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lunes 1 de mayo de 2006

Los genitales reemplazan a la República

Sostener que la posibilidad de votar para elegir a los gobernantes es la condición más importante para la democracia y olvidar la necesidad de limitar el poder que se les otorga a esos gobernantes elegidos por el voto popular provoca la destrucción de los derechos individuales y de los principios republicanos.

Durante años he discutido con analistas políticos amigos el tema de la democracia. Mi punto siempre es el mismo: poner al voto como la única variable relevante de la democracia es una locura. Y es una locura porque supone subordinar los derechos individuales a los caprichos de una mayoría circunstancial que puede terminar en la misma destrucción del voto como forma de elegir los gobiernos.

Lo primero que debe definirse es qué puede y qué no puede hacer un gobernante surgido del voto popular. Limitar el monopolio de la fuerza que se le otorga a una persona por un período determinado es, a mi juicio, más importante que el voto, porque si no se limita el poder, esa persona puede destruir el sistema republicano de gobierno y la misma democracia. Primero hay que definir el límite de lo que puede hacer el Estado y cuáles serán las reglas de juego que imperarán en la sociedad, y luego vemos cuál es el mejor sistema para elegir a los gobernantes. El voto es un buen sistema porque permite cambiar pacíficamente a los gobernantes. Pero, tengámoslo en claro, el voto no implica acceder a la licencia para matar al estilo doble cero de James Bond.

El problema es que los populistas y progresistas han logrado vender el argumento del voto como la única restricción que tiene un gobernante. Si alguien tiene una mayoría circunstancial, aunque sea mínima, es suficiente para llegar al poder y utilizarlo en beneficio propio, porque detrás de él hay una determinada cantidad de sufragios que, supone, lo autorizan a utilizar el Estado como se le da la gana.

En esa trampa ha caído nuestro país y hoy vemos cómo mucha gente empieza a espantarse ante los atropellos del gobierno. Empresarios asustados por las represalias que puede aplicarles el Estado si levantan la voz, gobernadores que se rinden ante la caja que maneja el Ejecutivo y una población, por ahora, indiferente ante el comportamiento autocrático del gobierno.

En este contexto, algún funcionario público, haciendo gala de un sentimiento de impunidad, dice tener los genitales bien grandes como para imponer lo que él quiere. Claro, cuando uno se entera de que algún funcionario público se ufana del tamaño de sus genitales para debatir ideas, entiende por qué nos va como nos va. El cerebro deja de tener relevancia al momento de elaborar ideas y los genitales parecen ocupar el lugar del cerebro. O, si se prefiere, la República ha sido reemplazada por los genitales de los funcionarios. Así es, hemos caído tan bajo que ni la división de poderes, ni la República, ni la democracia cuentan al momento de establecer las políticas públicas. Ahora las políticas públicas se definen por el tamaño de los genitales. ¡Todo un hallazgo en materia de ciencia política!

Aceptemos las cosas como son. Cuando en un país se cae tan bajo en el nivel de debate es porque la República fue arrasada y ya no quedan vestigios de ella. Imperan la intolerancia, el autoritarismo, la arbitrariedad, el revanchismo, el resentimiento y los comportamientos guarangos. Y ninguno de estos elementos permiten construir un país porque la violencia, que se suponía debía ser reemplazada por la democracia, se establece como forma de gobierno.

Quienes sólo le adjudican importancia al voto no se dan cuenta de que no sólo están pavimentando el camino para destruir la República y los derechos individuales, sino que, además, están habilitando la destrucción del voto como forma pacífica de elegir a los gobernantes. ¿Por qué? Porque el autócrata va a hacer los imposible para mantenerse en el poder mediante el fraude, el uso de los fondos públicos como forma de comprar voluntades y la utilización de las fuerzas de choque para intimidar a los adversarios políticos.

Los fondos fiduciarios, los superpoderes para manejar el presupuesto a su antojo son la forma de financiar la autocracia, y la adhesión de dirigentes piqueteros constituyen el instrumento de la fuerza bruta para amedrentar a los que piensan diferente.

Pero el autócrata suele toparse con una cruda realidad. Como él impone el terror como la regla de gobernar, esa regla se hace carne en la gente y, en cualquier momento, el autócrata termina siendo víctima de la misma violencia que él impuso, en el momento que cambia la opinión de la mayoría circunstancial.

Maximilien Robespierre utilizó el terror en Francia para imponer sus ideas y acabar con todos los que pensaban diferente.

El Reinado del Terror duró del el 5 de septiembre de 1793 hasta la primavera de 1794, bajo la dirección del Comité de Seguridad Pública (una especie de mesa chica) encabezado por Robespierre. Durante ese período, entre 35.000 y 40.000 personas murieron en la guillotina.

Un día, Robespierre ingresó en la Asamblea y dijo que tenía un nuevo listado de enemigos de la revolución que iban a ser condenados. Al no dar los nombres, todos los asambleístas se sintieron atemorizados porque cualquiera de ellos podía estar en la lista. ¿Qué ocurrió? Que los asambleístas se pusieron de acuerdo y decidieron detener a Robespierre ante de que él los detuviera a ellos. Robespierre fue guillotinado al día siguiente.

Vaya uno a saber cuál era el tamaño de los genitales de Robespierre. Pero lo que es seguro que no le sirvieron de mucho para evitar que su cabeza rodara al igual que la de los 40.000 inocentes que él hizo matar para mantenerse en el poder. © www.economiaparatodos.com.ar




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