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lunes 14 de diciembre de 2009

Vivir en “Trucholandia”

En la Argentina de hoy nada es lo que parece y mucho menos lo que debería ser: vivimos en el reino de la copia de mala calidad.

trucho, cha. 1. adj. coloq. Arg. y Ur. Falso, fraudulento.
Diccionario de la Real Academia Española

No hay imagen más gráfica para ilustrar la Argentina actual que alguna tomada en la afamada feria de “La Salada”. Ese lugar donde es posible hallar adulteradas todas las marcas, y ver un sinfín de ciudadanos comprándolas por el sólo hecho de ostentarlas. Somos apariencia no realidad.

En términos más sencillos podría decirse que estamos asistiendo a la “Argentina trucha” o truchada. Nada es lo que parece, y mucho menos lo que debería ser. Hay un abismo entre copia y original que espanta. Basta observar qué sucede con los espías, los “rastrillajes” o los remedios… ¿En qué confiar?

Aquellos años del Rolex falso, quizás superada -no por madurez de la sociedad sino más bien por el temor a que la delincuencia se confunda y el atraco se produzca igual-, hoy adquiere ribetes de gravedad magnánima. La simulación ha alcanzado todos los órdenes de la vida cotidiana, y en ese trance, el relato se contradice sustancialmente con la verdad.

El tragedia de la familia Pomar pasará a la historia como un caso emblemático de la ineficacia nacional. Pero pasará. Hete ahí la gravedad. Como todo tiende a profundizarse, las consecuencias de la adulteración de la realidad son ahora, muchísimo más trágicas. Ya no se trata de un reloj falso o una remera con un logo falsificado. La vida y hasta la muerte pasaron a tener sus propias versiones vulgarizadas. La moral es falsa.

La dirigencia no dirige nada, los políticos – con excepciones claro – no se dedican al mentado “arte de lo posible” sino que surgen como bandas o individualidades tendientes a “trabajar” no por el bien general sino por el interés personal o particular. La policía es puesta en tela de juicio, sin diferenciar, porque es digno admitir que hay un sinfín de uniformados que entregan, a diario, su vida por extraños. A ellos sólo se les conoce cuando caen “en cumplimiento de su deber” a causa de la violencia negada o vendida como conspiración contra tal o cual inepto que dice estar “trabajando” para erradicarla. Mientras ello sucede, vamos de luto en luto y cada uno dura lo que un castillo de arena en la orilla de un mar convulsionado por los manotazos de ahogado de un gobierno fracasado.

Y es que eso es precisamente la Argentina: un mar embrabecido, indomable. Nadie se atreve, ni muestra demasiado interés en domesticarlo. Los surfistas que antaño se le animaban, hoy clavaron sus tablas en la arena a la espera de alguna providencia capaz de calmar aquello que debe ser calmado a través de la acción del ser humano. Hay que sacar del agua a quienes agitan la marea por no saber nadar ni conducir el barco.

Por ósmosis no hay mi habrá normalidad. A lo sumo aparecerá una “normalidad” que será también copia inexacta de lo normal, hasta hacernos creer que vivimos bien porque aún no enterramos a un familiar agujereado por las balas. Cualquier tregua o aparente calma es tomada como si fuera paz sin que se advierta que detrás vuelve la tempestad.

Nada se soluciona, todo pasa a ser debate y polémica de entre casa. En la mesa familiar la palabra no se disfraza, puertas afuera, el eufemismo gana. Es por eso que las declaraciones del titular de la Sociedad Rural, Hugo Luis Biolcatti aparecen cuestionadas como si su contundente pedido de cambiar al gobernador de la provincia de Buenos Aires no fuese acaso un pensamiento (o deseo quizás) popular. Bastaría un plebiscito para corroborar que, aquello que ahora causa estupor y es considerado como un “golpe” o un llamado a la “destitución”, es voluntad mancomunada de un pueblo que de su principal respresentante no ha recibido absolutamente nada.

Daniel Scioli no es víctima de ninguna conspiración a no ser que entendamos por ésta el propio auto-boicot. ¿A cuáles de los problemas perentorios de la gente ha dado respuesta concreta el gobernador? ¿De quién depende en primera instancia la seguridad de los bonaerenses?

Está claro que para el gobierno central, las provincias sólo le incumben cuando se trata de recaudar. El mismísimo Jefe de Gabinete y vocero presidencial ha sostenido sin titubeos que “la inseguridad del conurbano no le incumbe” a ellos. ¿Qué más agregar? El Ejecutivo es ya un círculo cerrado donde sólo se negocia la impunidad. Es inútil esperar respuestas de quién, durante más de seis años, se ha ocupado de disipar las preguntas, através de la sistematización de la mentira, de artilugios impensados y de un grado de desidia sin igual.

Debatir hoy si Daniel Scioli es víctima de Néstor Kirchner, si Alberto Balestrini está sacando rédito político de tanta calamidad, si el auto de los Pomar los halló un comisario o un baqueano, y si acaso alguna comisión bicameral queda en manos de la oposición es perder lastimosamente el tiempo una vez más. Podemos depositar toda esperanza en un Congreso que cambió de caras, pero con eso no se consigue un país normal.

La República se sostiene en tres pilares fundamentales: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial. En tanto el primero y el último sigan desviando el verdadero foco de atención, y no sea, sobre todo la Justicia, el blanco donde agudicen su mirada tanto los medios de comunicación como la sociedad, no hay esperanza que valga.

En un recinto pueden sancionarse leyes de toda índole pero si después, las mismas no son ejecutadas, y penados quienes hacen caso omiso de aquellas, de nada servirá que el Legislativo funcione a pie juntillas con mayorías opositoras furtivas, casuales u oportunistas. Lo mismo da.

Discutir los posibles vetos presidenciales es también quedarse en la superficie donde nunca pasa nada. Es en el fondo del mar donde se originan los maremotos y tsunamis. Si acaso la ciudadanía ya aprendió a nadar o se armó de salvavidas, en un claro síntoma de resignación malsana, las copias falsificadas de la realidad seguirán haciéndonos creer que estamos frente a un país real.

Sin embargo, hasta la novela que protagonizamos u observamos desde tribunas o palcos, también se vende en “La Salada”, fotocopiada claro pero a precio de la original. Y así la estamos pagando… © www.economiaparatodos.com.ar

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