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jueves 17 de octubre de 2013

Un Pobre Pibe

Un Pobre Pibe

Cabandié chapeando con placa devaluada

Juan Cabandié y su prepoteada a la agente de tránsito, muestran el ejemplo de uno de los principales errores de estos 30 años de democracia, que consistió en haber colocado a los guerrilleros de los ´70, y a sus descendientes, en una suerte de pedestal moral de la nación, cuando lo que se debió hacer era explicar la historia completa, y que los que mataron pidieran disculpas y demostraran arrepentimiento genuino por haber tomado las armas para asesinar a otros argentinos. 

Cabandié es una triste consecuencia de esa actitud de la democracia, y el correctivo lo recibió él, de parte de una argentina de 22 años que no solamente no sabía quien era la celebritie legislativa, sino para quien su historia y sus supuestos pergaminos no estaban de ninguna manera por encima de su propio trabajo, y su responsabilidad.

– Vos podrás ser todo lo diputado que quieras y podrás tener todas las canciones que quieras, pero a mi me dijiste boluda y eso es una falta de respecto sea quien fueres, y te hayas bancado a quien te hayas bancado -.

Un correctivo claro y conciso, para un nadie que se creyó que tenía luces propias, y que en 6 años de legislador ya adquirió los peores vicios de la actividad política: La certeza de ser más importante que los demás, y de estar por encima de las normas. 

La gendarme de 22 años no ha recibido indemnizaciones millonarias que le resolvieran la economía. Tiene que trabajar y su trabajo consiste en hacerle cumplir la ley a gente tan menor como Juan Cabandié. Y ya ni eso puede hacer, porque, a instancias de Cabandié, la echaron de su trabajo. 

Y este episodio también es una muestra del fin de ciclo kirchnerista. 

Porque la manipulación de la historia de los ´70, que el kirchnerisno realizó desde el primer día, en busca de réditos políticos, a estas alturas, ya no recoge adhesiones en ningún lado. 

El descrédito de Cabandié es el resultado de la prostitución que las propias organizaciones de derechos humanos experimentaron durante la década kirchnerista. 

Porque muchos ya se dieron cuenta que el derecho a la identidad era para las familias, pero nunca para las víctimas. La víctimas apropiadas quedaron siempre entre la gloria o el escarnio, según eligieran posicionarse del lado de las organizaciones de DDHH, o del lado de sus familias de crianza. 

No han respetado a los apropiados que no quisieron cambiar su vida, y los han vituperado.  Porque Estela Carlotto rifó gran parte de su prestigio corriendo a los Noble Herrera por las calles, para tomarles compulsivamente muestras de ADN, convalidando actitudes de claro fascismo, porque eran en beneficio propio. 

Porque Hebe de Bonafini pasó de ser ícono de la lucha social a empresaria inmobiliaria salpicada de corrupción, y porque las indemnizaciones millonarias que el estado pagó a las familias de víctimas de desaparición forzada, sumada al nuevo status social que la democracia reciente les confirió, los convirtió en una auténtica nueva pequeña clase oligárquica de la Argentina. 

Juan Cabandié está convencido de que tiene mayor autoridad moral que otros, por haber nacido en cautiverio. Nunca nadie le dijo que lo estaban convirtiendo en ícono de una historia cierta, pero magnificada al extremo. 

Nadie les explicó ni a él, ni a Victoria Donda ni a Horacio Pietragalla, que estaban accediendo a una banca legislativa no por sus calidades políticas sino por su magnificada significancia social. 

Y ocurrió lo que, inevitablemente, tenía que ocurrir: Se la creyeron. 

Cabandié lleva apenas 10 años de su «nueva vida», y en esos 10 años ya aquilata canciones homenaje, y 6 años como legislador porteño, durante los cuales su participación más destacable fue haber propuesto la creación de un monumento a Diego Maradona, en 2010… 

Es verdad que los militares de la dictadura lo convirtieron en víctima desde su nacimiento, pero alguna vez, probablemente, alguien le haga comprender, que Néstor Kirchner lo convirtió en una nueva víctima de la miseria política. Lleva 10 años de su nueva vida y está convencido de que ocupa el lugar que ocupa por mérito propio. 

En el principio y en el final, Juan Cabandié no deja de ser un pobre pibe.

Fuente: www.elopinadorporteño.com.ar