En estos días pasados, incluso para los que, como yo, no comparten un ápice de los lineamientos de este gobierno, ha sido difícil no sentir lástima.
Ver como los faraónicos anuncios sobre las inversiones chinas en el país se desvanecían pobremente entre risas disimuladas y cargadas contenidas, enterarnos cómo el mundo dejaba al gobierno merecidamente en off side al retirarse de la operación el banco emisor internacional de los bonos de canje de la deuda en default y saber que la Comisión Nacional de Valores de Italia posponía la aprobación de la documentación hasta pasada la mitad de diciembre, fue como asistir a una andanada de golpes que bajaron al país y a su gobierno de su inveterada soberbia y altanería.
De compararse a sí mismo –algunos dicen que parado en el sillón presidencial- con Gardel y San Martín, Kirchner pasó a aparecer como un pollo mojado asistiendo a una descolorida reunión en San José de Costa Rica, prácticamente siguiendo una orden del Rey Juan Carlos de Borbón.
El país estuvo ausente, obviamente, de la reunión de la APEC (Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico), que en Santiago de Chile juntó a Bush, Hu Jintao, Putin y al primer ministro japonés, entre otros líderes, con el presidente Lagos. Paralelamente, el país se automarginó de participar en Alemania de la reunión del Grupo de los 20 (el conjunto de países que reúne a Estados Unidos, Japón, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Australia, Sudáfrica, Brasil, México, Corea del Sur, India, China, Indonesia, Arabia Saudita, Rusia, Turquía y la Argentina). Allí, el ministro de finanzas anfitrión dijo que el país se “está arrinconando para su propia desventaja”.
Nada más acertado. El país aparece alejado del mundo. Se cuenta historias maravillosas acerca de sí mismo y, al mismo tiempo, se enoja con el Universo cuando éste lo envía al rincón de los malcriados. Sostiene posturas que no defiende en los foros en donde es invitado a exponerlas y prefiere hacerse el malo con los que no comparten sus puntos de vista. Esta es la foto de la Argentina de hoy.
Es la misma foto que condenó al país al fracaso en el siglo XX: el aislamiento y la pequeñez. El gobierno del presidente Kirchner tiene la responsabilidad de las decisiones de hoy. Si bien es el continuador de esta tradición argentina de vivir en rebeldía con las verdades del mundo, bien podría haberse transformado en el que cortara semejante desatino. Kirchner tenía en sus manos –por circunstancias internacionales que incluso se verificaron por fortuna durante su presidencia- la posibilidad de integrar al país a una corriente de crecimiento proveniente del intercambio. Pero prefirió el encierro.
Su Jefe de Gabinete fue prácticamente vapuleado por el canciller chino cuando amagó con no reconocer a China como economía de mercado. El oriental llegó a decirle que, de no mediar esa declaración, China compararía toda su soja en Brasil y todos sus vinos en Chile. Fernández no podía creer que el representante de los “amigos izquierdistas” fuera tan cruel y, en especial, para obtener de él una suerte de diploma capitalista. Seguramente, en su fuero íntimo, se preguntaba cómo alguien tan poderoso podía llegar a tanto para obtener una declaración que, en última instancia, iba en contra de la ideología que decía representar y que aún encandila a más argentinos de los aconsejables.
Dicen que el propio presidente –uno de esos encandilados- creía hasta último momento que los camaradas chinos podían prestarle 20.000 millones de dólares para cancelar deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuando alguien lo bajó de la ilusión al explicarle que China jamás enojaría a los países de un directorio que ella misma pretende integrar, habrá sufrido tanta desazón como Fernández. Había estado expuesto, en pocas horas, a constantes baños de realidad. Su épica declaración de presidente electo (“no dejaré mis convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno”) deberían repiquetearle en el fondo de su cerebro como sonoros recuerdos de una realidad que no entiende.
El presidente tiene dos problemas entre sus principios y la realidad. No reconoce que la realidad no se doblega y no entiende que sus principios son equivocados. El mundo se ha encaprichado en darle la razón a principios que no son los del presidente (si es que, verdaderamente, Kirchner tiene alguno). Y más aún: el mundo ha sido exitoso con su capricho. Tan exitoso que los que han querido sumarse al tren del éxito han debido archivar sus “convicciones” y rendirse ante la evidencia. Y si no, pregúntenle a los chinos.
¿No será hora, si la Argentina quiere salir del aislamiento y la pequeñez, de dejar de lado prácticas, “convicciones” y “principios” que se acercan más a la terquedad, la ignorancia y la soberbia que a la inocente creencia en un conjunto de ideas equivocadas? © www.economiaparatodos.com.ar |