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lunes 24 de septiembre de 2007

Y dale con el dólar caro

El tipo de cambio competitivo no es otra cosa que un dólar a un valor de cambio por encima del nivel de mercado. El eufemismo también esconde los mecanismos utilizados por el Estado para sostener el precio del dólar y las consecuencias de esa política económica.

En los 90, eran muy pocos quienes se animaban a decir que había que abandonar la convertibilidad. Eduardo Duhalde sugirió esa medida durante la campaña electoral de 1999 y perdió frente a Fernando De la Rúa. Hoy, se ha puesto de moda hablar de tipo de cambio competitivo, eufemismo para no decir que se quiere tener un tipo de cambio por encima del nivel de mercado. Es otra moda que está destinada a fracasar cuando aparezca el inevitable cambio de precios relativos.

La semana pasado, Elisa Carrió sostuvo que –dentro de su política económica– se contemplaba mantener un tipo de cambio competitivo. Así, recurrió al mismo eufemismo que utiliza el oficialismo para no hablar de dólar alto.

Resulta curiosa esta nueva moda del dólar caro como contraposición al dólar barato de los 90, porque pareciera ser que con sólo manejar esta variable se solucionarán mágicamente todos los problemas de competitividad de la economía.

Así como la convertibilidad –que no es otra cosa que una regla monetaria– no podía por sí sola solucionar problemas estructurales como la calidad y el nivel del gasto público, la legislación laboral o la política impositiva, entre otros, un tipo de cambio alto tampoco tiene esa capacidad. Lo máximo que puede lograr un dólar caro es esconder por un tiempo los problemas estructurales que impiden ser competitivos. Ni siquiera es un mecanismo idóneo para aumentar las exportaciones. Entre 2001 y 2005, las exportaciones de América Latina aumentaron un 63%, mientras que las de Argentina subieron un 51%. Y eso fue gracias a los precios internacionales, siendo que América Latina tampoco tuvo un gran desempeño en el comercio internacional. Así, en estos casi 6 años desde la devaluación, queda claro que impulsar un dólar caro sólo sirve para sustituir importaciones, lo que significa aislar la economía del comercio internacional y generar rentas extraordinarias para unos pocos sectores.

Pero hay dos puntos a debatir sobre esta cuestión del dólar caro. En primer lugar, la nueva moda de afirmar que se quiere un tipo de cambio competitivo no explica la forma de sostener un dólar caro. En segundo lugar, tampoco se debate acerca de los efectos de esa política. Veamos la primera cuestión.

Si se opta por tener un dólar caro quiere decir que su precio va a estar por encima del nivel de mercado. Dicho en otras palabras, alguien tiene que aumentar la demanda de dólares para sostener su precio por encima del de mercado. Ese alguien es el Estado. Viene entonces la pregunta clave: ¿con qué recursos comprará el Estado los dólares necesarios para sostener el tipo de cambio en el nivel deseado?

Una alternativa es el superávit fiscal. En ese caso, el Estado tiene que tener un superávit similar al excedente de oferta de dólares que hay en el mercado. ¿Quiénes ofrecen dólares? Los que exportan y los que ingresan capitales. ¿Quiénes demandan dólares? Los importadores y los que retiran capitales.

Con un dólar caro es obvio que el saldo de balance comercial (exportaciones menos importaciones) será positivo, de manera que el gobierno deberá, por lo menos, tener un superávit fiscal equivalente al saldo de balance comercial. Cuanto mayor sea el superávit de comercio exterior, más esfuerzo fiscal será necesario. Esto supone tener un gasto público muy bajo o una presión impositiva salvaje. Si se da el segundo caso, la pregunta es: ¿por qué los recursos que el Estado le quita a los contribuyentes estarán mejor asignado por los burócratas? ¿Acaso son estos últimos unos iluminados con una inteligencia superior al resto de la sociedad?

El problema, sin embargo, no termina aquí. Porque si el movimiento de capitales es positivo, el esfuerzo fiscal tiene que ser mucho mayor. Es decir, se daría la paradoja de que un país que atrae capitales complica la política de dólar caro. Por lo tanto, sólo una nación con bajo ingreso de capitales e inversiones puede darse el lujo transitorio de tener un tipo de cambio alto. En otras palabras, un país sin futuro.

Otro mecanismo que puede usar el Estado para sostener alto el tipo de cambio es el de la emisión monetaria, práctica a la que se recurre en la actualidad. Esa emisión genera inflación, con lo cual el costo de sostener un tipo de cambio alto recae sobre los sectores de menores ingresos (asalariados y jubilados) que son los que pagan la mayor parte de este impuesto. Se produce, así, una redistribución del ingreso de los sectores menos favorecidos hacia unos pocos que se benefician con el dólar caro.

Pero como la inflación licua el tipo de cambio real, el horizonte de mediano plazo es un aumento constante del tipo de cambio nominal, de la inflación y de los salarios. En otras palabras, se genera una lucha por la distribución del ingreso que es, justamente, lo que se avecina luego de las elecciones de octubre. Es que el modelo basado en emisión es insostenible en el largo plazo.

Una tercera alternativa es emitir pesos para comprar dólares y luego retirar esos pesos del mercado colocando deuda pública. Obviamente, este mecanismo tiene un costo fiscal que también lo hace inviable en el largo plazo.

Como se puede ver, no hay magia en esto de tener el dólar caro. O se mata a la gente con impuestos, o se genera inflación o se desata un endeudamiento impagable. Y, además, el requisito es que no ingresen capitales. Por el contrario, lo deseable es que se fuguen los capitales para que el Estado tenga menos problemas para sostener el tipo de cambio.

¿Qué efectos tiene un dólar caro? Como decía antes, aislar al país del comercio mundial, tener una baja tasa de inversión –porque nadie invierte grandes sumas para abastecer solamente al mercado interno– y que los consumidores sean cautivos de unos pocos productores locales. El esquema es: salarios bajos medidos en dólares.

No deben sorprender, entonces, las recurrentes crisis económicas de la Argentina. Las de 1975, 1981, 1985, 1989 y 2001 explican esa manía por manipular las variables económicas. Los artilugios para tratar de esconder reglas de juego ineficientes y políticas económicas inconsistentes finalmente muestran su fea cara y hacen estallar todo por los aires. Licuaciones de pasivos y activos, bruscos cambios de precios relativos, fuga de capitales, brutales caídas de los ingresos reales y demás lacras son la fiel expresión de tratar de esquivarle el bulto al trabajo de realizar las reformas estructurales y pretender que con el simple manejo arbitrario de una variable –el tipo de cambio– se podrán disimular eternamente los problemas de fondo. El resultado final es, siempre, una crisis política que se lleva puestos a los que manipularon arbitrariamente las variables económicas.

Sería importante que nuestra dirigencia política madurara alguna vez y advirtiera que, de tanto manosear las variables económicas, somos una curiosidad intelectual por nuestra constante decadencia y que ese manoseo tiene patas cortas, porque, finalmente, cuando la realidad aflora, tienen que irse anticipadamente del gobierno ante el descontrol social. © www.economiaparatodos.com.ar

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