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viernes 8 de marzo de 2013

UNA MARATON VERBORRAGICA

UNA MARATON VERBORRAGICA

Sobre el discurso de la presidente: el autoelogio constante, la referencia a sí misma como principal eje temático

Si buscara los comentarios que me merecieron los discursos de Cristina Kirchner desde que por primera vez inauguró un período de sesiones ordinarias, estoy seguro de que podría publicarlos ahora como análisis de sus palabras del viernes pasado.

Es siempre lo mismo: el autoelogio constante, la referencia a sí misma como principal eje temático, la mirada puesta en el pasado, los números engañosos, la búsqueda de enemigos de adentro y de afuera, el retaceo de los verdaderos problemas que afligen a la sociedad, la falta de programas y proyectos que apunten al futuro.

Todo envuelto en una oratoria improvisada, de charla de café (pero unilateral), inconexa y deshilvanada, de una extensión cada vez más larga, síntoma inequívoco de una megalomanía que los años y la corte de obsecuentes han agravado.

En su columna dominical del diario «El Día», de La Plata, Pepe Eliaschev hizo una precisa disección del discurso:

“Emitió casi 26.000 palabras y habló durante tres horas y 47 minutos. Nunca usó la palabra “inflación” y el vocablo seguridad tuvo mejor suerte, apareció 11 veces. A lo largo de esas 25.907 palabras, se valió del “recuerdo” nada menos que en 16 oportunidades, como si en vez de configurar el futuro, y los tres años que aún le faltan para completar su mandato, estuviera ya preparando su retiro. Habló incluso de escribir un libro de memorias.

Pero si para ella la inflación no existe y a la seguridad la despachó con once menciones, se nombró en cambio a sí misma en 57 oportunidades. En 51 de ellas dijo “yo” (llamo, tengo, decía, veía, digo, era, tuve, quiero, estimo, espero, odiaba, estaba, pedí, quiero, no quiero, fui, trabajé, soy abogada, lo viví, pienso, me negué, no voy, la vi, soy parte de, pienso, creo, estoy) y en seis se aludió de modo taxativo (esta Presidenta, quien les habla, esta Presidenta, en mi condición de legisladora, he sido legisladora, para mí como militante política).»

Yo, yo, yo….  La Constitución no previó estas ocasiones como un ámbito de catarsis propio de una sesión psicoanalítica, sino como una oportunidad solemne en la que los presidentes dan cuenta «del estado de la Nación, de las reformas prometidas por la Constitución» y recomienda «a su consideración las medidas que juzgue necesarias y convenientes” (art. 99, inc. 8 de la Constitución Federal).

Resultaron, en fin,  3 horas y 47 minutos de una cháchara insustancial y tediosa.

La solemnidad no está en la letra del artículo citado, pero surge de su espíritu y de los precedentes históricos. Solemnidad no es acartonamiento, sino cierta seriedad que no se condice con el tono coloquial, de sobremesa. No es imprescindible que los discursos sean leídos, pero sí muy aconsejable, porque se pueden evitar errores, reiteraciones y omisiones. La extensión desmesurada es, además, una falta de respeto para los legisladores y para  todos los argentinos, a los que se somete a la cadena nacional. (De paso, la caída del rating de los canales que estaban «encadenados» fue vertical y abrupta).

Pero, claro, para seguir esas pautas los primeros mandatarios deben considerarse simplemente ciudadanos que circunstancialmente ocupan un cargo, y no encarnaciones del pueblo mismo.