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lunes 21 de abril de 2008

Violencia adolescente

Las cada vez más frecuentes agresiones entre chicos dentro o en las cercanías de sus escuelas deben hacernos reflexionar acerca de los pasos a seguir para hacernos cargo del problema.

Siempre ha sido propio de los adolescentes llamar la atención de los adultos. Pero, han cambiado las formas y los mecanismos utilizados para lograrlo.

En los últimos tiempos, los medios de comunicación nos han informado de distintos casos de agresión entre chicos dentro o en las cercanías de sus propios colegios. Para que el hecho sea legitimado por sus pares y tenga valor de realidad, hoy debe ser “mediatizado” y por lo tanto son filmados con celulares y luego levantados en los distintos sitios de Internet. Han llegado hasta la televisión abierta dándoles también a ellos sus 30 segundos de fama.

Mientras tanto, los adultos, asombrados y conmovidos, casi como viendo caer a las torres gemelas, nos miramos unos a otros y decimos indignados: “¡Qué horror! ¡Alguien tienen que hacer algo! El sistema educativo es un desastre. El gobierno no hace nada” y otro tipo de comentarios, casi como jugando al gran bonete o tal vez, al Don Pirulero, donde cada cual, atiende su juego y, al final, no sabemos a qué estábamos jugando.

Para no desorientarnos, debemos poner cada cosa en su contexto para que tome la dimensión real.

Vivimos en una sociedad que ha hecho de la violencia un camino legítimo y exitoso. Nos hemos acostumbrado a manejar en un caos de autos llenos de insultos e intolerancia. A los señores secuestradores los llamamos jóvenes idealistas y les pedimos por favor, si tienen a bien liberar a la mujer que tienen secuestrada hace más de ocho años para que pueda curarse y ver a sus hijos. A quién interrumpe el tránsito de rutas y avenidas, le contamos que entendemos su reclamo pero si es tan amable de dejar pasar libremente a quien tiene derecho a hacerlo nos sentiríamos encantados. Claro, responden, si hacen eso, no funciona el método de protesta porque no violentamos a muchos. Y el círculo vicioso de la violencia empieza a moverse, sin fin.

Las discusiones políticas están tildadas de agresiones y descalificaciones al otro. La burla y el descrédito son permanente, y para colmo, todo pasa frente a las cámaras de televisión.

En casa es igual. El padre desacredita al colegio, la madre al padre, el hijo le grita a la hermana y todos juntos miran el noticiero.

Con esta muestra, basta ver de dónde sacaron los chicos las conductas que hoy imitan. Copian un modelo exitoso e igual que los grandes, lo mediatizan, lo hacen público.

¿Qué hacemos frente a esto?

Entenderlo es el primer paso, darle su verdadera dimensión es el segundo y luego actuar en consecuencia.

Esto significa que la mayoría de las personas no secuestra, que la mayoría no hace piquetes, que la mayoría de los chicos no se agreden de los modos que hemos visto. Sí, todo eso existe, todo eso pasa, pero hay una mayoría que silenciosamente mira, le da legitimidad (si fuera en la TV, lo llamaríamos rating), hace de espectador.

Si despertamos al espectador, podemos hacerlo protagonista de una nueva historia, podemos hacerlo intervenir en la realidad para que no se quede pasivamente protestando por la misma sino que intervenga activamente modificándola.

Primero, los padres y educadores. Segundo, los hijos y alumnos. Tercero, los medios de comunicación y cuarto el estado.

De los padres y educadores: atención, escucha, presencia firme y entusiasmante, modelos vivos de los valores que queremos trasmitir.

Los hijos y alumnos: agentes de cambio en sus realidades, protagonistas activos frente a las agresiones de sus pares, consejeros, defensores, buenos amigos, solidarios, sanamente divertidos, profundamente alegres.

Los medios y el estado vendrán después, siguiendo la fuerza que padres e hijos les exijamos, por convicción o por conveniencia, pero no podrán correrse de la responsabilidad que les toca.

Podemos cambiar, porque tenemos en nuestras manos las herramientas para hacerlo. Tenemos que cambiar, porque si no cambiamos seguiremos construyendo una sociedad sin futuro.

La pregunta que queda flotando es: ¿queremos cambiar? En la honestidad de esta respuesta se juega la historia de nuestros hijos. © www.economiaparatodos.com.ar

Eduardo Cazenave es rector general del Colegio San Juan el Precursor y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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