Una verdadera apóstol de la mentira
Dice Friedrich Nietzsche que cabe discutir si es más nocivo expresar mal las mentiras, o expresarlas tan bien como si fuesen las mejores verdades. En el primer caso, perjudican poco a poco el cerebro de quien las dice y a medida que pasa el tiempo es más difícil extirpárselas de él. Pero también ocurre que uno se acostumbra a oírlas y terminan siendo menos “contagiosas”.
En el caso de Cristina Fernández –cultora por excelencia del arte escénico-, trata de utilizar el más burdo de los métodos para mentir: el dramático. Con su delirio de “reinar por encima de todos” recolecta desordenadamente las informaciones defectuosas que recibe de quienes ha elegido (pésimamente mal) para secundarla y ha terminado perdiendo la capacidad de distinguir cuál de ellas expresa mejor lo que desea que creamos ha sucedido.
Con un estilo rebuscado, que delata a las claras sus intenciones de engañar, ha llegado al cenit del menosprecio por la verdad y como una costurera chambona queda sumida en los placeres de entretejidos verbales que no tienen pies ni cabeza.
Para ella, todo tiene que ver con lo que “siente” debe comunicar para seguir respondiendo a la supuesta “adoración” (¿) de quienes cree que la idolatran por su capacidad “intelectual” (¿), sin darse cuenta que sus comparaciones arriesgadas entre lo que ocurre y lo que inventa, ponen a la vista su malicia y el grado en que ha terminado agotando finalmente su imaginación.
Mientras tanto, sus discursos se han puesto “húmedos” como si hubiesen caído al agua y fueran llevados por olas que la ponen lejos de sus objetivos, para terminar depositándola, totalmente empapada, en cualquier parte.
¿Habrá más aún hasta diciembre? Sí, rotundamente sí; porque la Presidente practica “una auténtica devoción por el heroísmo de la ambición” (Nietzsche).
Hay seres humanos que no toleran sentirse inferiores a los demás, percibiendo a su pesar que poseen aptitudes muy menores de las que caracterizan a otros a quienes secretamente envidian, haciendo denodados esfuerzos para terminar viviendo en su propia atmósfera, “porque si se les impide construirse un nido seguro PARECEN COMO PÁJAROS SIN COBIJO” (siempre Nietzsche).
Ese es el drama de Cristina Fernández (que, dicho sea de paso, nos ha arrastrado a todos), quien ha tratado de construirse una falsa armadura con la ilusión de exhibir una genialidad (¿) que no le alcanza, ni por pienso, para lograr los objetivos estratégicos que se propone. Su vanidad es tan marcada, que ha aumentado su desprejuicio por mentir e inventar cualquier cosa, creyendo que es más fácil AUMENTAR LA CREENCIA POPULAR EN SU PODER que incrementar el poder mismo.
A esta altura de su vida política, presiente, como un animal herido, que su artillería va siendo cada vez más inocua y en lugar de continuar su camino con cautela y disimulo, no puede impedir su adicción a comportarse en forma explosiva e incongruente, aumentando el diapasón de sus invectivas contra la humanidad entera.
La Jefa del FPV camina inexorablemente hacia su muerte “irracional”, que es todo lo contrario de la muerte que resulta independiente de la voluntad humana por ser el fin “natural” de todas las cosas, mientras descubre la endeblez estructural de un castillo de fantasía que poco a poco se va haciendo trizas.
Ha demostrado a través del tiempo, además, que no comprende que “la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, QUE NO NECESITAN MALTRATAR A OTROS PARA SENTIRSE IMPORTANTES” (S.S. Franciscus, “Evangeli Gaudium”).
Para finalizar y dicho sin pretensión de ofender: estamos convencidos que Cristina ha resultado ser el mayor “azote” político sobrevenido en la política de los últimos años. A través de su malignidad y su soberbia “descarrilada” hemos sufrido la perturbación de la paz y la armonía en el seno de la sociedad, viéndonos enfrentados al peor destino: un enorme resentimiento social cruzado entre ciudadanos…y, finalmente, de muchos contra ella misma.
Habría que señalarle (aunque oír consejos no ha sido nunca su virtud más destacada), que “no todo final es un objetivo. El final de la melodía no es su objetivo; pero, a pesar de esto, SI LA MELODÍA NO LLEGA A SU FINAL, NO LOGRA SU OBJETIVO” (Nietzsche)
Para ella parece ser demasiado tarde ya. Para quienes no se han apercibido aún de su insustancialidad y la siguen embobados, también.
“Finis coronat opus” (el fin corona la obra).
carlosberro24@gmail.com