único denominador común. Ni el gobierno, ni los gremios, quieren cargar con el cajón. Tal vez la imagen de Herminio Iglesias pese todavía en algunas conciencias, tal vez sea el recuerdo de Kosteki y Santillán, lo cierto es que el único freno parece ser el temor al muerto. Todo el resto, aunque escape a la razón, puede soportarse casi con un estoicismo desmesurado.

A tal punto se ha desvirtuado todo que la sociedad hoy se siente más identificada con las expresiones de miembros de la farándula que por aquellos -que no hace mucho-, fueron electos para que la representen en el Congreso de la Nación. La búsqueda de consensos suena más a eslogan o eufemismo que a conducta fáctica. Se pierde tiempo y paciencia en esa construcción imaginaria de acuerdos que no se alcanzan. Ni siquiera con un tema que desvela a todos por igual -como lo es la inseguridad que no cesa-, hay unidad. Frente a los últimos acontecimientos delictivos no ha habido voz oficial capaz de dar una respuesta, tampoco surgió una idea concreta de parte de la “oposición”.

Las demandas perentorias de la gente se mantienen insatisfechas, los anuncios grandilocuentes se silencian llenos de incongruencias. Nadie sabe todavía de qué manera se ha de instrumentar el subsidio ‘universal’ a la niñez ya que una semana después de anunciarlo, la Presidente sale a buscar fondos en el Banco Mundial. ¿La plata está o no está? Hay más misterio que evidencia. Las filas de necesitados, mientras tanto, se suceden en la puerta de la ANSES: una fotografía triste de un país en decadencia. Si se suman las imágenes de los campamentos en pleno centro de la ciudad, y de las facciones sindicales provocándose en las vías del subterráneo se completa el rompecabezas de una destrucción sistemática de la dignidad humana.

Para esta oleada de caos e insurrección que se observa en los últimos meses, desde que aflorara el conflicto en Kraft, no hay solución a no ser que se comprenda que el decisión de terminar con tanto desorden debe emanar exclusivamente de Presidencia de la Nación.

Se trata de conflictos de intereses más que de necesidades irresueltas. Detrás de las aglomeraciones que protestan es posible hallar una miseria magnánima, pero delante está el puntero, el ladero, el gremio y alguna que otra venia. Hay una institucionalización de la pobreza que convierte a ésta en una herramienta para el control. Los pobres han terminado por convertirse en escudos humanos, en meros utilitarios, y allí se sustenta la crisis que nos acecha.

Los verdaderos “revolucionarios” son aquellos que se atreven a ir contra la corriente. Cualquiera que pruebe instalar un comedor infantil sin el visto bueno de algún intendente o puntero político corre riesgo. La caridad, a diferencia de todo lo demás, sí halla freno, se topa con el negocio de la marginalidad. La vida en esos conglomerados donde reina la carencia cotiza barato, pero adquiere valor incalculable cuando se trata de exponerla como postal ante un escenario que vive otra realidad.

Una vez en el circo de la gran ciudad comienza la puja por el poder que se traduce comúnmente en un vocablo: “caja”, lo que antes se llamaba el “vil metal”. Si el kirchnerismo se acaba, nadie quiere quedar sin resguardo, menos aún sin garantía de impunidad. Hay que sacar tajada ya.

En el cemento, donde las luces no dejan esconder nada, un muerto es el límite de la irracionalidad. No hay políticas de Estado que valgan, ni prevención, ni interés alguno en modificar nada. Hay una sola necesidad: que el muerto que se está buscando caiga del otro lado. “Si nos toca a nosotros, perdemos”, ése es el único miedo que paraliza el inescrupuloso avance del gobierno nacional por sobre todo y todos sin lineamientos y a discrecionalidad.

Juan Carlos Alderete, líder piquetero que recientemente se declaró maoísta, acaba de repetir la misma frase que acuñó durante el 2001: “Habrá muertos de ambos lados”. Si para evitar el cadáver es preciso negociar, entonces se lo hará. Muy posiblemente, la próxima postal de la realidad sea la del abrazo de los piqueteros “disidentes” regresando al Salón Blanco, donde se los supo fogonear para implementar el boicot y la extorsión, metodología por excelencia que el gobierno ha instaurado -sin miras de cambio- desde el mismísimo día de su asunción. En la figura de Néstor Kichner se unen, inexorablemente, principio y fin de todo cuanto acontece. © www.economiaparatodos.com.ar

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