Muchos economistas y analistas internacionales han puesto a España como el más claro ejemplo de un país que logró revertir una realidad económica adversa y alcanzar –en 50 años– un nivel de desarrollo impensado. Las reformas que permitieron este cambio fueron impulsadas y profundizadas durante administraciones democráticas tanto de derecha como de izquierda, y llevadas a la práctica gradualmente mediante un proceso que contempló los diferentes impactos que tendría sobre la sociedad. A raíz de los visibles beneficios que tuvieron estas políticas en España, surge la incógnita: ¿sería posible aplicar el modelo español en América Latina?
“Si bien las economías latinoamericanas no pueden esperar reproducir el modelo español con el mismo éxito, la estrategia con más posibilidades sería una mayor integración económica a nivel regional y continuar con las reformas institucionales y de mercado”, sostiene el investigador de Economía Internacional del Real Instituto Elcano, Paul Isbell. Una de las diferencias más notables es que España se benefició de un entorno externo favorable (que en la actualidad no habría), de consenso político interno y escaso endeudamiento externo que le hiciera perder independencia para determinar sus políticas. “El resultado final ha sido la transformación desde una economía caracterizada por la pobreza y un aislamiento internacional casi total hasta una próspera democracia de mercado, libre de onerosas cargas de endeudamiento y cada vez más protegida de shocks externos”, señala el autor en un documento titulado “La experiencia económica de España: Lecciones y advertencias para América Latina”.
El informe, tal como anuncia su título, detalla una serie de consideraciones acerca del caso español y las compara con lo sucedido en Latinoamérica. Estas son:
– El consenso a nivel político interno: España comenzó con una tibia aproximación a las ideas de libre mercado a fines de 1950 durante el gobierno dictatorial de Franco. Las sucesivas administraciones democráticas (UCD, PSOE, PP) han seguido –gradualmente- aplicando políticas que reforzaban lo hecho. Por el contrario, en América Latina, tanto en 1980 (la década perdida) como en 1990 (cuando se iniciaban los procesos de apertura de mercado impulsados por el Consenso de Washington) no había anuencia hacia las reformas, excepto en los casos de Brasil y Chile que actualmente las continúan. ¿Por qué sucedió esto? Por un lado, producto de las reiteradas crisis de los mercados emergentes (especialmente durante la segunda mitad de los 90). Además, los orígenes de esos procesos de reforma se caracterizaron tanto por una acumulación significativa de deuda externa como por el comienzo de un condicionamiento político por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI). España, por su lado, creció durante los primeros 15 años de transición hacia la apertura económica sin problemas de deuda y con autonomía política.
– El bienestar social garantizado por el Estado: España logró esquivar las posibles turbulencias sociales producto del ajuste requerido para ingresar a la Comunidad Europea (CE), mediante una reforma fiscal progresiva que garantizó las necesidades básicas de la población. También, procuró crear solidez financiera para poder realizar la transformación del Estado. Aliviar las cargas de ajuste estructural y mejorar la distribución de la renta hicieron que el país se embarcara en el sistema benefactor europeo y aplacara el descontento de la sociedad. La suma de estas medidas más la fortaleza fiscal estuvieron ausentes en Latinoamérica. Incluso Chile –el caso más exitoso– tiene una deficiente distribución de la renta.
– La financiación externa: España contó con los fondos previstos para los países que ingresan a la CE. Desde el Tratado de Maastricht, ha sido el mayor receptor de divisas proveniente de la Unión Europea (UE). El flujo neto de entrada de fondos llega a los 8 mil millones de euros anuales, representando el 1,3% del PBI anual de España. Esto contribuyó al desarrollo de infraestructura y a la estabilidad social. Por el contrario, en América Latina sólo se contó con los paquetes de rescate del FMI –que no cumplen con la misma función– y se careció de ayuda al desarrollo. El caso que más se le asemeja al español es el de México, que aunque ingresó al NAFTA no tiene los beneficios que brinda la UE. Ninguno de los tratados comerciales en estudio, incluyendo el ALCA, cumplirían la función que tuvo Europa para España.
– Otro apartado se lo lleva la unificación monetaria. España debió realizar ajustes para poder adoptar el euro a cambio de la peseta. Los mismos produjeron una reducción del déficit fiscal (pasó del 7% del PBI en 1995 al 2% tres años después) y logró crecer al 4% promedio anual entre 1996 y 2000. Latinoamérica nunca tuvo como chance real una unión monetaria, a pesar de los intentos unilaterales de algunos países con el dólar, sin una estrategia detrás y ni siquiera con la venia de Estados Unidos.
“La transición española hacia la economía de mercado ha sido gradual, prudente e inteligente. Las reformas se centraron inicialmente en aquellas liberalizaciones que tenían más posibilidades de impulsar la economía nacional, mediante entradas significativas de inversiones directas y divisas, dejando la liberalización financiera y las reformas estructurales más dificultosas para más adelante cuando la dinámica de apertura se hubiese asentado positivamente”, explica Isbell.
El resultado de la experiencia española habla por sí mismo: pasó de una renta per cápita de U$S 500 en 1959 a U$S 20 mil anuales en la actualidad; fue importador neto de capitales (atrayendo inversiones) hasta 1997, cuando se transformó en exportador de capitales principalmente hacia América Latina, y logró situarse entre las naciones más desarrolladas del mundo.
Latinoamérica, en cambio, muestra magros resultados: según la última encuesta de Latinobarómetro (agosto de 2004), la percepción de la población sobre la economía en la región presenta datos dispares. Por un lado, en la Argentina el 34% de los consultados cree que la marcha de la economía es mala. Panorama similar se encuentra en Chile, con el 39% de disconformidad. Al otro extremo, donde el descontento es total, se encuentran dos de los países más pobres de la región: Ecuador y Perú, ambos con el 92%. En las conclusiones del informe reza una frase que pinta de cuerpo entero la sensación de la ciudadanía y explica –aunque sea en parte– la realidad de la región: “La percepción de los pueblos es que los países están gobernados para el bien de unos pocos y no del todo el pueblo. Van por mal camino”. © www.economiaparatodos.com.ar
Leandro Gabin es periodista egresado de TEA y actualmente se encuentra cursando un Posgrado en Periodismo Económico en la Universidad de Buenos Aires. |